Dominio público

El mono soy yo: arte y salud mental

Mar García Puig

Editora y escritora. Autora de 'La historia de los vertebrados'. Ex diputada en el Congreso

El mono soy yo: arte y salud mental
Imagen de Elisabeth Rudolf en Pixabay

Hace apenas una semana, mi hija de siete años me despertó en mitad de la noche. Estaba agitada y me dijo que había tenido una pesadilla. Le pedí qué me contara qué pasaba en su sueño y me relató cómo un mono, pequeñito, casi bebé, trepaba a la alto de un árbol, caía y, ¡pum!, moría. "Pobre, y te ha dado pena el monito, ¿no?" le pregunté. Casi ofendida por tener que verbalizar algo tan obvio, me contestó: "Mamá, el mono era yo". La abracé, la tumbé a mi lado y le acaricié el pelo hasta que se durmió de nuevo.

A mí me costó más volver a coger el sueño. Al principio sentí algo de desasosiego. Mi hija se está haciendo mayor y cada vez tiene más espacios propios en los que yo no puedo entrar, al menos a voluntad, como en ese sueño. Porque yo habría querido estar allí, impedir que el mono subiera al árbol, o cogerlo en el aire y que no golpeara el suelo. Pero es ella quien manda en sus aventuras oníricas y en esa no había contado conmigo. Los límites de una madre, que no puede con todo, se volvían a hacer carne. Pero ese sueño me hablaba de algo más. A mi hija el miedo a la muerte ya la golpea, con todo su horror, pero ha sabido convertirlo en metáfora mientras duerme y reconocerla al despertar. Le pone lenguaje, el del cuento, y lo analiza, y con eso de alguna forma se hace consciente y dueña de esos miedos.

Es algo manido que con la edad las certezas se difuminan, pero algo que a mí se me hace más evidente cuantos más años cumplo es que ha sido en la metáfora, en la propia y en la ajena, donde he encontrado la salvación a la locura. He sufrido ansiedad desbocada en no pocas ocasiones, y mi asidero han sido siempre los cuentos, los que yo he escrito y los que he leído, el encontrarme en otras formas y lugares, en espejos que me reflejan con otro aspecto. Hoy es el Día por la Salud Mental y se hablara mucho de la necesidad de horas de terapia y blísters de fármacos, pero nada o muy poquito de esta otra medicina que es el arte y que no es tan accesible para todo el mundo como podríamos pensar.

Soy una mujer obsesiva, hasta el extremo, y por eso llevo semanas revisando cientos de estudios científicos sobre los beneficios de la cultura en la salud mental. He pasado por la política y sé bien que a los que legislan y pactan presupuestos no les vale con que les cuente el sueño de mi hija (aunque lo haya intentado, lo confieso). Ellos quieren porcentajes, que se puedan tocar, acerca de por qué la cultura e invertir en ella es imprescindible para acabar con esta especie de pandemia de depresión, ansiedad y otras dolencias psíquicas que nos asolan. Y he dado con algunos preciosos. Como ese que demuestra que la música puede con casi todo, incluso con los miedos y las hormonas desbocadas de una madre recién estrenada: según un estudio de la Universidad de Düsseldorf, las madres que le cantan a sus hijos consiguen en mayor medida evitar la tan temida y estigmatizada depresión posparto. Otro parece haber dado con la solución a uno de los mayores males del ser humano, la soledad no deseada: según diversos académicos del Imperial College of London, la participación en actividades artísticas mitiga este sentimiento en alto grado. La biblioterapia, es decir, recetar libros para tratar dolencias psíquicas, cura la depresión a largo plazo y es capaz de sustituir en algunos casos el consumo de fármacos que se había cronificado, afirma un estudio de la Facultad de Medicina de la Universidad de Turín. Mi preferido, el más hiperbólico de todos, demuestra que leer te hace vivir más años: en concreto, la Universidad de Yale dice haber descubierto que las personas que leen de forma habitual reducen en un 20% su mortalidad frente a las que no. Leer no te hace inmortal, pero te acerca, al menos por comparación.


Quizás no he puesto los ejemplos más contundentes o fiables de los cientos de estudios disponibles, pero todos demuestran que el acceso a la cultura y la participación en ella, su democratización, es un potente condicionante para un buen estado de salud mental. Sería muy inocente pensar que hay un solo factor que influye en nuestras dolencias psíquicas: los hay probablemente biológicos, y seguro que sociales y biográficos. Por la misma razón, tampoco hay un único medio para acabar con ellas: ni miles de horas de psicoterapia, ni todos los fármacos del mundo, ni siquiera acabar con todas las injusticias sociales. Y yo quiero reivindicar hoy uno de los que menos se cita: ese que no se vende en farmacias ni se dispensa en ningún centro de salud, ese preparado de metáforas que es la cultura, que nos despertó a mi hija y a mí en medio de la noche y nos permitió volver a dormir con la conciencia de que, gracias a ella, lidiamos a nuestra manera con nuestros miedos y espantamos un poco la locura.

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