Las elecciones regionales en dos de los länder de la Alemania Oriental han provocado una nueva convulsión en Europa. Hace unos años la política alemana apenas interesaba a unos cuantos. Hoy mucha más gente está pendiente de lo que sucede en el país que durante muchos años ha sido el motor económico de la UE. La política alemana era estable y no dada a sobresaltos; ya saben, la previsibilidad alemana. Brandt, Kohl y, sobre todo, Merkel eran de fiar. O eso parecía. De Brandt llegó la Ostpolitik; Kohl trajo la reunificación alemana; Merkel fue un ejemplo de estabilidad. Y de cada cara, su cruz. La Oostpolik terminó de manera simbólica con la voladura del Nord Stream 2; la estabilidad de Merkel se sustentaba sobre el dejar hacer a los iliberales polacos y húngaros; y, en la manera de hacer la reunificación alemana por Kohl encontramos el origen de los movimientos tectónicos que se viven en estos momentos en Alemania.
Porque para entender la victoria de un partido neonazi como AfD hay que remontarse a la forma en que tuvo lugar el proceso de reunificación alemana y a las secuelas que dejó en la cultura política de estas sociedades. Las poblaciones de entonces nunca se sintieron parte de un proceso de puertas hacia afuera se vendió como exitoso.
Y, a pesar de que han transcurrido ya treinta años, esas mismas sociedades todavía no se sienten parte del proyecto político que comenzó entonces. El resultado de este proceso fallido ha sido la aparición de sucesivos movimientos anti-sistémicos que de repente tomaban la forma de la nostalgia comunista o se transformaban en propuestas de corte neonazi y que ahora cobran forma, de un lado en AfD, de otro Alianza Sahra Wagenknecht por la Razón y la Justicia.
No lo duden, lo que se ha votado en estos dos territorios del este alemán ha sido un voto protesta contra un sistema que ellos entienden que les ha dejado fuera, excluidos. Por eso las dos fuerzas políticas que más rédito electoral han sacado son los ultras de AfD, y la fuerza identificada con Sara Wagenknecht, ex dirigente de Die Linke, con una propuesta de izquierda conservadora, progresista en lo económico, xenófoba y reaccionaria en los social. Ambas fuerzas políticas son de corte anti-sistémico, y se han situado en el centro de los sistemas políticos de estos dos estados. AfD como primera fuerza en Turingia y segunda en Sajonia, Razón y Justicia como tercera fuerza en los dos. La única fuerza política capaz de aguantar el envite ha sido la CDU. Y todo ello ha sido posible al sacar a una buena parte del electorado de la abstención: según los datos disponibles más de la mitad de los 137.000 votos que ganó AfD proceden de la abstención.
La coalición de gobierno ha salido muy debilitada de esta contienda electoral, que suma a los previos fracasos electorales en Baviera y Hesse y en las del Parlamento Europeo. En este caso, el Partido Liberal desaparece de los dos parlamentos, los verdes salvan los muebles y el SPD se queda con un porcentaje muy exiguo del voto que oscila entre el 6 y el 7%. Pero, sin embargo, y a pesar de todo esto, nadie ha salido a hacer autocrítica. Ni Christian Lindner por los liberales, ni Ricarda Lang por los verdes, ni Olaf Scholz por los socialistas han mencionado nada en relación con alguno de los ejes que han dominado la campaña: inflación, crisis económica y guerra en Ucrania. Por el contrario, vuelven a situarse en el marco preferido por AfD y apuestan por el endurecimiento de la política de asilo y por la vinculación de la migración con la seguridad.
Si bien Turingia y Sajonia no son necesariamente representativos del resto de los territorios, sí que es verdad que la onda expansiva de estos resultados se escuchará en Berlín. La posibilidad de que pueda darse una ruptura del cordón sanitario, quizás en Turingia, podría no ser tan utópico. La manera en la que se ha disparado la presencia institucional de AfD hace que necesariamente el resto de las fuerzas políticas se vean en la necesidad de negociar con ellos para no caer en el bloqueo institucional en la cámara legislativa. Y si a eso sumamos la dificultad que para la CDU entraña un potencial pacto con Die Linke y con el partido de Sahra Wagenknecht, no es descartable una maniobra que permita el apoyo, aunque sea puntual de la ultra derecha.
Veremos qué sucede en las elecciones del 22 de septiembre en Branderburgo, donde también AfD tiene unas encuestas muy favorables y donde también se puede materializar una nueva debacle gubernamental que lleve, quizás, a un potencial adelanto electoral. Alemania, como antes otros países europeos, se asoma a una quiebra de las dinámicas políticas que la han caracterizado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La aparición en avalancha de AfD y el resurgir de una opción de izquierda conservadora están moviendo el tablero político alemán como nunca antes nadie hubiera imaginado. Así que quizás lo que se ha visto en Turingia y Sajonia sea sólo el preludio de una nueva política alemana.
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