Ricard Ribera Llorens
Politólogo
Las distintas encuestas electorales muestran un importante ascenso de Izquierda Unida y la pérdida de la mayoría absoluta por parte del PP. Sale de nuevo a escena el debate de las posibles alianzas de IU con el PSOE, como si hubiera una línea de continuidad entre una y otra formación. Se asume como válido el viejo esquema de la unidad de la izquierda, como si el PSOE no representara en si mismo todos los valores del sistema en crisis. Presuponiéndose además que el ascenso electoral de IU se debe a la consolidación de amplias capas de sectores transformadores que se sienten representados por Izquierda Unida, lo que conecta con la idea que desde el Gobierno se puede cambiar el sistema.
Los ejemplos de Andalucía y Extremadura nos indican lo difícil que es resolver el debate de las alianzas con el PSOE siendo minoría. Más aun cuando vivir en ese esquema de supeditación al sistema político ha convertido a IU en un partido del régimen, unas veces en el qué (contenido, análisis y alianzas) y otras veces en el cómo (acción institucionalizada). Para salir de esa situación a Izquierda Unida no le será suficiente con dejar atrás la propuesta política de la etapa de Llamazares. Debe consolidar su discurso de cambio de régimen en su acción política, asumiendo que la acción institucional es necesaria pero no suficiente para el cambio de sistema y el control de la herramienta Estado será consecuencia del cambio social.
El concepto político que considera el Estado el eje vertebrador más importante de las relaciones económicas y sociales, se ha quedado por el camino en la segunda mitad del siglo XX. Esa izquierda que ahora llamamos transformadora, al entrar en el juego institucional después de la II Guerra Mundial (en España después de la dictadura) se creyó la preponderancia estatal en lo económico y en lo político como lo esencial para el cambio, abandonando la política de movimiento y contestataria que le es propia. Al tener la preponderancia el Estado, se centra la expresión del conflicto de clase en las instituciones.
Con la pérdida de peso del Estado esa izquierda queda desubicada y sin herramientas para el cambio. Aunque asumamos que en su momento controlar la estructura estatal era ganar una gran parte de la batalla, considerar ahora que los cambios en las formas de la economía y, por consiguiente, en el dominio de clase se pueden atacar sin repensar los métodos de trabajo político supone empezar la partida con menos cartas.
La pérdida de preponderancia del Estado obliga a volver al origen, a concebir el cambio desde la hegemonía social y cultural a partir del trabajo de base y no desde la representación institucional. Pero el cambio en la composición de la clase trabajadora con unas formas de trabajo que dificultan identificarse como gran clase e individualizan las relaciones económicas, hacen difícil encajar la figura de partido y sindicato clásicos, poniendo en cuestión el propio concepto de representación.
El motor de cambio debe concebirse como distintos motores que acaban coordinándose desde las múltiples actividades colectivas a nivel social, tanto de protesta como de creación de democracia económica y social (cooperativismo, distintas formas de consumo responsable, banca ética, un sindicalismo de base que organice trabajadores para disputar qué hacer con la plusvalía en lugar de negociar conflictos puntuales). Para ello hay que actualizar el concepto de partido, pensar qué sería una organización de vanguardia para Lenin a día de hoy. Seguramente, más que liderar en todos los sentidos, sería estar incrustado en el movimiento, en el núcleo del conflicto sin voluntad de controlar el frente de masas sino de tejer complicidades. Acompañar más que liderar, empujar juntos para elaborar conjuntamente.
Unas complicidades que transformarían la herramienta política institucional, que no trabajara en solitario y no se sintiera el eje más importante que fija el camino. Siendo una parte más del conflicto, que debe ser útil para explicitar la contraposición entre los intereses de la mayoría frente a los de la minoría y ayudar a conseguir mayorías sociales suficientes entorno al interés de clase, que acabarán necesitando de la herramienta Estado para consolidar el cambio que nace en el trabajo social. Él ámbito institucional no puede pretender controlar todo lo político, sino que debe ser reflejo de los múltiples niveles y núcleos de conflicto convirtiéndose en una pata más.
IU sabe que tiene un patrimonio muy especial, sin ella y el PCE difícilmente puede construirse una herramienta social y política de cambio en España, pero ello no debe hacer caer en la autocomplacencia del monopolio porque sería poco ajustado a la realidad. IU no incluye todo lo que se mueve, y no todo el que les vota se mueve. Es decir, su subida electoral no supone a día de hoy un aumento considerable de la masa crítica para el cambio. ¿Están los electores de IU en el camino de la toma de conciencia y de cambiar sus hábitos en las relaciones sociales y económicas o más bien es un rebote frente a la situación catastrófica del sistema que se concreta votando al ‘menos malo’?
Plantearse grandes brindis ante el previsible crecimiento electoral de IU y pensar en posibles gobiernos de coalición con el PSOE, sin tener en cuenta que los votos no representan necesariamente una identificación con tu proyecto y que desde el Estado solo se puede aplicar un cambio parcial, es incurrir en el peligro del "pan para hoy, hambre para mañana". ¿Realmente se puede consolidar un cambio de fondo cuando se entienden las mayorías políticas como mayorías institucionales, en un marco conceptual del Estado del siglo XX y de la representación institucional?
Comentarios
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