Dominio público

Goodbye, Willy Brandt!

Willy Meyer

Eurodiputado y secretario ejecutivo de Política Internacional de IU

Willy Meyer
Eurodiputado y secretario ejecutivo de Política Internacional de IU

La decisión del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) de aprobar en referendo el acuerdo de gobierno con la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y la Unión Social Cristiana (CSU), ambos pertenecientes al Partido Popular Europeo, cierra un ciclo de la historia de la socialdemocracia europea tal y como se entendía en la década de los setenta del pasado siglo.

La ‘Gran Coalición’ ha obviado deliberadamente cualquier cuestionamiento de la actual dirección política y económica de la Unión Europea, del Fondo Monetario Internacional, del Banco Central Europeo y de la Comisión Europea, al compartir las decisiones derivadas del conjunto de los tratados europeos, incluido el Tratado de Estabilidad Presupuestaria que ha originado la mayor agresión a las conquistas sociales acumuladas en un siglo de las personas trabajadoras en Europa. Esto significa en la práctica el alineamiento definitivo de la socialdemocracia alemana al proyecto neoliberal europeo.

La socialdemocracia alemana decidió en 1959, en su Congreso de Bad Godesberg, renunciar al marxismo e iniciar una alternativa reformista sin cuestionar el capitalismo como respuesta al avance de los partidos comunistas. Desde el reformismo, aquella decisión pretendía contener al capitalismo en su estado más salvaje y depredador.

Los dirigentes socialdemócratas de entonces, Willy Brandt, Olof Palme o Bruno Kreisky, teorizaron y practicaron desde los gobiernos ese reformismo.

En la primavera de 1973 los partidos socialdemócratas de la entonces Comunidad Europea redactaron ‘40 tesis comunes para una Europa social’, donde concluían que en Europa, la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de las personas debería ser la medida para juzgar la efectividad de las actuaciones políticas.

Para alcanzar esos objetivos apostaron por una vía keynesiana, por potenciar la acción de los gobiernos para impulsar la economía, conteniendo la agresividad de un desarrollo capitalista sin regulación alguna.

En la correspondencia publicada en su día de los tres dirigentes socialdemócratas ya mencionados (La alternativa socialdemócrata, Editorial Blume, 1977), las propuestas y preocupaciones de la socialdemocracia tenían un nexo común: la defensa del reformismo para mejorar el sistema sin cuestionarlo, la necesidad de compatibilizar el libre mercado con la intervención pública de la economía, garantizar políticas fiscales progresivas para sostener el bienestar común de las personas, mejorar las condiciones de vida de las personas trabajadoras, sus salarios y pensiones y garantizar una planificación democrática de la economía.

Willy Brandt lo resumía de forma pragmática: "permitir el desarrollo de la economía de mercado hasta donde sea posible y aplicar la planificación estatal donde sea necesario".

Mucho más concreto fue Olof Palme: "la fuerza de la técnica y de la economía son decisivas para la configuración del futuro. Si los hombres desean hacerse cargo de ese futuro, estas fuerzas deben ser dirigidas y controladas democráticamente (...) La economía de mercado no puede ofrecer una solución válida para estos problemas. Estamos ante tareas de capital importancia para el desarrollo de la sociedad (...) decisiones tan importantes no se deben dejar en manos de intereses privados (...) No podemos permitir que el afán de lucro y el espíritu de competencia determinen la estabilidad del medio ambiente, la seguridad de empleo o el desarrollo técnico".

Esa idea troncal reformista ha sido abandonada paulatinamente por la socialdemocracia hasta defender desde los 90 al día de hoy la base de la desregulación del mercado como pilar fundamental del proyecto regional europeo.

Su acuerdo con la derecha europea en todos y cada uno de los tratados europeos, desde Maastricht a Lisboa, pasando por el Tratado de Estabilidad, fue deconstruyendo su pensamiento y práctica de los años 70. La socialdemocracia cogobierna la Comisión Europea con la derecha y liberales y mantiene gobiernos de coalición en los Estados miembros con fuerzas políticas conservadoras.

Su nexo de unión es hoy la desregulación, la moneda única sin Tesoro Público y un Banco Central Europeo al servicio de la especulación financiera sin control democrático.

Ahora bien, esa ruptura epistemológica no se ha realizado sin traumas. En Alemania, cuna de la socialdemocracia, el que fuera presidente del SPD, Oskar Lafontaine, y posterior ministro de Finanzas del Gobierno de Gerhard Schröder, renunció en 1999 a todos sus cargos gubernamentales y de partido posicionándose en contra de las políticas neoliberales de Schröder.

En 2005, Angela Merkel se convertía en canciller gracias a una coalición de gobierno con el SPD, precipitando la salida de Lafontaine del partido tras cuatro décadas de militancia.

En Francia, Jean-Luc Mélenchon, quien fuera ministro de Enseñanza Profesional de 2000 hasta el 2002 del Gobierno socialista de Lionel Jospin, abandonó por los mismos motivos al Partido Socialista francés tras su Congreso de Reims, en 2008.

En Grecia también relevantes miembros del PASOK abandonaron el partido al discrepar con la configuración de la coalición de gobierno favorable al Memorándum de la Troika.

En esos tres casos, la ruptura ha favorecido reagrupaciones en el seno de la izquierda anticapitalista.

La realidad es que hoy la socialdemocracia gobierna con la derecha (Grupo Popular Europeo o Grupo Liberal) o la deja gobernar con acuerdos de legislatura en 13 Estados miembros (Austria, Bélgica, Bulgaria, Croacia, República Checa, Alemania, Grecia, Irlanda, Italia, Lituania, Luxemburgo, Países Bajos y Rumanía) y donde gobierna sin acuerdo con la derecha o liberales, aplica disciplinadamente las políticas austericidas de la Comisión Europea, Banco Central y Fondo Monetario Internacional (Francia, Dinamarca, Malta o Eslovaquia).

El fin del proyecto socialdemócrata basado en la regulación del mercado, en la planificación pública de la economía, en políticas fiscales progresivas ha dado paso definitivamente al social-liberalismo, corresponsable del ataque más feroz y atroz del capitalismo salvaje en Europa.

Desde la izquierda marxista europea debemos tener en cuenta esta realidad y ser capaces de dar esperanza a una buena parte del electorado que culturalmente compartía el pensamiento socialdemócrata reformista, pero debemos hacerlo desde la convicción inequívoca de que el capitalismo es en sí mismo un sistema depredador para el ser humano y la naturaleza que en Europa está asolando el empleo, los salarios, las pensiones, los servicios públicos, los derechos humanos y la propia democracia. Todo ello sin pretender sustituir a aquella socialdemocracia.

El capitalismo en Europa ha traído la barbarie. Es hora de empeñar un esfuerzo colectivo que permita su derrota para avanzar hacia el socialismo.

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