El pasado sábado tuvo lugar el Comité Federal que inicia el proceso congresual del PSOE. A las puerta de su 41º Congreso, los socialistas españoles parece que están centrando sus esfuerzos en la federalización del país. Sin embargo, este es tan solo uno de los frentes abiertos que tiene el proyecto socialdemócrata, quizá el menos relevante. Hagamos un repaso de las tareas pendientes de la socialdemocracia para que lo urgente no nos haga perder de vista lo importante.
El capitalismo
El capitalismo ha sido la gran némesis de la socialdemocracia, tanto su marco de acción como su mayor obstáculo. Desde que renunciara al socialismo revolucionario, optando por una vía reformista que aspiraba a "domesticar" el capitalismo, se ha apoyado en un modelo de economía mixta, utilizando el Estado como herramienta para promover la igualdad social y mitigar los efectos más dañinos del libre mercado. En vez de abolir el capitalismo se optó por intentar conjugar ambos mundos: el de la economía capitalista y el de la intervención estatal, generando un modelo de economía mixta que pretendía ser ni capitalista, ni socialista.
A pesar del parcial éxito del Estado de bienestar, gran buque insignia de este modelo mixto, su proyecto de "domesticación" del capitalismo nunca estuvo completamente asegurado. Dependía de un equilibrio precario entre las fuerzas del mercado y el poder del Estado, con el segundo actuando como contrapeso al primero. Sin embargo, con la llegada del neoliberalismo en las décadas de 1980 y 1990, esta balanza se inclinó bruscamente a favor de la mano invisible. La privatización de servicios públicos, la desregulación financiera y el debilitamiento de los derechos laborales minaron el poder del Estado y dejaron a la socialdemocracia sin un instrumento claro con el que seguir su proyecto igualitario.
Durante este periodo la socialdemocracia se dejó arrastrar por la ola neoliberal y abandonó la defensa activa del Estado como motor de cambio social. Aunque se mantuvieron algunos logros históricos, como los sistemas de seguridad social y la educación pública, se cedió en aspectos clave como la redistribución de la riqueza y la regulación de los mercados financieros. La fe en el libre mercado como generador de riqueza llevó a la socialdemocracia a un callejón sin salida: dejaron de presentar una alternativa clara al capitalismo, quedando como gestores del mismo.
La crisis financiera de 2008 puso de manifiesto los límites del modelo neoliberal, pero la socialdemocracia carecía de herramientas ideológicas y de proyecto político para poder responder. En lugar de aprovechar la oportunidad para retomar un papel activo del Estado, se optó por la austeridad, lo que profundizó las desigualdades y debilitó su base social. Como resultado, la socialdemocracia se encuentra políticamente despistada y sin un programa claro con el que contrarrestar el avance de la ultraderecha.
La crisis climática
La crisis climática es la mayor señal del agotamiento del capitalismo actual. Un modelo económico basado en la extracción ilimitada de recursos y el crecimiento continuo que ha llevado al planeta al borde del colapso ambiental. El capitalismo, en su forma actual, no es capaz de abordar la crisis climática, ya que sigue priorizando el beneficio económico a corto plazo sobre la sostenibilidad a largo plazo. La respuesta a esta crisis requiere una transformación profunda de las estructuras económicas, que no se puede lograr solo a través de la lógica del mercado. Aquí es donde la socialdemocracia puede encontrar su nuevo camino: recuperar el papel del Estado como agente central en la reestructuración de la economía hacia un modelo más equitativo y sostenible.
La tarea pendiente de la socialdemocracia es construir un nuevo paradigma que integre tanto la justicia social como la sostenibilidad ambiental. Las políticas de transición no pueden ser hijas de una élite para una élite, sin una redistribución justa de los recursos que garantice que no se deje atrás a los más vulnerable podemos generar nuevos monstruos que reinventen el fascismo.
El Estado
Todo lo anterior pasa necesariamente por revisar la postura actual de la socialdemocracia con respecto al Estado. La idea clásica era la de concebir la Administración General como una herramienta para domesticar el capitalismo, redistribuir la riqueza y ampliar la gramática de los derechos para hacerlos, también, sociales y económicos. Sin embargo, con el tiempo la socialdemocracia se ha ido convirtiendo en un actor más del neoliberalismo y, con ello, participando en el desmantelamiento de la estructura social del Estado. No en vano, a partir de las décadas de 1980 y 1990, muchos partidos socialdemócratas adoptaron políticas neoliberales, como la desregulación y la privatización, como estrategias para expandir un modelo de globalización que nada tenía que ver con el internacionalismo antaño defendido.
Nada queda ya de ese internacionalismo de raíz marxista que llamaba a los trabajadores del mundo a unirse en una lucha común contra el capitalismo, reconociendo que las fuerzas económicas del mismo eran globales. Los primeros movimientos socialdemócratas veían el internacionalismo proletario como una herramienta esencial para contrarrestar la expansión del capitalismo global y lograr la emancipación de la clase trabajadora a escala mundial. Más tarde tuvimos a figuras como Tony Blair en el Reino Unido y Gerhard Schröder en Alemania que abrazaron al neoliberalismo a través de la conocida como la "tercera vía": aceptar la globalización como inevitable al mismo tiempo que se defendía cínicamente su humanización.
De ahí que la socialdemocracia se enfrente actualmente a un doble problema con respecto a la globalización. Por un lado, el libre comercio y la movilidad de capitales han exacerbado las desigualdades, la precariedad laboral y colocado al planeta al borde del colapso. Por otro lado, los movimientos nacionalistas son los que están capitalizando el voto antiglobalización, debilitando la base tradicional de los partidos socialdemócratas por falta de proyecto alternativo al globalismo.
La democracia
La evolución histórica de la socialdemocracia ha ido pareja a la consolidación y expansión de la democracia representativa en el mundo occidental. Hasta el punto de que en países como en España no se entiende la estructura de nuestro actual régimen político sin el ideal representativo socialdemócrata. Aunque su postura clásica era que la democracia política es inseparable de la justicia social y económica, el sistema representativo hoy presenta fuertes síntomas de agotamiento.
Como planteé para Público en el especial de verano sobre conceptos políticos: es hora de democratizar nuestro tiempo. La socialdemocracia tiene una oportunidad de oro para apostar por una democratización que, por arriba, vaya más allá del modelo representativo actual y, por abajo, nos haga dueños de nuestro tiempo cotidiano. El ‘no me da la vida’ es una herramienta de sumisión de nuestros cuerpos a los ritmos del capitalismo salvaje. No podemos imaginar una vida sostenible, plena y democrática sin recuperar el control sobre el tiempo.
Comentarios
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