Dominio público

El régimen se cierra en sí mismo

Jorge Moruno

Jorge Moruno

Sociólogo y autor del blog larevueltadelasneuronas.com

Decía Engels hablando de la revolución en junio de 1848, que "las primeras concentraciones se llevaron a cabo en los grandes bulevares, allí donde la vida de París circula con mayor intensidad". Hoy volvemos a las calles, lugar privilegiado  donde la circulación de la multitud puede convertirse en el motor de lo que el urbanista Paul Virilio entiende como un productor de velocidad. Un movimiento es por definición algo que se mueve, que no permanece estático y cuyo peligro para el que manda se encuentra entre otras razones en su capacidad de dinamizar el descontento y las esperanzas.

Pero la calle, si bien es el espacio donde la democracia recupera y reinventa su  autonomía, donde el encuentro de la población con la res publica se hace verdaderamente efectivo, alberga también grandes peligros. Existen formas de contra-moverse que nacen precisamente, como reacción al movimiento que busca ampliar derechos, acercar la democracia y distribuir la riqueza. No por nada Goebbles observaba como el que pueda conquistar la calle, también conquista el Estado. Apoyado en el odio a la vida como principal ariete, conduce a las bandas de soldados perdidos del ejército obrero y los amotina contra un chivo expiatorio. Hoy se trata de reunir entre el descontento generalizado de la población a los partidos políticos, las pasiones más tristes, y eludiendo una crítica profunda a las relaciones sociales de explotación –la renta financiera por ejemplo-, se aglutina en torno a la demagogia. El fascismo resultó ser como indica el filósofo Paolo Virno, el reflejo del espejo deformado del movimiento comunista.

Cuando el problema se reduce a los políticos en general, en lugar de encuadrar el  sistema de representación parlamentaria liberal como forma de dominación capitalista, asistimos al crecimiento de formas fascistas de pensar la política. Cumplen la definición del sociólogo Nicos Poulantzas cuando definía al fascismo como el régimen de la forma capitalista bajo el estado de excepción. En la actualidad no sabemos si esta forma particular de régimen, camina hacia esa forma de fascismo clásico. Es muy posible que no. Más bien se aplican maneras más parecidas a los anillos de una serpiente, moldeables, modulares y adaptables.

El régimen hoy día, busca saber combinar un aumento exponencial de la degradación en las condiciones de vida en la población, junto con la apariencia de total normalidad en la vida cotidiana de los espacios de consumo. Como una persona que sonríe sin parar mientras le carcome por dentro la podredumbre. Lo que se desconoce es cuánto tiempo se va a poder mantener este contraste que va en aumento. Draghi sentencia sin rodeos que el BCE no está para solventar los problemas financieros de los Estados; a lo que habría que añadir, cierto, parece estar únicamente para solventar los problemas financieros de los bancos con dinero público.

El régimen se está cerrando en sí mismo de la forma más autista posible. Va erosionando a marchas forzadas las válvulas de legitimidad, de dominación por consenso, para centrarse en la única que por ahora puede seguir garantizando: la represiva. Nos encontramos frente a lo que Maquiavelo denominaba como Razón de Estado, que sucede cuando se toman medidas excepcionales con el objetivo de asegurar la supervivencia del propio Estado. Porque el Estado desaparece como garante de un pacto social entre trabajo y capital, pero no como garante de la seguridad del interés financiero. El miedo es la única política que puede ofrecer a la ciudadanía ante la imposibilidad de pactar un contrato, es decir, de incluir algunas de las demandas ciudadanas. Miedo a la deuda, a quedarte en la calle, miedo al paro y al trabajo, miedo a protestar, miedo a caer enfermo a no poder educar decentemente a tus hijos, miedo a quedarte embarazada. Hobbes reloaded, el terror como piedra angular de la organización de la vida. Miedo, pero también indiferencia; ese peso muerto de la historia que decía Gramsci, cuyas actitudes pueden revelarse peligrosamente como afines a posturas protofascistas.

En este punto solo cabe aumentar los niveles de desobediencia que tienen que ser tan masivos como intensos y sobre todo, extender los efectos de la movilización más allá del día de la misma. Erosionar las actitudes obedientes al régimen que defiende una patria vacía de personas y llena de especuladores y defraudadores.

En los conocidos estudios sobre la obediencia del psicólogo social Stanley Milgram, se estudiaban las causas, motivaciones, contextos y coyunturas que llevan a las personas a obedecer. Milgram extrae varias conclusiones que nos ayudan a entender en que terreno podemos jugar: 1) La obediencia disminuye a medida que la víctima se aproxima al sujeto, pero 2) una autoridad con presencia física producía una obediencia mucho mayor que una autoridad ausente y una autoridad inmoral era obedecida por una proporción sustancial de sujetos. 3) Respecto a los efectos del grupo, sólo un 10% de los sujetos seguían obedeciendo frente a una rebelión de sus pares.

Queda claro que la forma más plausible de ruptura con la obediencia ilegítima, pasa por la actividad colectiva. La única capaz de erotizar al resto y a uno mismo en un proceso más amplio de toma consciente de la realidad que consiga redefinir los puntos de partida establecidos. Pasar de la lógica de lo que es de todos para pocos a la del  tod@s para tod@s. Siguiendo la estela materialista del filósofo Spinoza que entiende el amor como sentido de vivir en común y que aumenta cuantas más personas distintas nos imaginamos unidos, funcionando como un mismo espíritu: ¡Abajo el régimen!

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