Dominio público

La almena vacía

Santiago Alba Rico

Candidatos a las elecciones europeas.
Candidatos a las elecciones europeas.

Las elecciones europeas que se celebran mañana son decisivas. ¿Decisivas? ¿No lo hemos dicho una y otra vez de todas las que se han celebrado en estos últimos años? ¿No hay ahí un énfasis publicitario un poco pomposo, irritantemente deportivo y apenas convincente? ¿No nos suena ya un poco falso? ¿Pueden ser todas las elecciones tan decisivas? Lo cierto es que, en algún sentido, nos guste o no, es verdad: todas las de la última década lo han sido; y lo han sido porque, por su mediación, y siempre al límite, la España difícil ha alcanzado ese empate que todavía hoy nos protege a los españoles -como un paraguas de un tsunami- del asalto de la extrema derecha. Lo que ocurre es que los votantes, y más los que se sitúan a la izquierda del PSOE, se cansan de tener que hacer un esfuerzo cada vez mayor para alcanzar un empate cada vez más inseguro. No podemos tener la sensación de que nuestro voto decide nada si, cada vez que votamos, el peligro, lejos de atenuarse, se multiplica.

Todos los últimos procesos electorales, en efecto, han sido decisivos, pero podría decirse también que ninguno lo ha sido realmente, y no porque el empate nos mantenga eternamente con un pie en el abismo sino porque decisivo solo debería serlo el voto decidido libremente por el votante y no por la época, la potencia del enemigo, los peligros para la democracia o el cálculo negativo más cicatero y neurasténico. Nos gustaría poder decidir libremente, con entusiasmo y sin miedo, la hechura política de nuestro país o de nuestro continente y no solamente el número de metros que nos separan de la catástrofe.

En todo caso, lo peor que puede decirse de estos procesos electorales siempre decisivos es que su carácter decisivo empieza a ser inversamente proporcional a la excitación política que nos producen. Cuanto más nos jugamos en ellos, menos nos emocionan, interesan o interpelan. Al menos esto es así para esa izquierda en cuyas manos reside el puñado renuente de votos que permitiría un empate más; por no hablar de esa juventud para la que el PSOE, Sumar y Podemos son exactamente lo mismo y que se inclina, sin que nadie les ofrezca nada mejor, hacia cualquier volcán en el que puedan arder un rato sin reservas y sin cálculos.

Releyendo estos días a Cervantes, he encontrado una palabra que no recordaba: "bausanes", con la que en las novelas de caballerías se nombraba a los muñecos de paja colocados en las almenas de un castillo asediado para generar en el asaltante la ilusión de un mayor número de defensores. Después de diez años de vaivenes claroscuros, el PSOE mantiene una robusta implantación territorial y cuenta con un líder incuestionable, pero no puede gobernar solo; Podemos quiere morir despacio atando a su cadáver cualquier cosa viva que aliente a su alrededor; en cuanto a Sumar, parecía que iba a ser algo y se ha resuelto en nada: es, sí, un bausán en una almena vacía. Sin liderazgo, sin discurso, sin claridad organizativa, los grandes pequeños logros de Sumar en el gobierno son una y otra vez fagocitados por el PSOE; sus declaraciones distintivas una y otra vez superadas por Podemos, que es libre para la incoherencia, el exabrupto y la retórica radical. Incapaz de moverse en esta grieta, es difícil exagerar la torpeza de la campaña electoral de Yolanda Díez: sus eslóganes, sus vídeos, las vacilaciones de su candidata, a la que ese papel le quedaba manifiestamente grande, han erosionado sus ya menguadas expectativas electorales.

Y sin embargo -o por esto mismo- las elecciones de mañana (¡otra vez!) son decisivas. En el plano europeo, asistiremos con casi toda seguridad a un avance electoral de los fascismos y a una desdemocratización de las derechas conservadoras, con un cuestionamiento, por tanto, del futuro democrático de la propia UE. En el plano nacional, más allá del falso plebiscito que anuncia el PP, del resultado dependerá el tenor del resto de la legislatura y la supervivencia del "bloque progresista". España, ay, tiene el mejor gobierno de Europa, frase que lo dice todo acerca de Europa y de lo que nos espera si no se logra un nuevo empate. Ese gobierno es el mejor porque Sánchez no depende de sí mismo y tuvo que pactar primero con Podemos y luego con Sumar. Para eso sirve ahora Sumar. No tiene nada, ni medios de comunicación ni base social ni liderazgo ni organización; ni siquiera la retórica vacía del sepulcro blanqueado donde resuenan las coces podemitas. Lo único que tiene es la capacidad de seguir desplazando milimétricamente hacia la izquierda un gobierno que sin Sumar no existiría y que sin Sumar, en todo caso, se inclinaría hacia una restauración por lo demás imposible. En el futuro no hay más que estas dos opciones: o la España difícil, plurinacional y civilizada, o la España iliberal, autoritaria, excluyente y ferozmente inigualitaria. Los bausanes de Sumar, en las almenas vacías, no serán decisivos, me temo, en la improbable reconstrucción de una fuerza política progresista a la izquierda del PSOE, pero de los escaños que obtenga mañana dependerá su capacidad para seguir influyendo en la política exterior, económica y social del gobierno. Como bien cuenta Antonio Maestre, como lo indica asimismo Jaime Miquel, quizás un solo escaño acabe decidiendo la supervivencia de Sumar, el futuro de las izquierdas españolas y la viabilidad misma del gobierno de Sánchez.

Es muy descorazonador: mañana tendremos que luchar una vez más por el empate, como freno local frente a la ultraderecha que se impone en Europa y como vector homeopático de bienes pequeños inaplazables en España. No hay otra. El problema es que, al mismo tiempo, sabemos que cada vez que aspiramos solo al empate nos acercamos más a la derrota. Las consecuencias de esa derrota serían tan graves, en términos políticos y civilizacionales, que nos conformamos, sí, con un nuevo empate que, a su vez, debilita las condiciones de la resistencia sucesiva. Tenemos los días contados. La pregunta es, ¿qué hacer con ellos?

Algunos estamos dispuestos a subirnos mañana a la almena y hacer de bausanes una vez más, tan apremiante es el peligro. Somos más de los que creemos ser, pero la mayor parte no están en el castillo; desde la almena, nos toca hacer creer que somos más de los que realmente somos para sostener un rato más el muro. Ahora bien, no serán los bausanes, tengan las siglas que tengan, los que frenen la internacional neofascista y refresquen el mundo. ¿Podremos frenarla? ¿Podremos refrescar el mundo? Habrá que seguir intentando empatar una y otra vez, sí, pero entre empate y empate, ¿no habría que intentar abandonar el castillo y construir entre todos una granja abierta en la ladera? Hace unos días escribía que "la izquierda ha perdido la batalla cultural y llega demasiado tarde para la batalla económica". Habrá que dar las dos, por ética, por coherencia, por dignidad, por si acaso, recordando que también nuestros propios errores han facilitado el camino a los asaltantes y que, por ética, por coherencia, por dignidad, por si acaso, es imperativo no cometerlos de nuevo.

Entiendo a los que se abstienen. Admiro a los que votan. Esos son hoy -por mañana- mis compañeros.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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