JUAN LÓPEZ DE URALDE
En los últimos meses se están instalando en algunos ámbitos de nuestra sociedad diversos argumentos que intentan justificar la vuelta de la energía nuclear. Pero esos discursos, ya tópicos, no resisten el menor análisis crítico.
Este proceso de manipulación comienza con el uso de un vocabulario confuso. Quien defiende la energía nuclear utiliza el eufemismo de "abrir el debate nuclear", cuando nunca ha estado cerrado, al menos para los críticos. Parece, por otra parte, que para salvar no se sabe qué engorrosa papeleta, los pronucleares, en vez de manifestarse como tales, se muestran favorables a abrir un debate. Una posible explicación a este comportamiento es que se usa como base para la premisa siguiente: quien se opone a las nucleares, obedece dogmas (ecologistas, se supone), mientras que los que las defienden son gente de mente abierta y liberal. ¿Acaso estos últimos están abiertos a que el resultado de ese debate sea que hay que cerrar todas las centrales nucleares? Hasta ahora no han dado muestras en este sentido.
De hecho, la larga historia de la lucha contra las nucleares es la de un movimiento ciudadano que ha tenido que abrirse hueco por la fuerza de sus argumentos en un contexto totalmente controlado por los defensores de esta energía sucia. Ese contexto ha ido cambiando con los años, pues el sentimiento antinuclear ha crecido en la opinión pública. No lo olvidemos: son los antinucleares quienes han abierto este debate.
El oportunismo hace que se utilice la actual subida de los precios del petróleo para introducir el tema de la necesidad de volver a las nucleares. Pero lo cierto es que uno de los efectos reales de la crisis del petróleo del año 73 fue la sustitución progresiva del petróleo para la generación de electricidad. En España, hoy, no se producen kilovatios eléctricos quemando petróleo y, por tanto, se trata de un argumento falaz para defender el átomo.
De hecho, en vista de la apuesta nuclear de los franceses, supuse erróneamente que ni sus camioneros, ni pescadores, ni agricultores protestarían por la subida del gasóleo. Pero (vaya sorpresa) allí estaban, también los galos protestando. Así que, evidentemente, sus nucleares no les han servido para ayudar a los sectores disconformes.
La enorme dependencia que supuestamente tiene el sector energético español de las nucleares francesas no es cierta. Del análisis de los datos de exportación e importación de energía eléctrica a nuestros vecinos, he descubierto que, en realidad, el balance está practicamente equilibrado. Por tanto tampoco es cierto que dependamos de sus nucleares. Es más, en los últimos meses estamos exportando energía a ese país.
En contra de lo que se afirma gratuitamente, tampoco la Unión Europea (UE) se muestra especialmente a favor o en contra de las nucleares. El presidente de la Comisión, Durao Barroso, ha manifestado en más de una ocasión que la Comisión es "agnóstica" en materia nuclear. En cambio, la UE sí tiene una apuesta clara en favor de las energías renovables que se concreta en una Directiva con objetivos establecidos para su desarrollo. ¿Por qué no existe tal cosa para la nuclear? Simplemente, porque la UE no la apoya.
En lo relativo a la propia tecnología nuclear, se han instalado interesadamente algunos tópicos que conviene poner en evidencia. Uno de ellos es que la energía nuclear no serviría para reducir nuestra dependencia exterior, ya que todo el uranio que utilizan las nucleares españolas se importa del exterior. Por tanto, si de autosuficiencia se trata, las energías renovables son superiores. De hecho, las renovables constituyen el único sector que utiliza fuentes de energía realmente autóctonas. El uranio no es abundante en concentraciones que permitan su aprovechamiento. Según las fuentes que se consulten, podría haber uranio al nivel actual de consumo para entre 50 y 80 años. Sin embargo, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) establecía en 1.300 las nuevas plantas nucleares que sería necesario construir para reducir el CO² en un 6%. Este escenario multiplica por más de tres la potencia instalada en la actualidad. Así que, ¿es realista pensar en una inversión de ese calibre, teniendo en cuenta las incertidumbres relativas a la disponibilidad del combustible? Conviene recordar que la minería y el enriquecimiento del uranio son muy intensivos en el uso de energía, y las emisiones de CO² por kilovatio nuclear aumentarán en función de la mayor escasez de uranio aprovechable.
Podría seguir con la lista de tópicos que reiteran, a mi juicio de manera irresponsable, los actuales promotores del átomo, pero merece la pena responder a algunas de las críticas que se hacen a la única alternativa viable: el aprovechamiento de las fuentes renovables. Hay dos que se repiten con especial intensidad: que no hay energía renovable suficiente y que no es constante en el tiempo y, por tanto, en un escenario 100% renovable habría momentos sin suministro.
Dichas afirmaciones provienen de no considerar que el conjunto de las energías renovables pueden constituir un mix muy variado y diverso, con fuentes que no dependen de las condiciones meteorológicas. Hablamos de eólica y solar fotovoltaica. Pero también de otras fuentes de gran potencial como solar termoeléctrica, eólica marina, energía de las olas y de las mareas, biomasa, geotérmica o hidraúlica. Sin desdeñar el enorme potencial de la eficiencia para la reducción del insostenible consumo actual. El conjunto de todas estas fuentes está perfectamente capacitado para cubrir la demanda eléctrica a medio plazo, y España se encuentra en una posición líder en este terreno.
En vez de seguir abonando los tópicos sobre la vuelta de la energía nuclear, proponemos que el esfuerzo se dedique precisamente al impulso de estas energías, que sí son el futuro.
Juan López de Uralde es Director ejecutivo de Greenpeace España
Ilustración de Iván Solbes
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