Dominio público

Exilio permanente

Antonio Guterres

 ANTONIO GUTERRES

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Los refugiados son un símbolo de nuestros tiempos turbulentos. Cada vez que estalla un nuevo conflicto, los periódicos del mundo y las televisiones se llenan de imágenes de masas en movimiento huyendo de su propio país con tan sólo sus ropas a la espalda y las pocas pertenencias que son capaces de llevar encima. Los que sobreviven al viaje dependen de que los países vecinos tengan a bien mantener abiertas sus fronteras y de la capacidad de las organizaciones humanitarias para proporcionarles comida, cobijo y otras necesidades básicas.
Pero ¿qué pasa una vez que el éxodo se termina y que el mundo ha girado su atención hacia la siguiente crisis? En la inmensa mayoría de los casos, los refugiados son olvidados, obligados a pasar los mejores años de su vida en campamentos destartalados, expuestos a toda clase de peligros y con sus derechos y libertades seriamente restringidos.
El problema de las situaciones de refugio prolongadas ha alcanzado enormes proporciones. De acuerdo con las estadísticas más recientes de ACNUR, alrededor de seis millones de personas (sin contar con la situación especial de los más de cuatro millones de refugiados palestinos) han estado viviendo en el exilio durante al menos cinco años. Los refugiados se encuentran en esta situación en más de 30 lugares diferentes en todo el mundo, pero principalmente en países de África y Asia que además luchan por hacer frente a las necesidades de sus propios ciudadanos.
De hecho, muchos de estos refugiados están atrapados en los campos y comunidades en los que se alojan. No pueden volver a sus hogares, porque sus países de origen –Afganistán, Irak, Myanmar, Somalia y Sudán, por ejemplo– están en guerra o se producen graves violaciones de derechos humanos. Sólo un pequeño número de estos refugiados tiene la suerte de ser reasentado en Australia, Canadá, Estados Unidos o en algún otro país desarrollado. En la mayoría de los casos, las autoridades de los países en los que han encontrado refugio no les permitirán integrarse con la población local u obtener la ciudadanía.
Durante los largos años de exilio, los refugiados tienen que hacer frente a una vida muy dura y difícil. En algunos casos, carecen de libertad de movimiento y de acceso a la tierra, y les está prohibido encontrar un trabajo. A medida que pasa el tiempo, la comunidad internacional pierde el interés por este tipo de situaciones. Los fondos se agotan y los servicios fundamentales, como la educación o la asistencia sanitaria, terminan estancándose y deteriorándose.
Alojados en campamentos abarrotados, sin ingresos económicos y sin apenas actividades en las que emplear su tiempo, sufren todo tipo de males que aquejan las sociedades, como prostitución, violaciones y violencia. No es de extrañar que, a pesar de las restricciones, muchos se arriesguen a ir a zonas urbanas o intenten emigrar a otros países, poniéndose en las peligrosas manos de redes de traficantes de seres humanos.

Las niñas y niños refugiados sufren enormemente en estas circunstancias. Una parte cada vez mayor de exiliados ha nacido y crecido en el entorno artificial de los campos de refugiados. Sus padres no pueden trabajar y, en muchos casos, dependen de las escasas raciones de comida proporcionadas por las agencias de ayuda humanitaria. E incluso, si volviera la paz a sus países de origen, estos chicos regresarían a una patria que nunca han visto y cuya lengua local ni siquiera hablan.
Me parece intolerable que el potencial humano de tantas personas sea malgastado durante su tiempo en el exilio, por lo que es imprescindible que se den los pasos necesarios para buscar una solución a su apremiante situación. En primer lugar, se requiere un esfuerzo conjunto para detener los conflictos armados y las violaciones de derechos humanos que fuerzan a las personas a huir de sus países y las obligan a vivir como refugiadas. A este respecto, la ONU juega un papel particularmente importante, ya sea a partir de la mediación, de la negociación, del establecimiento de misiones de mantenimiento de la paz o del castigo a quienes han sido encontrados culpables de crímenes de guerra.
En segundo lugar, aunque los fondos sean escasos debido a la crisis financiera, se deben dedicar todos los esfuerzos a mejorar las condiciones de los refugiados de larga permanencia. Se debería poner especial énfasis en proporcionar a las poblaciones exiliadas una forma de ganarse la vida, educación y formación. Al poner a su disposición estos recursos, los refugiados podrían llevar una vida más productiva y gratificante y prepararse para el futuro, donde quiera que sea.
Finalmente, mientras no solucionemos las situaciones de refugio prolongadas trasladando a estas personas a regiones más desarrolladas, las naciones más ricas deberían demostrar su solidaridad con los países que albergan a un gran número de refugiados acogiendo a una parte de ellos, especialmente a aquellos cuya seguridad y bienestar corren un grave riesgo.
Este problema es responsabilidad de la comunidad internacional en conjunto y sólo se puede abordar de manera efectiva por medio de una acción colectiva coordinada. Debemos asegurarnos de que la asistencia proporcionada a los refugiados también beneficie a las poblaciones locales.
Asimismo, hay que animar a la comunidad internacional a proporcionar un apoyo adecuado a aquellos países que están dispuestos a nacionalizar a los refugiados y darles la ciudadanía. Y tenemos que establecer un enfoque más eficaz para el retorno y la reintegración de los refugiados en sus países de origen. De este modo, les permitiremos beneficiarse del proceso de construcción de la paz y contribuir al mismo.

Antonio Guterres es Jefe de ACNUR y ex primer ministro de Portugal
Ilustración de  Gallardo

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