Cunde la sensación de que Alberto Núñez Feijóo se ha mimetizado con Mariano Rajoy estos días, al comprar buena parte del discurso del ala dura de su partido, la de Isabel Díaz Ayuso, y prescindir de la sensatez con la que su portavoz nacional ahora, Borja Sémper, había abordado siempre el fin de ETA, la transición hacia la paz completa y la restauración de la convivencia en Euskadi.
Cuando Rajoy fue candidato del PP a la Presidencia del Gobierno en marzo de 2004, por primera vez y vía dedazo de José María Aznar, lo hizo en unas circunstancias excepcionales, tras los atentados islamistas del 11-M en Madrid y el intento del Ejecutivo en pleno de convencernos de que el culpable de la matanza era ETA. Fue la mejor asunción por parte del PP de que con ETA matando les iba mejor, en ese caso, que con el islamismo radical como culpable, juzgado y condenado años después. Si ETA era culpable de los atentados de Atocha, el PP ganaba -razonaban ellos-; si no, perdían. Así fue, pero no porque los culpables del horror fueran unos u otros, sino porque la mentira sobre los cadáveres calientes de un Gobierno en pleno les costó ese Gobierno.
La legislatura 2004-2008, con José Luis Rodríguez Zapatero en La Moncloa y sin mayoría absoluta, fue pavorosa en términos de oposición. Sí, créanme, fue peor que esta: entre las teorías de la conspiración alentadas por los medios de la órbita del PP -entonces, Vox dormitaba en su seno-, culpando al PSOE de los atentados para volver al poder; Rajoy comprando esta perversidad mediática, por indicación de su núcleo duro entonces (Ángel Acebes, Eduardo Zaplana o Esperanza Aguirre, presidenta madrileña que amagaba con disputar el liderazgo al líder del PP) y escupiendo a Zapatero en el Congreso que traicionaba a los muertos por ETA, o las asociaciones de víctimas de esta banda terrorista saliendo a la calle junto al PP y acusando a Zapatero de terrorista directamente, no sé cómo no hubo que lamentar males mayores que el desgaste brutal que esta política cruel y fake genera en la democracia y en la sociedad. Ahora que lo recuerdo y reviso las hemerotecas para escribir este texto, todavía me salen sarpullidos de repulsa.
En 2008, Rajoy volvió a perder las elecciones frente a Zapatero y procedió a limpiar la cúpula del PP meses después, en el XVI Congreso del partido: él no se fue, pero Zaplana y Acebes, sí y por la puerta de atrás -de la política, luego entraron por las grandes puertas giratorias de las empresas-. Además, Aznar y otros dirigentes de entonces se revolvieron contra el presidente del PP y dejaron de apoyarle; el expresidente del Gobierno, que había ungido a Rajoy como su sucesor, hasta dejó de hablarle. De hecho, Aznar ha sido oposición interna de su heredero hasta que este abandonó la política, moción de censura mediante.
En este momento, naturalmente, Aznar está con Ayuso y Vox contra Bildu -o sea, contra Sánchez, porque la izquierda abertzale le importa un higo, lo mismo que siempre le importó Euskadi, salvo para pactar con el PNV de Xabier Arzalluz (¡el de Arzalluz!) cuando lo necesitó en Madrid en 1996-. La historia es, por tanto, asombrosamente repetitiva, aunque cambien los protagonistas, salvo algunas moscas cojoneras que, como Aznar o Aguirre, siguen ahí, inasequibles al desaliento con su vida girando en torno a ETA como ariete contra el PSOE.
Ahora, Ayuso aprieta y pide ilegalizar a Bildu. Feijóo, de momento, lo rechaza, y Sémper, pese a unas primeras horas en silencio -supongo que contando hasta diez, como dice mi madre que hay que hacer para no responder en caliente y con algún inconveniente-, ha sido el más claro: nada de ilegalización, ETA se acabó y ahora toca hacer política, si se considera, contra las ideas de Bildu. Con todo, ha tenido duras palabras contra Sánchez por pactar con Bildu políticas de su Gobierno; claro, sigue siendo el portavoz del PP -por cierto, la figura de portavoz es la que más se quema en los partidos de la oposición durante las campañas electorales-, pero tiene que doler; al fin y al cabo, el Sémper de ahora está matizando al del pasado, aunque a la baja.
In illo témpore, Sémper hablaba con el corazón en la mano: conoce muy bien la realidad en Euskadi -Bildu es la segunda fuerza política- y su transformación en esta última década; también es amigo de Eduardo Madina, exalto cargo del PSOE, del ídem vasco y víctima de la banda terrorista: han escrito un libro juntos, Todos los futuros perdidos: conversaciones sobre el final de ETA (Plaza&Janés), altamente recomendable; particularmente, ahora, pero, sobre todo, siempre. Memoria digna y política inteligente.
Estos días he hablado con algunos sempers del PP -no están en primera línea, salvo el vasco- y hay cierto pesimismo. Están resignados y acatan: Feijóo manda, pero hay límites, y Ayuso no los tiene. Al PP de Madrid siempre le ha beneficiado este discurso de ETA hasta en el diseño de la M-30, pero al resto del partido, no. Admiten que Feijóo no pedirá a la presidenta madrileña que modere su relato sobre la existencia de ETA, porque ni se le pasa por la cabeza acabar tan pronto como Pablo Casado; bastante tendrá si no logra gobernar tras las elecciones generales de final de año, muy reñidas, según las encuestas. Como le ocurrió a Rajoy en 2008, el ensañamiendo cruel contra el PSOE podría fracasar. Y creo que Sémper lo sabe.
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