Dominio público

El destino y el azar

Mario Muchnik

MARIO MUCHNIK

Ciento cincuenta y cuatro muertos y una veintena de heridos. Sin dudas, cabe la palabra tragedia, que también cabe cuando muere una sola persona arrollada por un coche. En España, el número anual de muertos en carreteras ronda los tres mil. Es verdad que cada fin de semana los periodistas nos informan de los correspondientes números de accidentes, heridos y muertos. Muy raramente los reportajes sobre un accidente individual dedican más de un par de frases a cuestiones técnicas
–marca y antigüedad del coche, tipo de motor, última verificación en el taller, estado de la calzada, visibilidad, etc.– y casi nunca dicen algo sobre el inevitable reconocimiento forense, el dolor familiar, el lugar del entierro y demás datos individuales. Sería demasiado largo. Lo hacen cuando la tragedia es colectiva, no individual.

Por otra parte, cuando la tragedia es colectiva y es un acto terrorista, el asunto adquiere, como es lógico, un cariz político y la tragedia queda eclipsada, como no es lógico, por consideraciones que rayan lo electoralista. A veces, la tragedia colectiva es el resultado de algún "error humano" unido o no a una serie de decisiones desafortunadas de las propias víctimas. Bajo estas palabras se esconde, en quien las pronuncia, no sólo la posibilidad de una o varias meteduras de pata, sino algo mucho más profundo: la creencia en el destino como factor determinante de nuestras vidas. Pero nadie sabe qué es realmente el destino. ¿En dónde se aloja? ¿Es un ente material, una configuración particular de las moléculas y átomos que nos componen, una sustancia sutil que impregna nuestro cerebro? ¿Nuestros músculos? ¿O es pura voluntad divina?

Entre lo infinitamente grande –el Universo, digamos, al que se aplica la teoría de la relatividad, de Einstein–, y lo infinitamente pequeño –el átomo y el mundo subatómico, al que se aplica la mecánica cuántica de Planck y Bohr–, estamos nosotros y el mundo al que alcanzan nuestros sentidos y al que se aplica sin problemas el sistema de Newton. Es éste un mundo fácil de comprender, perfectamente determinado y en el que nada es meramente probable: si en un momento dado fuera posible conocer la masa y la energía de todos sus componentes, seríamos capaces de predecir con todo detalle el futuro, por los siglos de los siglos.

La imposibilidad de conocer en un momento dado la masa y la energía de todos los componentes del mundo introduce en el universo newtoniano un elemento extraño, que es el azar. Cuando chocan dos bolas de billar, conociendo sus masas y sus respectivas energías podemos (y los buenos jugadores de billar lo logran) vaticinar las direcciones y velocidades de las dos bolas después del choque. Como si en el fenómeno interviniera un destino infinitamente remoto y nosotros lo conociéramos.

Cuando un tren arrolla a una furgoneta el problema no cambia en su esencia. Lo que sí cambia es que en este tipo de choque intervienen muchos más factores que en el caso de las bolas de billar. Tantos, que no nos es posible conocerlos todos y uno por uno. Decimos: "El choque se debió al azar".

El azar, sin embargo, también tiene sus leyes, que son de tipo estadístico. Durante la blitz –el bombardeo nocturno de Londres durante la Segunda guerra mundial– no todas las manzanas de la ciudad recibieron bombas. Algunas nunca recibieron una bomba, mientras que otras recibieron varias y unas pocas recibieron muchas, como si los nazis se hubiesen ensañado con ellas.

Muchos londinenses estaban convencidos de que el Estado Mayor alemán seleccionaba, por razones recónditas, ciertas manzanas y perdonaba otras. Pero el análisis estadístico de esos bombardeos demuestra que las bombas cayeron todas según las leyes que rigen el azar. Los aviones descargaban sus bombas sobre Londres a ojos cerrados. Miles, millones de factores desconocidos intervenían para que cada una de ellas cayera donde caía. Ni designio diabólico ni voluntad divina ni, tanto menos, destino: sencillamente el azar. La tendencia a buscar las razones de los fenómenos poco frecuentes parece formar parte del modo de pensar de la especie, y lleva casi indefectiblemente a la religión.

Las personas que por razones fortuitas no subieron al vuelo de Spanair que se estrelló en Barajas, hablan de milagro, hablan de destino, hablan de algo misterioso que los favoreció sin que ellos lo supieran. Voluntad divina. Los familiares de los que sí subieron, igual pero al revés: designio diabólico. "Yo le dije que no viajara, que lo hiciera al día siguiente, que se marchara al día siguiente." Como si hubieran conocido las asechanzas de algún designio diabólico.

¿Es sobrenatural la naturaleza?, se titula un maravilloso libro de Simon Altmann en el que el autor, profesor en Oxford de origen argentino, analiza gran parte de los fenómenos naturales a los que el modo de pensar ancestral atribuye razones milagrosas. La insensatez de las varias pseudo ciencias que encuentran el favor de la gente impreparada –antaño, el estudio del vuelo de los pájaros o de las vísceras de animales propiciatorios; hoy día la numerología o la astrología– es exactamente comparable a la explicación neoconservadora de la evolución, la religión rebautizada designio inteligente.

MARIO MUCHNIK es editor y escritor

Ilustración de Jaime Martínez

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