AITOR ZABALGOGEAZKOA
Fue una lección reciente. Hace tres años lo vimos con nuestros propios ojos en Níger: otra crisis alimentaria que disparó los precios a niveles inalcanzables. Las familias dedicaban sus escasos recursos a alimentos básicos como el arroz.
Desaparecieron de la bolsa de la compra la leche, los huevos, el pollo o el pescado, que aportan los nutrientes de origen animal esenciales para el normal desarrollo de los niños menores de 2 años. Así, la crisis alimentaria se convirtió en crisis nutricional. Nuestras clínicas se llenaron de madres con pequeños pacientes en la delgada línea entre la vida y la muerte.
Volvemos a ver ahora que la actual crisis de los precios está contribuyendo, como entonces, a exacerbar la desnutrición que prevalece en el Sahel, el Cuerno de África y algunas partes de Asia. La que todos los años se cobra la vida de más de tres millones de niños, y eso incluso cuando no se habla, como ahora, de una crisis global. Las causas de esta última son diversas, pero hay un factor que se repite: la especulación. Hay comida en el mercado, pero demasiado cara, y ahora, como en Níger en 2005, son los más pequeños quienes pagan la factura.
Los niños contraen desnutrición cuando no reciben los nutrientes necesarios para mantener el ritmo de crecimiento. Cuando las deficiencias se hacen más significativas, el organismo empieza a consumir tejidos para obtener los nutrientes necesarios. Se produce entonces la consunción, un claro síntoma de desnutrición severa. Son imágenes que nuestros compañeros empiezan a ver de nuevo en Etiopía, en Níger, y no podemos, la comunidad internacional no puede, limitarse a echarse una vez más las manos a la cabeza o a mirar hacia otro lado.
Hay cosas que podemos hacer: aplicar la respuesta médica que ha demostrado ya su efectividad. Hasta hace muy poco se consideraba la desnutrición como consecuencia del déficit de alimentos, y como tal se la trataba, simplemente dando de comer. Ahora sabemos que los niños de entre 6 y 24 meses, periodo crítico de rápido crecimiento, no sólo necesitan comer más, sino que necesitan alimentos energéticos y ricos en nutrientes. A mediados de los noventa, se desarrolló una nueva generación de tratamientos consistentes en dietas lácteas con nutrientes esenciales, los llamados alimentos terapéuticos preparados para usar (Ready to Use Therapeutic Food, RUFT). Cubren las necesidades nutricionales del niño, y ni siquiera necesitan agua para su preparación.
Algunas organizaciones los probaron sobre el terreno. Por ejemplo, en la crisis de Níger de 2005, Médicos Sin Fronteras trató a 60.000 niños con RUFT, con tasas de curación superiores al 90%. Al año siguiente, se utilizó de manera ambulatoria en la región de Maradi para niños con desnutrición aguda, severa y moderada, de nuevo con tasas de recuperación muy altas, impensables sólo unos años antes, cuando sólo se utilizaban las harinas mezcladas de origen vegetal. Esta experiencia, junto a la de haber tratado a más de 150.000 niños por desnutrición en 2007 en el resto de nuestros proyectos, demuestra que los RUFT funcionan.
Es más, estamos convencidos de que son la herramienta más eficaz, frente a las estrategias alimentarias tradicionales. Sin embargo, sólo un 3% de los 20 millones de niños con malnutrición aguda severa los reciben: los donantes y agencias de la ONU siguen enviando todos los años toneladas de harinas enriquecidas de origen vegetal, cuando, en el caso de los niños, es tanto como intentar curarlos con pan y agua. De ahí que se dé la terrible paradoja de que en lugares donde la ayuda llega y se contiene el hambre, los niños pequeños continúan muriendo por desnutrición.
Hoy, la desnutrición severa debe enfocarse como un problema médico para el que existen soluciones. Los participantes en la Cumbre de la FAO en Roma deben reconocer que los niños constituyen el grupo más afectado por la inseguridad alimentaria y que por lo tanto se requieren intervenciones adaptadas a sus necesidades. Entre otras cosas, porque abordar la desnutrición infantil es un componente fundamental de la respuesta global a la crisis de los precios tanto a corto como a largo plazo.
Precisamente ahora que los medios volverán a mostrar imágenes de pequeños consumidos, no queremos que se olviden sus necesidades. No pueden esperar a que se diluciden las razones de la actual crisis y sus soluciones a medio o largo plazo. No tienen tiempo. Existen tratamientos específicos, sólo hace falta dedicarles esfuerzos y recursos. Tenemos la esperanza de que nos escuchen: no se trata sólo de comida, sino de qué clase de comida. Y no se trata sólo de financiación, sino de hacia dónde se dirige.
Las agencias internacionales y países donantes deben asegurarse de que a las raciones del Programa Mundial de Alimentos se añaden alimentos adaptados a los niños menores de dos años. Y además es necesario apoyar a los ministerios de Salud de los países afectados en la implantación de estas políticas, empezando por la financiación.
En 2006, el PAM y UNICEF propusieron una estrategia integral contra la desnutrición infantil para 100 millones de familias; contemplaba el uso intensivo de los RUFT. Pero nunca llegó a ponerse en marcha por falta de compromiso político y de fondos. Entre 10 y 15.000 niños pagan diariamente con su vida este abandono. Los que a pesar de todo consigan sobrevivir sufrirán secuelas irreversibles de por vida.
Quizás el clima reinante estos días en la Cumbre de Roma favorezca la esperanza. Tenemos la gran oportunidad y a la vez el reto para que, esta vez sí, las agencias internacionales y los países donantes, con España a la cabeza, lideren el cambio e impulsen decididamente estrategias ya conocidas pero nunca puestas en marcha, para combatir la lacra de la desnutrición infantil.
Aitor Zabalgogeazkoa es director general de Médicos sin Fronteras España
Ilustración de Patrick Thomas
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