Dominio público

Tras los atentados de Bombay

Nazanín Amirian

NAZANIN AMIRIAN

12-03-dominio.jpgEl "terrorismo islámico" se ha convertido en el recurso cómodo, aunque pobre y estéril, de los analistas políticamente correctos para explicar los conflictos que suceden en buena parte del mundo y, por supuesto, en los atentados de Bombay. El asesinato de varios judíos en un templo justificaría esta teoría, si no fuera porque se ha omitido un dato: no se trataba de Eliyahu, la gran sinagoga oficial judía, sino de un humilde local perteneciente a los ortodoxos Jabad-Lubavitch que se oponen al Estado israelí, por considerarlo ilegítimo. Esta corriente de origen ruso está liderada por Mendel Pewzner, quien recibió la medalla de oro en octubre de 2003 a manos de Putin, mientras se impedía la entrada a Rusia de Pinkhas Goldchmidt, gran rabino de este país, tras su visita a Israel. ¿Un inocente despiste informativo?
Otro elemento a resaltar ha sido la gran repercusión que han tenido esos ataques en los medios de comunicación occidentales, que les han bautizado como "el 11-S indio", pese a que los atentados perpetrados en los trenes y estaciones de la misma ciudad otro día 11, de julio de 2006, que dejaron cerca de 200 muertos, pasaron casi desapercibidos. Si el 11-S de Nueva York provocó la ocupación de Afganistán, ¿puede que el "11-S indio" dé luz verde a un consenso internacional para legitimar la intervención militar de la OTAN en Pakistán, que ya está en curso?
Más allá de quién haya sido el autor de los actos terroristas, será Islamabad quien pague sus temibles consecuencias, mientras la rentable bandera de la "guerra contra el terrorismo" seguirá siendo izada por Washington y sus aliados en provecho de sus agendas estratégicas.
En ese complejo guión hay tres actores principales –EEUU, Pakistán e India-– y un escenario: Afganistán.
La Casa Blanca, tras el fracaso de su plan A en Afganistán, que consistía en crear un gobierno central afín y fuerte, capaz de establecer la seguridad en lo que iba a ser nuevo bastión del Occidente en las fronteras de China, Rusia e Irán, lanza el plan B que propone desmembrar a Afganistán y Pakistán y convertir a la India en su nuevo aliado. Todo empezó cuando la coalición de militares y civiles fanáticos religiosos y corruptos que dirigen la peculiar República Islámica pretoriana de Pakistán, vio cómo EEUU incumplía su promesa de gratificarle por su lucha contra el terrorismo, haciéndole partícipe en el negocio de gas de Asia central, y permitirle el acceso a inmenso mercado de las repúblicas ex soviéticas. Aunque la guinda fue la visita de Bush en el verano de 2006 a Nueva Delhi. Pakistán ya había sido sustituido por su gran enemiga, la India, país que abandonaba su política No Alineada y, a cambio de defender la estrategia norteamericana en la zona –sobre todo con respecto a Irán–, recibía la grata noticia de que no sólo sus armas nucleares fabricadas fuera del Protocolo de No Proliferación de Armas Nucleares se volvían "legales" por arte de magia, sino que podrá almacenar uranio empobrecido, a pesar de lo dictado por el propio Bush tres años antes.
Y fue así cómo los generales encabezados por Musharraf, que guardaban en la retina la suerte de los ex aliados de Washington –Saddam Husein y los talibanes afganos–, decidieron elaborar su propia agenda y acercarse a los rivales del imperio. Con Irán firmaron un megacontrato para la construcción de un gasoducto llamado Paz y, con China, un acuerdo para levantar seis centrales nucleares. La reacción de la Casa Blanca fue rotunda: el influyente ex secretario de Estado Richard Armitage le amenazó con bombardear su país y devolverlo "a la edad de piedra". Y por si alguien pensaba en el transfuguismo, el 13 de mayo envió a Anne Patterson, experta en lucha contra las fuerzas antinorteamericanas en Latinoamérica, como nueva embajadora en Islamabad. El asesinato de Benazir Bhutto –la única líder de carácter nacional–, la posterior destitución del rebelde Musharraf y el establecimiento de un gobierno central sin autoridad y control sobre los territorios federales –que además no goza precisamente del apoyo del cerca del 70% de una población empobrecida– podrán acabar con el mapa actual de este país.

Es significativo que el informe del Consejo de Inteligencia Nacional de EEUU en 2005 previera un destino igual al de Yugoslavia para Pakistán.
A la vista de que los talibanes afganos ya están negociando con EEUU para gobernar el sur del país a cambio de abandonar el resto, los generales pakistaníes se han puesto manos a la obra y coordinan las redes de activistas contra la coalición occidental en las provincias de Wazirestán sur y norte y, de paso, han engendrado una nueva criatura talibaniana llamada "los hijos de la Patria". La iniciativa del presidente Zardari, muy próximo a los intereses de Washington, de clausurar el departamento político de ISI, organización que emplea a unos 55.000 hombres que en su mayoría pertenecen, como los talibanes, a la etnia pastún, así como su intento de mejorar las relaciones con Afganistán y la India, en un contexto de incertidumbre, ha unificado a los nacionalistas civiles y militares, religiosos o laicos para defender la integridad y soberanía del país a su manera: atentar contra la embajada india en Kabul, el 7 de julio, o contra Hamid Karzai, presidente afgano, el pasado mes de abril.
Mientras tanto, el Pentágono tiene un diseño de las nuevas fronteras de la zona: la creación de Pastunistán y el Gran Baluchistán. El primero integraría a los 43 millones de gentes de esa etnia repartidas entre Afganistán y Pakistán. El segundo, a partir de provincias con el mismo nombre en Irán, Afganistán y Pakistán, que en este país abarca el 45% de su territorio y la mayor parte de sus campos de gas y petróleo.
Resistencia hay y habrá. El jefe militar de Pakistán, Ashfaq Kayani, en un gesto de advertencia, el 3 de septiembre mandó abrir fuego a los helicópteros de EEUU que invadieron el cielo de su país y mataron a decenas de civiles. En el 60 aniversario de sus independencias, mientras India emerge, Pakistán corre el riesgo de ser sacrificado por Washington. ¿Para ganar en Afganistán? ¡Qué monumental estupidez!

Nazanin Amirian es Profesora de Ciencias Políticas en la UNED

Ilustración de Juan Osorio 

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