Dominio público

¿Hay que crecer para salir de la crisis?; ¿Qué significa crecer?

Félix Talego

Profesor de Antropología política y de las religiones Universidad de Sevilla

Félix Talego
Profesor de Antropología política y de las religiones Universidad de Sevilla

El agravamiento de la crisis está siendo aprovechado para reducir o desmantelar aquellas partidas y servicios que los ministros llaman "gasto social", para, aseveran, concentrar recursos en lo que llaman "inversión productiva". "Gasto social" sería todo lo que, según se afirma, no "crea" riqueza, como pensiones, ayudas a los  dependientes, vivienda social, etc. "Inversión productiva" sería lo que se destina a fines que, según las mismas autorizadas voces, sí "crea" riqueza y trabajo, como autopistas, trenes de alta velocidad, puertos, aeropuertos, y en esa línea. Es la jerga y el pensamiento neoliberal, o quizá no sólo neo, sino liberal a secas e incluso marxista; un lenguaje exitoso, casi de sentido común. Con él se intenta arrojar a las catacumbas propuestas incómodas, como la que representa la ecología política del decrecimiento. Sabido es que las luchas ideológicas tienen un decisivo campo en el lenguaje. ¿Quién se atrevería a objetar que se "crezca" y se "cree" riqueza y trabajo si se acepta que tales fenómenos pueden acaecer? Quien así proceda, más aún en el tiempo presente, se expone al vituperio.

Esto está ocurriendo con quienes no validamos los supuestos de ese lenguaje que, desde la ecología política, llamamos "crecentista". Se acusa a los decrecentistas de conservadores y malthusianos, de desconocer el socialismo y confundirlo con crecentismo vulgar, etc. Quizá sea simplificador reducir el socialismo en su diversidad a determinismo productivista, pero es desde luego un despropósito considerar malthusiano el decrecimiento. Malthus concibió, como una ley universal, que hay un desfase insalvable entre población y recursos, y que solo desastres o guerras pueden aminorarlo. Pero esto no es lo que plantea el decrecimiento, que se funda en que más recursos y energía no se traducen necesariamente a una vida mejor; que la vida es un fenómeno único que engloba la humanidad, que aunque eslabón fundamental, está integrada en el proceso ecosistémico; que ciertas actuaciones pueden incidir sobre el medio dañando la vida, elevada ésta, en su diversidad, a valor fundamental. Esta concepción es extraña a Malthus, y también que los recursos físicos son limitados: Malthus, como el resto de pensadores de aquella época, tenían una noción tan lejana del límite material que era prácticamente despreciable.

Se imputa también al decrecentismo un ciego afán por disminuir la producción en toda la línea, como si de una fijación se tratara. Y protestan: el problema no es el crecimiento sino el tipo de crecimiento; y amonestan: preveníos de los falsos profetas, que en nuestro tiempo se disfrazan con harapos decrecentistas. Y concluyen con la promesa de la redención: el Crecimiento os librará de la crisis y os llevará al Reino de la Abundancia. Este Paraíso de abundancia material (nutricio lo llamó Max Scheler) es el mismo para todas las variedades de crecentismo. Para todos ellos, la raíz de la crisis está en el poco crecimiento, y se rasgan las vestiduras cuando las estadísticas del PIB o PNB (las mismas que computaron como "crecimiento" los desembolsos públicos para mitigar los desastres de Aznalcóllar y del Prestige) registran "crecimiento" cero o negativo. Es llamativo que coincidan en este fetichismo del "crecimiento" tanto los seguidores de Smith como los de Marx, tan discrepantes en otros extremos. Se ve en ello que se trata de doctrinas emparentadas: crecimiento proponen los unos y crecimiento proponen los otros. Es solo después que cada corriente tiene su propuesta de crecimiento bueno. Los herederos de estas dos ideologías emparentadas creen que la riqueza se crea (crece), creencia que, como ha sabido ver J. M. Naredo, tiene concomitancias con la fe alquimista.

Pero la diferencia entre crecentismo (liberal o marxista) y decrecentismo no está, como los términos harían pensar, en apostar por "crecer" o por "decrecer", o en crecer por aquí o por allí, sino en creer o no que se puede crecer. Porque los crecentistas están convencidos de que los procesos de transformación del medio (particularmente los industriales) significan un incremento neto sin costos, o con costos menores; soslayan que tales procesos implican un metabolismo de materiales, energía y talento que, en muchos casos, provocan fehacientemente mal evitable. A. Huxley, en La filosofía perenne, calificaba de ciega arrogancia esta creencia: hay ceguera en pretender que se puede obtener algo por nada, en contra de toda evidencia y del saber de muchas culturas. Los griegos lo expresaban con los conceptos opuestos de hibris y némesis.

En fin, para los crecentistas, los sujetos sociales, al transformar el medio, crean la riqueza. Sin embargo, para los decrecentistas, la riqueza es otra cosa y no se crea o crece, sino que ha sido creada, la humanidad coevoluciona con la vida y es su albacea. La justificación última de la humanidad es para aquéllos crear transformando, para estos, administrar cuidando.

Hay todavía otra idea importante en los crecentistas. Me refiero a la concepción del ser humano como animal laborans, descollante en particular en los herederos de Marx. Según ella, el sujeto se afirma y realiza socialmente ("relaciones sociales de producción") modificando o transformando el medio, para lo que se vale de útiles. Y las distintas fases de la historia de la humanidad ("formaciones económico-sociales") vendrían determinadas por las relaciones que establecen los seres humanos entre sí y con el medio a través de esos útiles. Según esto, el ser humano se humaniza trabajando, definido este como toda labor que crea y sostiene un ámbito humanizado a salvo del proceso circular consuntivo de la naturaleza. Dicho con otras palabras: el ser humano se inviste en tanto que trabajador o, mejor, como clase proletaria ("sujeto histórico revolucionario"): trabajo, no alienado sí, pero trabajo en fin (del latín trepalium). Y claro, nos proponen salir de la crisis "creando" empleo. Contra este encumbramiento del trabajo protestó Hanna Arendt en tono casi iconoclasta: "hemos creado sociedades de trabajadores sin trabajo".

Hay enorme diferencia entre esta concepción y la griega de zoon politikon que acuñara Aristóteles. No puede servirnos, por su manifiesta inequidad, la solución de Aristóteles y los de su tiempo, que se valieron de esclavos para librarse del trepalium, pero si bajamos del pedestal al homo laborans y partimos de la radical afirmación de la igualdad esencial de toda persona, podemos transitar hacia propuestas novedosas en las que no haya que trabajar ni consumir tanto, distribuyendo con criterios de justicia y equidad lo necesario y el trabajo inevitable. Ello al tiempo que rescatamos la dimensión política de lo humano que invocaba Aristóteles, pues urge la repolitización de la ciudadanía.

Con todo, y a pesar de las enormes diferencias entre el socialismo democrático y el decrecimiento, hay un enorme espacio para el encuentro: sin ir más lejos, en la denuncia del golpe de estado a la democracia perpetrada por las finanzas internacionales.

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