Dominio público

EEUU: continuidad y cambio

Pere Vilanova

PERE VILANOVA

11-04.jpgEn estas elecciones norteamericanas, la atención del público está centrada en el suspense de la jornada decisiva. Por ello, quizá valga la pena intentar levantar el vuelo de la mirada a un nivel más superestructural, justamente para medir las dimensiones de lo que está cambiando. Observe el lector que, en general, los analistas –no todos igual de bien informados– intentan subrayar dos tendencias no fácilmente conciliables: por un lado, con el fin de estos ocho años de Administración Bush, se acaba una etapa de la política exterior de Estados Unidos. Aunque sería más prudente precisar que lo que se acaba es un cierto modo de hacer política exterior en Estados Unidos. Por otro lado, se insiste en que, de todos modos, los márgenes de cambio son más estrechos de lo que pueda parecer y, gane quien gane, el nuevo inquilino de la Casa Blanca se encontrará con ciertas limitaciones.

Todo esto se verá con el tiempo, pues, si bien es cierto que desde 1947 hay una considerable continuidad en el hecho de que el National Interest es el eje conductor de Estados Unidos, también es cierto que los modos y maneras de defenderlo han variado sustancialmente de una presidencia a otra. No fue el idealizado John F. Kennedy quién normalizó la situación de China en la sociedad internacional (en 1972), sino el criticado Richard Nixon. Se podría recordar que, detrás de casi todos los presidentes, lo que ha marcado a menudo la diferencia es la calidad del equipo asesor, sobre todo en materia de política internacional, de visión del mundo. Truman tuvo a Kennan, auténtico padre del concepto de Seguridad Nacional para el papel de Estados Unidos en un mundo global. Con guerra fría, con bipolaridad, pero ya global.

Obsérvese que, en medio de la actual crisis económica internacional, de repente todo el mundo ha recordado que las instituciones de Bretton Woods, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional fueron creadas ¡en 1944! Kennedy tuvo a varios asesores, pero la crisis de los misiles de Cuba de 1962 enturbió (junto con el envío de los primeros asesores militares a Vietnam) su balance de política internacional. Johnson, a su vez, arrastra ese pesado lastre de Vietnam. Nixon, con el sólido apoyo de Henry Kissinger, y Carter, con el también sólido Brzezinski como principal asesor, fueron los padres de los pilares del control de armas nucleares. Y Reagan, en realidad, es quien sacó todos los réditos, pues su principal baza fue la aparición de un personaje como Gorbachov, que tuvo el valor de certificar la derrota soviética en la carrera nuclear y la económica. Incluso Bush (padre), entre 1988 y 1992, tuvo a un hombre de la talla de James Baker, que ha sido radicalmente crítico con Bush hijo. Los años de Clinton, por una serie de circunstancias históricas, son los del auge del liderazgo con multilateralismo, de la búsqueda de acuerdos con los aliados, de los acuerdos de la OTAN con Rusia, incluso después de la acción de fuerza en Bosnia y en Kosovo, entre 1995 y 1999.

El gran cambio que coincide con el comienzo del siglo XXI es bien conocido: la elección de George W. Bush, más el 11-S, y la subsiguiente toma del poder en el entorno presidencial por el núcleo duro de los neoconservadores, que introducen una variable radical en los modos y maneras de la política exterior de Estados Unidos.

Pero todo esto ya es bien conocido o, al menos, casi todo el mundo tiene su opinión al respecto. Por ello, resulta muy interesante considerar algunos síntomas. Por ejemplo, el artículo de Condoleezza Rice de hace unos meses en Foreign Affairs proclamando la necesidad de volver a una política exterior basada en el realismo tradicional. No está mal, teniendo en cuenta el cargo que ocupa todavía hoy, por lo que significa de admisión de un fracaso.

Más interesante aún, el apoyo de Colin Powell a Obama, por motivos diversos, pero que tiene todo su simbolismo en el cargo que ocupó el interesado en la primera legislatura de esta presidencia Bush. Y a otra escala, tres declaraciones (dos artículos y una larga entrevista) de Francis Fukuyama a medios de comunicación europeos en las últimas semanas, en las que afirma, resumidamente, los siguientes extremos: ante todo, los fundamentos filosóficos de su pensamiento siguen vigentes, y pone como ejemplo el ascenso de China, aunque toma la precaución de decir que no es seguro que el experimento chino de modernización acabe triunfando. Afirma que respeta a su amigo y ex profesor Huntington, pero que no existen las "áreas de civilización" de la famosa tesis, excepto una, casualmente el islam. Apoyó la idea inicial de la intervención en Irak, pero afirma que fue mal preparada y peor ejecutada, hasta el punto de que acusa al Gobierno Bush de tener "una concepción leninista conservadora" del ejercicio del poder. Denuncia Fukuyama las derivas de una Administración que, dice, "ha dañado el modelo americano por el uso de la tortura, Guantánamo y las fotos de Abu Ghraib".
En síntesis, su tesis actual es que, gane quien gane los comicios de hoy, se acaba un ciclo de 30 años de política exterior, y que habrá que refundar el modelo. Concluye, textualmente: "Ha llegado la hora de dar una oportunidad a los demócratas". Puede sonar confuso, y a primera vista lo es, pero hay que reconocerle a Francis Fukuyama una considerable capacidad de plantear el debate en dimensiones más estratégicas que coyunturales, más teóricas y conceptuales que simplemente mediáticas. Desde luego, sigue sin reconocer que su tesis del fin de la Historia ha sido rebatida varias veces en casi 20 años. Pero, al menos, para debatir con él, hay que leerlo y luego construir un argumento de cierta dimensión.

Pere Vilanova es catedrático de ciencia Política y analista de estrategia en el Ministerio de Defensa

Ilustración de Iker Ayestaran 

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