Dominio público

Elogio del laxante

Luis Sepúlveda

LUIS SEPÚLVEDA

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Sergio Cabrera, director de cine colombiano, me contó que durante la Revolución Cultural china los guardias rojos enardecidos y enfebrecidos ante los millones de trapos rojos –las banderas son trapos de colores– que llenaban Pekín, decidieron que el rojo era el color del movimiento, de la marcha imparable hacia el futuro, y por lo tanto resultaba contradictorio y burgués que el rojo de los semáforos detuviera, paralizara, inmovilizara a los vehículos del proletariado. Así que los millones de muchachos salieron a las calles, y en cada esquina un guardia rojo se encargaba de obligar a los conductores a saltarse el rojo con la consiguiente bronca de los policías de tráfico y de los que veían abollarse sus cacharros. Hubo bronca, mucha bronca, los chinos se la tragaron durante más de 30 años y para impedir que la bronca los consumiera ingerían laxantes, modernos o tradicionales, laxantes, así lo cuenta el premio Nobel de Literatura Gao Xinjiang. Ahora, al recordar aquellos años se ríen de los guardias rojos, de los semáforos y de ellos mismos.

Hará unos seis meses entré a una farmacia de Lavapiés a comprar aspirinas –soy adicto–, y me topé con un señor que sin dejar de sobarse la barriga preguntó si le podían aconsejar un buen laxante. La farmacéutica, muy solícita, le consultó si deseaba uno muy fuerte, a lo que el señor, sobando su barriga hinchada, contestó que sí, pero no tan fuerte como para poner en peligro el futuro de Navarra. Vaya bronca que se armó; unos criticaban la arrogancia de aquel hombre que exageraba su capacidad evacuadora, otros le recomendaban el españolísimo aceite de ricino y le sugerían una visita a los sanfermines, otros le acusaban de ser un nítido y desvergonzado practicante de la kale borroka en versión escatológica, y el pobre estreñido no dejaba de sobarse la barriga. No han pasado 30 años desde que la derecha anunció el Apocalipsis navarro, hubo elecciones, no pasó nada y, lo peor, nadie ríe al recordar el dramatismo cutre de los profetas del desastre, ni se pregunta qué pasó con el señor que simplemente necesitaba un laxante, tal vez para evacuar la bronca que lo pudría por dentro.

Mucho menos de 30 años, apenas unas horas han pasado desde que Zapatero recibiera en Moncloa al lehendakari Ibarretxe, y lo recibió ni más ni menos porque es deber del presidente del Gobierno recibir a los presidentes autonómicos, ésas son las reglas del juego institucional, pero lo que parece una perogrullada es, para los salvadores de la unidad de España, de la monarquía, de la bandera, de la familia y los toros asaeteados en Tordesillas, un motivo de bronca, antes, durante y después del encuentro. Es menester que hagamos acopio de laxantes, pues en estos momentos los filólogos de la FAES están examinando el discurso de Ibarretxe, con lupa miran frases alusivas a la negociación con ETA que el pretendido representante de todas las vascas y todos los vascos esgrime como una suerte de todo vale para salvarse a sí mismo.

La vocación natural de Ibarretxe es de levantador de piedras, deporte simpático, desde luego, pero que no reemplaza a un buen laxante frente al estreñimiento que ha provocado en el nacionalismo radical, de izquierda y derecha, el no rotundo del Estado de Derecho a las exigencias cerriles de ETA, y el apresamiento de aquellos que, desde el llamado izquierdismo abertzale (izquierda patriótica, ¿cómo se come eso?) hacen de mensajeros al servicio de un fascismo arropado en la ikurriña.

Ibarretxe dijo lo que tenía que decir; que las vascas y vascos quieren que el olmo de peras y que las vascas y vascos han decidido tempranear pues así se amanece más madruga. Vale pues, tenía derecho a eso, y Zapatero le ha respondido que tanto va el cántaro a la fuente que al fin se rompe, y que más vale pájaro en mano propia que en la del urólogo, es decir, le dijo precisamente lo que ajustado a derecho debía responder.

Pero la bronca ya se apropia de las tertulias, de las calles y una vez más España está en peligro. España es una nación en peligro constante cuando la derecha no ocupa el poder y la única salvación posible está en la bronca, esa bronca que entra por los ojos y las orejas hasta alojarse en el alma de los intestinos, todo lo obstruye, estanca, paraliza, y cuando los simples ciudadanos clamamos por un buen laxante nos indican que debemos esperar hasta las próximas elecciones.

Votar, sufragar, ejercer ese derecho que estuvo vedado durante 40 años en España, debería ser eso y nada más ni menos que eso. Jamás el acto de votar tendría que ser un eufemismo para evacuar la bronca contenida. El derecho a elegir a nuestros gobernantes no es un laxante, puesto que los laxantes son de uso inmediato, y uno de ellos, muy popular, se anuncia con una tonadilla que reza: "No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy".

La derecha española tendría que emplearlo y no dejar para mañana lo que debe hacer hoy, que es soltar el rencor, dotarse de un líder con algún atributo y alguna idea original propia de un hombre con pretensiones que vayan más allá de seguir siendo "un señor de provincias".

"No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy". Cuánta sabiduría puede contener la propaganda de un laxante, políticamente correcto, desde luego.

Luis Sepúlveda es escritor. Autor de 'Un viejo que leía novelas de amor'

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