Dominio público

De la abolición la esclavitud a la abolición de la prostitución

Sylviane Dahan

Vocal de Mujeres de la FAVB – Federación de asociaciones de vecinas y vecinos de Barcelona

Sylviane Dahan
Vocal de Mujeres de la FAVB – Federación de asociaciones de vecinas y vecinos de Barcelona

La llegada a las pantallas de Lincoln, la última realización de Steven Spielberg, ha propiciado un buen número de debates y reflexiones. Y es que una mirada retrospectiva sobre la guerra civil americana y el punto de inflexión, decisivo para el curso de la historia, que supuso la abolición de la esclavitud, nos proyecta, por sorprendente que pueda parecer, hacia los conflictos y dilemas sociales más candentes de nuestro tiempo.

Dejemos que los críticos cinematográficos discutan los méritos artísticos de la obra. Por cuanto a sus carencias se refiere, podemos remitirnos al excelente artículo del profesor Vicenç Navarro acerca de Lo que la película Lincoln no se dice sobre Lincoln, silencio que proyecta una imagen incompleta, sesgada y condicionada ideológicamente del personaje. La historiografía oficial americana, finalmente dominada por los intereses y la visión de las cosas que las grandes corporaciones han ido imponiendo al conjunto de la sociedad, ha ocultado, hasta hacer caer en el olvido completo, la radicalidad democrática del pensamiento de Lincoln.

En efecto, el relato se concentra en un episodio crucial de la contienda americana. Al filo de 1865, el Sur está exangüe y se vislumbra el final de la guerra. Lincoln, reelegido presidente, plantea entonces un problema de gran calado. Algo más de dos años antes, por decreto, había liberado a los esclavos bajo dominio de los rebeldes sureños: un acto de guerra crucial, que había movilizado a miles y miles de negros, enrolados bajo la bandera de la Unión. Pero esa "confiscación de los bienes del enemigo" no equivalía a una abolición definitiva de la esclavitud. El fin de la guerra podía traer toda clase de componendas entre las clases adineradas del Norte y del Sur, y la población negra y sus aspiraciones ser moneda de cambio. Una cosa era abolir la esclavitud... y otra la igualdad de derechos a la que acabaría abriendo la puerta. Por aquel entonces, las clases pudientes de Inglaterra eran favorables al comercio con los Estados Confederados, mientras que el movimiento obrero inglés, alemán o francés sentía como propia la causa de la libertad americana. Nada estaba decidido de antemano.

De ahí el valor del gesto de Lincoln, forzando el voto de su decimotercera enmienda. La ocasión podía malograrse por faltade determinación. "No se trata sólo de esos millones de esclavos que gimen hoy bajo el látigo y las cadenas; se trata de la suerte de los millones y millones que vendrán después". No había garantías acerca de la futura convivencia. Pero el demócrata consecuente no puede detenerse, presa del vértigo de la historia, cuando se presenta la oportunidad de forzar sus puertas, dejando atrás siglos de opresión y barbarie. Hay que dar el salto, generar el acontecimiento que no permita marcha atrás; insertar aquello que es posible en una sociedad —porque las condiciones han madurado lo suficiente para ello—, pero que no surgirá espontáneamente como resultado de una lógica evolución.

Por supuesto, sabemos lo que ocurrió después. Lincoln fue asesinado. El programa de reparto de tierras propugnado por el ala más radical del Partido Republicano jamás se realizó. Hubo que esperar casi cien años para la llegada de los derechos civiles. Y, hoy, bajo el gobierno de un presidente afroamericano, la población negra americana vive aún sumida en la desigualdad y la injusticia. Eso no resta valor alguno al hecho revolucionario de la abolición de la esclavitud, decisiva para la construcción de la conciencia democrática de la humanidad. Una conciencia que debe abordar nuevos retos. "Dicen que la esclavitud ha desaparecido de la civilización europea —escribía Victor Hugo en 1862. Es un error. La esclavitud sigue existiendo, pero ya sólo pesa sobre la mujer y se llama prostitución".

La prostitución, esclavitud del siglo XXI

En tiempos de aquella segunda revolución americana, cuatro millones de personas vivían esclavizadas por los hacendados sureños. Bajo el capitalismo globalizado de nuestro siglo, más de cuatro millones de mujeres y niñas son traficadas cada año en el mundo con finalidad de prostitución. El negocio generado por la explotación sexual de seres humanos se sitúa al mismo nivel, cuando no lo rebasa en volumen, que el tráfico de armas, las drogas o el petróleo. Tras esas fabulosas ganancias, hay un inmenso reguero de sufrimiento humano, singularmente femenino e infantil. Pero, sobre todo, la inducción de un modelo de sociedad, desigual y violenta para la mujer. Una sociedad en que la mujer es susceptible de ser objetivada, deshumanizada y convertida en mercancía, no es una sociedad democrática.

Desde ese punto de vista, la analogía entre esclavitud y prostitución, una comparación que irrita sobremanera al lobby de los defensores del "trabajo sexual", resulta insoslayable. Las tediosas discusiones acerca de la "prostitución libre" o la "forzada", o las elaboradas diferenciaciones entre trata y prostitución, carecen de sentido bajo esa óptica. Hay trata porque hay prostitución, del mismo modo que había tráfico de esclavos porque había esclavitud. La actitud democrática ante la esclavitud se basa en el rechazo a un estatuto degradante para la dignidad humana, no en la percepción que cada esclavo pueda tener acerca de su condición. El pensamiento postmoderno nos incitaría a distinguir entre el jacobino haitiano y el Tío Tom... para llegar a la brillante conclusión de que "hay esclavitudes, y no esclavitud", y que por lo tanto no cabe adoptar una posición abolicionista general y tajante.

El debate sobre la prostitución adquiere todo su sentido cuando se aborda a la manera de Lincoln. "No sólo se trata de las mujeres y niñas que hoy son violentadas, sino de los millones y millones que pueden sufrir el mismo destino". Las maltrechas democracias europeas necesitan su decimotercera enmienda. Como un eco de las vacilaciones de otros tiempos, oímos decir que "nuestra sociedad no está madura para la abolición de la prostitución; que primero hay que cambiar las mentalidades..." Por supuesto, es necesario un debate social en profundidad acerca de la prostitución. Pero, allí donde nos muestran las razones objetivas de una "larga (y resignada) marcha", preferimos ver la señal inequívoca de una emergencia social.

Estamos ante un conflicto de poderosos intereses que interpela a lo más profundo de la desigualdad estructural de nuestras sociedades capitalistas y patriarcales. La prostitución es un privilegio masculino. A lo largo de la historia, ningún estamento dominante ha cedido sus posiciones ante la razón, sino ante una correlación de fuerzas capaz de descabalgarlo. Es necesario crear, de modo transversal, un lobby abolicionista feminista cuyas —y cuyos— activistas trabajen conjuntamente y se refuercen mutuamente para influir en sus respectivos sindicatos, movimientos y asociaciones, partidos políticos. De tal modo que, allí donde sea posible y en cuanto sea factible, se promulguen leyes. Cuanto más avanzadas en el diseño de programas sociales de prevención y apoyo a las mujeres en situación de prostitución, cuanto más implacables en la lucha contra la explotación sexual —atreviéndose a confiscar los bienes de traficantes y proxenetas—, cuanto más claras por lo que respecta a lo ilegítimo —y, por lo tanto, condenable y merecedor de sanción— de la compra de favores sexuales, mejor. Se trata de una lucha internacional y, singularmente, europea. No habrá abolicionismo triunfante "en un solo país". La educación es decisiva. Pero también cambios jurídicos fundamentales que marquen el rumbo de la sociedad.

La sombra de Lincoln cabalga todavía a través de asolados campos de batalla. El relato de aquellos días cruciales de enero de 1865 nos habla también de las mujeres acompañaron a Lincoln en su combate contra la esclavitud, sabedoras de que la libertad llegaba demasiado tarde para cambiar sus vidas, pero era portadora de esperanza para las futuras generaciones. Ahora nos toca a nosotras tomar el relevo de aquellas mujeres y sus sueños inacabados.

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