Dominio público

A por él

Eva Mintenig

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Si no lo digo, reviento. Condeno enérgicamente la violencia extrema y racista de Sergi Xavier, pero quiero que alguien le ayude. Este chico necesita ayuda. Me sentí personalmente agredida cuando vi las imágenes grabadas en el metro de Barcelona, hará cosa de una semana, y no dudaba de que Sergi pasaría una buena temporada a la sombra. A todos nos ha violentado la desfachatez con la que el chico afrontaba el asunto los primeros días, y hemos cuestionado el auto del juez que le dejó en libertad provisional con cargos, aunque los juristas dicen que es ajustado a ley. La agresión, la reacción del chico, la resolución judicial, todo es, o parece, desmesurado. Y, a mi entender, también lo son la exhaustiva cobertura mediática y las barbaridades que se han visto y oído estos días en decenas de televisiones y emisoras de radio del país. El sábado por la noche estaba sola en casa, y se me ocurrió poner la tele. Me enganché, cómo no, a la simpatía del presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, explicando sus cuitas con el Rey. A continuación, anunciaban los rótulos, hablarían de la agresión de Sergi Xavier. Me quedé. Y lo que vi y escuché me dejó de piedra. "Vamos a por él", decían los SMS. "Sabemos dónde vive. ¿No tiene una abuela? Pues vayamos allá". Los presentadores, con semblante circunspecto, insistían en que se estaba fraguando una venganza de los grupos latinos violentos. Sólo faltó que precisaran la dirección del individuo. Me asusté tanto por la posibilidad de asistir en directo a un linchamiento público, que apagué el televisor. Sí, Sergi Xavier tiene una abuela. Tiene más de ochenta años, y cuida del chico desde que era pequeño, porque su madre le abandonó. El padre es alcohólico, y nunca se ha ocupado de él. "¿Y qué?", se dirán ustedes. "Hay miles de niños abandonados que no van por ahí pegando brutalmente a las chicas inmigrantes que viajan en metro". Cierto. No es una justificación. Pero yo me empeño en ponerme en la piel de cada uno, y en no juzgar de manera generalizada. Repito: la agresión a esta chica es deleznable y condenable. Pero ¿dónde se ha originado? En la falta de afecto, de educación y de atención, seguramente. ¿Cuándo ha obtenido Sergi Xavier atención? Cuando ha pateado de forma obscena y pública a una menor ecuatoriana en un vagón de metro y las imágenes han salido a la luz. Fotógrafos y cámaras de televisión, a puñados, le han seguido todo el día. Se ha convertido en el protagonista de la actualidad nacional, ¿quién lo iba a decir? "Es un macarra, a la cárcel con él". Es lo que pensé en un primer momento. Ahora, ya no. Ahora pienso que vivimos, afortunadamente, en un país rico que dispone de recursos (pagados por todos nosotros) para afrontar estos casos. Quiero que con mi dinero, que sufraga el tráfico de armas y el ejército, la sanidad y la educación públicas, se trate a este individuo. Que la asistencia social se haga cargo de él y de su abuela y que si, como parece, este chico padece un trastorno psiquiátrico grave, se le interne y se le recupere, si es posible. ¿Qué ganamos con recluirle, sin más, en un centro penitenciario? Que su odio y su violencia se acrecienten a medida que crece su miedo, nada más. Miedo a naufragar más todavía, a la condena de depender para siempre de la bebida y de la droga. Miedo a la agresividad que le lleva a insultar y a agredir al débil y al diferente. Cuanto más débil y diferente, mejor. Mujer, inmigrante, menor, indefensa. Lo que él ha vivido es que sus padres no han querido hacerse cargo de él: debe de ser que él es muy malo. El sábado lo decían en la tele: "El padre, sus razones tendrá para beber, y la madre, para abandonarle". Éste es el mensaje que se transmitió en un programa de máxima audiencia. Y no: "Si tienes un hijo, debes responsabilizarte de él". ¿Por qué hablo de Sergi Xavier? Porque creo que está muy desprotegido. A la víctima de su agresión la compadezco sinceramente y pienso que es totalmente injusto lo que le ha ocurrido. Está conmocionada y muy asustada, pero por suerte cuenta con una red familiar y de amigos que sin duda la ayudarán a superar el trauma. Y también, con la solidaridad y los recursos de nuestra sociedad. No quiero zanjar el tema sin hablar del testigo que presenció la agresión simulando que no se enteraba de nada. No es un cobarde. Es un chico superado por un miedo atroz. Quien no sea inmigrante, sometido a constantes violencias sutiles pero abrumadoras, que se halle de repente en una situación como ésta, que tire la primera piedra. Animo a sus vecinos a que dejen de humillarle e insultarle, y que hablen con él. La información es poder y sabiduría, y la ignorancia, un peligro para todos. Eva Mintenig es periodista

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