Dominio público

Tarancón, el cardenal de la libertad

Jordi Bort

JORDI BORT
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Hace unos meses, el obispo Ramón Echarren, uno de los últimos obispos de línea taranconiana, denunciaba la afinidad del episcopado español con la derecha afirmando que existe en la actualidad "una estrategia de polarización con el Estado para que legisle de acuerdo con el Magisterio de la Iglesia". La reforma y la renovación del episcopado español que promovió el cardenal Tarancón, en plena sintonía con el papa Pablo VI, está siendo liquidada por los cardenales Rouco, Cañizares y García Gasco, de acuerdo con los nuevos aires que llegan de Roma.
Hace unos días, se clausuró en Borriana, ciudad natal del cardenal Tarancón, el año dedicado a conmemorar el centenario de su nacimiento. Vicente Enrique Tarancón fue un hombre que amó la libertad, porque amaba al hombre. Su trayectoria humana y episcopal fue siempre la de un hombre audaz, cordial y sencillo, que nunca tuvo miedo al futuro y que hizo del dialogo un camino de entendimiento y de apertura a la sociedad del siglo XX. Tarancón supo acoger y hablar con todos. Nunca excluyó a nadie, porque la libertad no entiende de exclusiones. Fallecido hace 14 años, el cardenal Tarancón fue el hombre que llevó a la Iglesia española del nacionalcatolicismo al aggiornamento del Concilio Vaticano II.
También fue determinante su papel en el difícil y complicado proceso de la Transición española, de la dictadura a la democracia. Su carácter abierto y amable, lejos de confrontaciones estériles, facilitó las relaciones de la Iglesia con el Gobierno democrático, primero con Adolfo Suárez y después con Felipe González, a diferencia de ahora, donde, un día tras otro, los obispos nos recuerdan, en las numerosas manifestaciones que convocan –o a las que se unen–, la persecución de la Iglesia. "No nos quieren", decía un prelado recientemente. Y Fernando Sebastián llegó a afirmar: "Con este Gobierno, la Iglesia se siente acosada y perseguida". Es inimaginable pensar en Tarancón encabezando una manifestación contra el Gobierno; era un hombre de dialogo, tanto a nivel eclesial como político.
Tarancón se encontraba muy lejos de las ideas del Catecismo Patriótico Español de Menéndez Reigada, que identificaba "la virtud cristiana de amor a la patria con la fidelidad a Franco". Como hombre de confianza de Pablo VI, fue enviado al Arzobispado de Madrid para que llevara a buen término la aplicación del Concilio en una Iglesia anclada en el nacionalcatolicismo y con obispos ocupando cargos en las Cortes franquistas. En sintonía con el nuncio Dadaglio, fue renovando el episcopado español: con suma inteligencia se iban ordenando obispos a sacerdotes de espíritu abierto y dialogante: Ramon Buxarrais, Jaume Camprodon, Alberto Iniesta, Díaz Merchan, Setién, Nicolás Castellanos, Javier Osés, Uriarte, Teodor Úbeda, Josep Mª Guix, Martí Alanis, el mismo Echarren...
Pero, con la llegada de Juan Pablo II al Pontificado, las cosas empezaron a cambiar. El mismo Tarancón fue relevado del Arzobispado de Madrid con una celeridad inusitada, fruto de la orientación conservadora del Papa, hecho que contrasta con la prórroga de casi tres años del actual cardenal de Valencia, caracterizado por su línea involucionista y de confrontación con el Gobierno. Juan Pablo II promovió un episcopado conservador, instalado en el aurea mediocritatis, como decía Martín Patino, vicario general de Tarancón. De hecho, los aires que llegan de Roma han impulsado obispos conservadores, muchos de ellos valencianos y muy alejados de la línea del Concilio. Obispos menos creativos, de poca talla intelectual, muy exigentes en el plano jurídico y moral, y pendientes del Vaticano. Tarancón, con su ironía tan característica, hablaba de la "tortícolis" de los obispos españoles de tanto mirar a Roma.
Por otra parte, y de acuerdo con el Papa Pablo VI, Tarancón paralizó todas las beatificaciones de los muertos de la Guerra Civil. Juan Pablo II, con la anuencia del cardenal Rouco, Cañizares y García Gasco, volvió a impulsar beatificaciones en masa. Por eso me han sorprendido las declaraciones del cardenal Rouco en la apertura de la Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, cuando afirmaba la necesidad de "saber olvidar... en virtud de una voluntad de reconciliación y de perdón".

Es paradójico que obispos que promueven beatificaciones masivas pidan ahora "saber olvidar" con respecto a la Ley de la Memoria histórica. Son unas palabras que contrastan con las de hace un año del obispo Ricardo Blázquez, anterior presidente de la CEE: "Deseamos que se haga plena luz sobre nuestro pasado: qué ocurrió, cómo ocurrió, por qué ocurrió... para evitar la pretensión de imponer a la sociedad una determinada perspectiva en la comprensión de la historia".
También me resulta paradójico que Rouco haya afirmado: "No son pocos los que manifiestan una justificada inquietud ante el peligro de un deterioro de la convivencia serena y reconciliada", cuando todos conocemos lo que se cuece en la cadena de radio de los obispos.
En 1977, ante las primeras elecciones democráticas, Tarancón se opuso a la creación de un partido confesional. Su visión de la realidad y su imparcialidad ante la lucha electoral le hacían ver que no era bueno que la Iglesia tutelara o se decantara –como pasa ahora– por un partido concreto. Tarancón tenía miedo de que un partido confesional amenazara la reaparición de rencorosas divisiones que habían obstaculizado la República. Con su humor tan característico, decía: "Me dan miedo los políticos de comunión diaria".
Por el contrario, ahora, en cada período electoral, siempre tenemos una nota de la Comisión Permanente de la CEE con "algunas consideraciones que estimulen el ejercicio responsable del voto". Qué diferencia con la homilía de Tarancón en la entronización del rey: "La Iglesia no patrocina ninguna ideología política, ni determinará que autoridades han de gobernarnos".
Si con la Carta Colectiva del Episcopado Español de 1937 se inauguró "una España que no podía dejar de ser católica sin dejar de ser España", con Tarancón se abrió otra etapa histórica, caracterizada por la libertad: "En el cristianismo, ha de haber un pluralismo que no solamente es legítimo, sino inevitable".
Y es que Tarancón fue un hombre libre y sin nostalgias, que apostaba por el futuro y abría horizontes nuevos, llenos de esperanza y de libertad: "El cristianismo ha de presentar su oferta, respetando la de los otros, ofreciendo sin imponer, invitando sin coaccionar". Ese era su mensaje.

Jordi Bort es Miembro de la Comisión del Centenario del cardenal Tarancón

Ilustración de Patrick Thomas 

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