La corte de invierno es un suplemento de un juego de rol muy popular: La Leyenda de los Cinco Anillos. La Leyenda de los Cinco Anillos es una recreación de las leyendas míticas del Japón y la China populares. Es, por decirlo de una forma sencilla, un juego de samuráis, emperadores, demonios y otras criaturas, donde los personajes viven aventuras. Pero La Corte de Invierno es algo distinto.
La Corte de Invierno sirve para jugar a las intrigas palaciegas que suceden en los castillos de los nobles de Rokugan (así se llama esta versión mitificada). En La corte de invierno se pactan matrimonios, se gestan futuras guerras y se gestiona la paz del conflicto imperial. Lo más divertido de jugar a La corte de invierno es que las habilidades habituales del juego sirven para muy poco. La destreza, la fuerza, las habilidades mágicas de combate o el uso de la katana son inútiles. Por el contrario, la mentira, la seducción, la persuasión, el engaño y los juegos mentales son la base del desarrollo del juego. Muchas veces una maniobra al inicio del juego sólo adquiere sentido mucho después.
Pensaba en ello estos días durante la visita de Pedro Sánchez a Israel. En el campo de la diplomacia, en el juego de La Corte de Invierno, la liturgia es una parte fundamental de lo que está en juego. Es legítimo pensar que no es buena idea ir a reunirse con el jefe de un Estado que está asesinando a decenas de miles de civiles en Palestina, pero existe la posibilidad de que la única forma de abrir un frente diplomático que contribuya al reconocimiento de Palestina como Estado, como dice el acuerdo de gobierno firmado entre el PSOE y Sumar, requiera de movimientos de ese tipo.
En ese sentido, es difícil medir los efectos materiales de los gestos diplomáticos en un primer momento.
La reivindicación de la ruptura de relaciones con Israel hasta que no haya un alto el fuego indefinido me parece perfectamente razonable, pero llegar a ella requiere de pasos previos e intermedios. Requiere seguramente de distintos puntos de presión en diferentes lugares partiendo de que, me temo, España está en una posición relativamente minoritaria en el panorama internacional y, sin duda, en el europeo. Todo eso juega. Decía ayer el periodista Hibai Arbide que había una enorme diferencia entre el pleno del Ayuntamiento de Barcelona votando a favor de romper relaciones con Israel (un ejemplo que podría replicar otras administraciones locales) que el Ayuntamiento de Madrid aprobando otorgar una medalla a Israel. Esa colección de grises necesitamos visibilizarla.
Otro ejemplo que me llama la atención es que España no haya roto en ningún momento relaciones diplomáticas con Rusia por la invasión de Ucrania. El embajador español en Rusia sigue allí. Nadie duda del compromiso del Gobierno con la causa ucraniana a pesar de ello.
En España tenemos una larga tradición de defensa de los derechos humanos y de oposición a la guerra. La Constitución de 1931 ya consagraba constitucionalmente el rechazo a la guerra como política nacional. En democracia hemos tenido el movimiento por la paz, el rechazo a la OTAN y la insumisión, quizás junto con el movimiento ecologista y el feminismo, el movimiento social más importante de la joven democracia española. En el año 2003, el movimiento contra la guerra de Irak se convirtió en un hito generacional con un apoyo social absolutamente transversal. Nuestro ADN democrático entiende perfectamente que no se combate el terrorismo matando civiles, ni invadiendo territorios, pero esa fabulosa costumbre movilizadora no ha podido evitar los conflictos. Ha sido sumamente efectiva a nivel democrático, ha educado a generaciones enteras, nos ha vacunado contra el odio, pero no ha podido evitar las masacres.
Hay algo insoportable en que estos procesos sean lentos e inciertos. La sensación de impotencia es grande, las ganas de hacer más lo es más. Ninguna maniobra en La Corte de Invierno es ajena a lo que pasa fuera de ella. Tiene sentido (más sentido que nunca) seguir movilizándonos, seguir exigiendo avances (el primero, un alto el fuego permanente). Seguir intentando que los discursos se conviertan en hechos.
Nuestro problema político es seguir siendo efectivos políticamente sin reducir la complejidad de los hechos.
Otro ejemplo: es evidente que la posición de Joe Biden con Palestina le puede separar de ciertos sectores clave de su electorado, especialmente la gente más joven, más movilizada. Cuando Israel se quejó de que Tik Tok en EEUU visibilizaba más los contenidos propalestinos, Tik Tok respondió que no, que simplemente los jóvenes eran pro palestinos. A la vez, no es menos cierto que una derrota de los demócratas en las próximas elecciones sería una noticia terrible para los Estados Unidos, para Europa y sin duda ninguna para Palestina. El problema que tenemos es que las dos cosas son verdad a la vez.
Ante esa tesitura se abren tres opciones. Una especie de consuelo acrítico, por el que los gestos simbólicos son suficientes y contribuyen más a nuestro orgullo de país que a nada que tenga que ver con el sufrimiento real de las personas reales que viven en Palestina. Otro es la separación absoluta de esa complejidad y de la idea misma de diplomacia. Digamos que La Corte de Invierno no es la política, que la política sólo está en el exterior de la Corte y que todo lo que surja de ahí será insuficiente e incompleto. La tercera es intentar navegar el doble problema de que La Corte de Invierno es a la vez útil e insuficiente, avances y poca cosa, pero que el exterior de la misma TAMBIÉN es insuficiente e incompleto y que eso no nos paralice, porque seguimos comprometidos con ello mientras siga muriendo gente inocente y el mundo este avanzando a un lugar sumamente oscuro por ello.
En tiempo de horror, toda ayuda es bienvenida.
Comentarios
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