Dominio público

Que Dios te proteja, México

Fernando Orgambides

Fernando Orgambides*

Yo regresé de México en los 90 con un crimen de índole político sin aclarar. El asesinato del candidato presidencial priista Luis Donaldo Colosio en Lomas Taurinas. Ni el casual presidente Zedillo ni los otros dos del PAN que le sucedieron en los últimos doce años (Vicente Fox y Felipe Calderón) hicieron nada por aclararlo. Posiblemente porque se trataba de un asesinato perpetrado dentro de la maquinaria del Estado, entonces controlada por el PRI.

Desgraciadamente segaron la vida de un reformista, porque el entonces partido de Estado era un maquinaria política desgastada, corrupta y sin encaje en las democracias de nuestro tiempo. Y a cuyos dirigentes la sociedad mexicana les exigía profundos cambios. Un PRI, eso sí, que gozaba de la protección fuera de las fronteras mexicanas de Estados Unidos y Europa, con el Gobierno socialista español de garante internacional.

Muchas veces me he preguntado qué hacía Felipe González apoyando al PRI. Y qué hacían las potencias de Occidente sosteniendo lo que Vargas Llosa denominó la dictadura perfecta, pero llegó el momento en que el PRI cayó por su propio peso. Y perdió las elecciones frente a la derecha cristera, convirtiéndose México en una democracia imperfecta, acuñación también de Vargas Llosa.

Pero eran tiempos en que los cambios en la Europa del Este advertían que la democracia pasaba por entregar el poder a las derechas que durante décadas habían estado sometidas a los partidos de Estado. Fox fue inteligente e incluyó en su gobierno a agentes políticos muy distantes del tradicional pensamiento del PAN. Fue el caso de Jorge Castañeda, intelectual crítico, que asumió la cartera de Exteriores. Y del fallecido Adolfo Aguilar Zinzer, que tuvo en sus manos la Seguridad del Estado. Pero duraron poco.

Mientras tanto se creyó que el paso del PRI a la oposición era un ejercicio de salubridad necesaria. Que permitiría al partido de Estado aprovisionarse de suficiente oxígeno para reconvertirse en una opción más que en un aparato. Y desde su nuevo estatus integrarse en la competición política, en igualdad de condiciones y convencido de que para gozar de salud necesitaba revalidarse sobre reglas democráticas. Y no a base de trampas. O de juego sucio.

Con tristeza he comprobado que el PRI jamás se planteó una transformación. Y que el único cambio que en estos doce años ha experimentado consiste en la sustitución de su vieja guardia por cachorros que esperan con ansia la heredad. Peña Nieto es un hombre joven, pero representa al viejo PRI porque se formó con profesores de dudosa reputación. Y que jamás renunciaron a las viejas prácticas ni a la concepción dominante del Estado mediante esta peculiar forma de hacer política.

Y a sólo horas de las elecciones presidenciales, y dadas las estimaciones de voto que auguran la victoria del PRI, sostengo que lo que se avecina es el paso de la democracia imperfecta a la dictadura perfecta, auspiciado sobremanera por el desastre de Estado que deja Felipe Calderón y por el hastío ciudadano ante la infiltración del crimen organizado en los poderes públicos.

No seré yo el agorero que cuestione la capacidad de Peña Nieto para asumir la presidencia de México en los próximos seis años. Pero no creo en él. Ni creo que México vaya a mejorar. Habrá que preguntar al crimen organizado si el cambio que presumiblemente llegará el domingo le permitirá más o menos impunidad. Porque esa es la tesitura. Yo me remito al asesinato sin esclarecer del reformista Colosio. Y a los comprometidos intereses que viajan con Peña Nieto en sus alforjas.

Covencido estoy de que en México hay algunos que se frotan las manos. Y otros que acuden ingénuos a la cita electoral creyendo que el país necesita un espacio político entre la derecha cristera y la izquierda social que lidera Andrés Manuel López Obrador. Claro que es necesario el espacio entre uno y otro, pero en esas alforjas no viajan los nobles fines del socialismo. Sino una manera ya conocida de ejercer el poder, con las hipotecas que ello conlleva. Sólo me queda confiar que el gran Quetzalcoalt proteja con sus alas reales a este gran país llamado México.

* Fernando Orgambides (Cádiz, 1954) es un veterano periodista experto en Relaciones Internacionales, especialmente en el Norte de África y América Latina. Durante siete años fue corresponsal del diario El País en México, donde pasa parte del año ejerciendo la docencia como profesor invitado en dos de sus universidades. Es directivo del Club Internacional de Prensa y socio-fundador de la sección española de la Asociación de Periodistas Europeos.

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