Las informaciones sobre la punta del iceberg del acoso, las agresiones sexuales y las violaciones en el cine español han revolucionado la actualidad en nuestro país. El detonante fue la publicación demoledora de El País con el testimonio de varias víctimas del director de cine Carlos Vermut y las respuestas de éste confirmando lo que muchas sabíamos y hablábamos entre nosotras: la violencia sexual es un clásico de la industria del cine, también en España o, sobre todo, en España. La normalización de estos comportamientos es tan alta, me contaba una actriz muy conocida, que la mayoría de las mujeres entran en esa industria con la congoja de saber que en algún momento te va a pasar, que es el peaje a pagar por intentar estar ahí, aunque tampoco te garantice nada. "Solo pides -me decía mi interlocutora este fin de semana- que lo tuyo sea de lo flojito: uno de esos mal llamados besos robados, una metedura de mano leve, un baboseo etílico, un magreo de pasada ... Que no te pase lo que a esas víctimas de Vermut, que te puede destrozar la vida".
Admitiendo que, si bien la violencia sexual contra las mujeres es una constante en todos los gremios, incluido el periodismo, la industria del espectáculo, del ocio, de las artes audiovisuales, ... se lleva una de las palmas de oro, ya que estamos. Mi sensación, no obstante, después de ver la tibieza de la gala de los Premios Feroz con este asunto, abordado por la prensa en la alfombra roja (fabulosa Inés Hernand) y solo por la periodista María Guerra en la gala, no ha sido optimista, ni mucho menos.
Para mayor desazón, Público dio la semana pasada una exclusiva sobre la desaparición de una mujer acosada en un barco del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), cuya familia se desespera por que alguien les haga caso -y hablamos de un organismo dependendiente del Gobierno de España- y a día de hoy, todavía hay gente que se está echando las manos a la cabeza porque no se habían enterado y se lo estamos contando una y otra vez a tantos/as como podemos por las vías que tenemos a nuestra disposición, que son bastantes, pero nunca suficientes si las resistencias externas son inmensas para silenciar un episodio monstruoso.
La información de la periodista de este diario Ana María Pascual es mucho más que la salida a la luz de una denuncia por violencia sexual de una mujer en instalaciones de una agencia de investigación pública, pagada con los impuestos de todos/as. La exclusiva de Público desvela una actuación estructural de agresiones a mujeres seguidos de intentos por silenciarlas por parte de los y las responsables del CSIC. Los testimonios que hemos publicado protegiendo la identidad de varias víctimas -porque el miedo a las represalias, al señalamiento, al desprecio, al castigo, a la humillación, como siempre, está muy presente- no dejan lugar a dudas, por más que la institución se haya esforzado en dar alguna explicación después de ver el caso más grave publicado en portada junto a una amplia y trabajada información que garantiza que no son casos aislados.
Hay una mujer víctima de agresión sexual, en shock y revictimizada tras coincidir con su atacante en un barco dependiente del Ministerio de Ciencia y que desapareció hace cuatro meses: "Aún no se ha localizado el cuerpo de Mari Carmen Fernández y el atestado de la Guardia Civil desvela que únicamente han tomado declaración a cuatro de los 16 tripulantes y que aún no se han analizado las cámaras de seguridad", dice textual la pieza del periódico. Ése es el prácticamente nulo interés que se ha tomado el Gobierno por una tragedia de un calibre descomunal; por la desaparición de una mujer, madre de tres hijos, que embarcó en un barco donde estaba su agresor de 2019, tal y como ella misma hizo saber a su familia al zarpar el 4 de septiembre de 2023. Un mes después de esa salida, a la altura de la costa de Gandia (València), la gallega Mari Carmen ya no estaba en el barco.
Solo Esquerra Republicana (ERC) y Sumar han pedido explicaciones al Gobierno por este caso y, aunque las preguntas y el interés van llegando, sobre todo, a Público, la nula o, como mucho, lenta reacción institucional, mediática y pública ante una acción sistematizada de acoso sexual en el barco denunciada por varias víctimas nos recuerda una vez más lo solas que están las mujeres agredidas en todos los ámbitos si quieren denunciar, no digamos cuando lo hacen. Sigue siendo insoportable, indecente.
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