El resultado electoral en Brandeburgo ha hecho contener la respiración a media Europa, pero de manera especial al canciller Scholz muy cuestionado por los resultados de los comicios de Sajonia y Turingia donde su partido quedó muy por detrás de las dos fuerzas ganadoras, la conservadora CDU y la de ultraderecha de AfD. A sus compañeros de coalición les fue mucho peor aún. Sin embargo, era Scholz el que se la jugaba en esta ocasión ya que este estado del este alemán ha sido tradicionalmente un feudo socialista.
Tras los resultados de las elecciones regionales anteriores, los partidos del gobierno alemán optaron en primera instancia por comprar los marcos que aseguraban que la causa de todos los males del país eran la consecuencia última de una migración desbocada. Así, Berlín apostó por el cierre del espacio Schengen como medida reactiva ante la alarma social creada por el asesinato de Solingen y los pésimos resultados obtenidos en Turingia y Sajonia. Craso error. Lejos de calmar a la opinión pública el mensaje que se lanzaba era muy claro: se legitimaba de manera concluyente el discurso que los reaccionarios llevaban lanzando desde hace meses y, por tanto, se aceptaba su diagnóstico. Alemania debe ponerse en alerta ante la amenaza cada vez más acuciante de la migración y del asilo.
En lugar de realizar un análisis tranquilo y reflexivo sobre las causas que habían llevado a las poblaciones del este alemán a optar por fuerzas antisistema como son AfD y la fuerza política que se dice de izquierdas liderada por Sara Wagenknecht (BSW), lo que se dio fue una respuesta histérica que no tranquiliza sino que alarma aún más a la población. Se optó por dar una respuesta populista ante movimientos de corte también populista. Y si esto es así, entonces ¿en qué se transforman los partidos que actúan del mismo modo? Las respuestas sencillas a problemas complejos no sólo no resuelven los problemas sino que los enquistan y generan aún más desconfianza en los partidos tradicionales.
Cierto es que poco se puede hacer en el medio plazo para terminar con una percepción que lleva ya treinta años creciendo entre la población de la antigua Alemania oriental, la que los lleva a decir que son los excluidos, los perdedores de la reunificación alemana. La que los hace verse como ciudadanos de segunda clase, con menores salarios y menor representatividad en lo órganos de gobiernos de la República Federal. Y la que los hace ver a las personas migrantes como sus rivales por unos recursos cada vez más escasos en un país que está ya muy cerca de entrar en recesión. Ante eso, AfD apuesta por el repliegue nacional, pero también lo hace Wagenknecht desde una posición obrerista de corte clásico. Alemania para los alemanes vienen a decir. Y a este carro también se sube una CDU cada vez más escorada hacia la derecha y que quiere tener una posición dominante de cara las elecciones generales alemanas de 2025. Poner la inmigración en el centro del debate y con una perspectiva de amenaza a la seguridad lo único que hace es alimentar todavía más a las pulsiones reaccionarias que viven entre nosotros.
El resultado en las elecciones en Brandeburgo ha sido tremendamente ajustado. Apenas un punto electoral separa a los socialistas de los ultras. Quedan aún más lejos los izquierdistas obreristas de BSW. Y, evidentemente, no se pueden extraer conclusiones generalizables para todo el territorio, pero lo cierto es que se pueden señalar tres grandes líneas que seguirán operativas en el contexto político alemán.
La primera, es que cuando el centro izquierda mantiene su discurso poniendo sobre la mesa cuestiones que tienen que ver con el clivaje de clase socioecómico, entonces resiste los envites de la derecha ultra. Esto es lo que ha permitido al partido socialista alemán mantener la victoria en unas elecciones que, por otro lado, han terminado con una foto finish muy igualada. Es cierto, que el propio líder regional de los socialistas Dietmar Woidke pidió al canciller Olaf Scholz que no apareciera demasiado, pero esto estuvo acompañado por una campaña electoral que dejó en los márgenes a la migración y se centró en cuestiones vinculadas con la economía y el empleo, los temas clásicos de la socialdemocracia y dónde todavía tiene predicamento.
La segunda tiene que ver con el rechazo que se produce contra la coalición de gobierno. Liberales y Verdes han perdido en estas regiones el poco apoyo que alguna vez tuvieron. Los socialistas, como se ha apuntado, salvaron la cara, pero por muy poco. Y lo que queda patente es que la llegada de fuerzas como AfD y BSW han llegado para quedarse en el sistema político alemán. En parte por haber sido capaces de agrupar el descontento ciudadano, en parte por la ausencia de reacción del lado del resto de fuerzas políticas que no están siendo capaces de virar con la contundencia suficiente.
Por último, es bien relevante observar cómo lejos de contener a la extrema derecha se está produciendo un proceso de normalización de sus propuestas políticas que cada vez más se expanden a más países y con más fuerza. El cordón sanitario a las fuerzas ultras puede ser una solución temporal, pero para poder vencerlas es imprescindible que aparezcan marcos y propuestas que sean una alternativa real y creíble para la ciudadanía y que no caigan en el populismo que dicen que combaten.
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