Dominio público

Frente amplio constituyente

Felipe Alcaraz

@FelipeAlcarazM

Pixabay.
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¿Cómo intentas salir del laberinto, oh Ariadna, si el laberinto eres tú? Aunque más que un laberinto se trata de un debate. La izquierda española tiene un debate pendiente. Un debate fundamental. Un debate a corto plazo. Quizás un proceso constituyente interno. Sato Díaz ha señalado una serie de líneas que hay que tener en cuenta en un artículo de Público, donde intenta caracterizar el momento: "reconfiguración de las izquierdas para ampliar el espacio".

A veces es posible emplear pocas palabras para enunciar una alternativa. Es lo que intento, reteniendo la explicación de los condicionamientos y determinaciones previas. A mi juicio habría que intentar un frente amplio constituyente, en el seno de un programa participativo y una política de organización que intentara articular socialmente el problema; que intentara basarse en la organización, no en la comunicación; en la creación de hegemonía, no en el intento de seducción. Teniendo en cuenta, además, de que se trata de huir de una especie de "carmenización" del proyecto. Es decir, no se trata de superar, de poner entre paréntesis a los partidos, para iniciar la reconfiguración desde ciertos horizontes "nuevos" basados en hiperliderazgos y en estrategias de intercomunicación personal radicadas más en la política como mercado electoral que en la arena contradictoria de los conflictos sociales realmente existentes.

Alguien podría demandar mayor concreción, o un esfuerzo superior de síntesis. Incluso es posible que alguna persona preguntara cómo se puede resumir todo en una palabra. Y aquí cabría la pirueta temeraria (y tentativa) de aceptar el reto y responder: Chile. Es decir, si allí han sido capaces de articular un proyecto, ¿por qué no aquí, donde tanto aprendimos de Chile a partir de 1973? Pero, claro, es necesario admitir que no hay ejemplos, modelos, sino casos y que, por tanto, cada caso exige un trabajo específico, una elaboración determinada, teniendo en cuenta condicionamientos y determinaciones. Y enseguida se amontonan las preguntas y los problemas ante el enunciado inicial de frente amplio constituyente.

El caso es que la situación es desesperada, pero no grave (a tenor de la tranquilidad de ciertos dirigentes). La izquierda no deja de desaparecer en Europa, donde se reproduce un fenómeno casi general: al mismo tiempo que aumenta la ultraderecha, o se ultraderechiza la derecha, disminuye o aun desaparece la izquierda. Este giro del "mercado electoral" se da en todos los países de la vieja Europa, incluso en los barrios obreros, donde el malestar y la pobreza no encuentran alternativas en presencia, cauces organizativos para luchar frente a los coletazos neoliberales de una "nueva normalidad" que está consiguiendo empeorar la vida de los trabajadores, que está consiguiendo que los jóvenes vivan mucho peor que sus padres (esos padres y abuelos que deambulan a diario con el cadáver laboral de sus hijos y nietos a las espaldas).

Y la solución no está, aunque se intente, en concebir proyectos solo para una parte de la población, para aquellos que tienen alguna oportunidad de salvarse, amputando como inexistentes a los pobres, que, por ser imposibles (sería una insensatez considerarlos), son masivamente invisibilizados, siendo situados por tanto fuera del mercado electoral.

Se trataría, por tanto, en principio, de salir de nuestros laberintos interiores, para desembocar en la realidad material a través de procedimientos menos comunicativos que organizativos. Laberintos y discordancias muchas veces inexplicables, que expresan a veces madejas psicológicas y conflictos personales, que sería imprescindible superar. La creación de un frente amplio constituyente exigiría por tanto una catarsis previa que debería situarnos en otro terreno. A este respecto se impone un cierto ejercicio de reconciliación y de autocrítica que nos pusiera en el modo frente amplio, a la hora de allanar obstáculos e incidentes que en el nuevo "modo" no tendrían ningún sentido.

Y se trataría, también, a la hora de hablar de los problemas de la realidad existente, de recuperar los vectores esenciales que pueden darle velocidad y consistencia al proyecto. Nos hemos referido más arriba a los pobres, como expresión extrema de algo consustancial a la izquierda: la estructura económica, las relaciones sociales de producción. Nada es posible sin elevar este conflicto a núcleo mismo de la alternativa necesaria. Pero junto a este tema habría otros, que no se pueden archivar como pertenecientes al universo ideológico de las cosas prescindibles o no urgentes. Por ejemplo, el feminismo y el motor republicano de la alternativa.

Lo que quiero decir es que la alternativa necesaria no consiste en sindicalizar la política o, dicho de otra manera, es despolitizar (y aun más: desideologizar) el proyecto. Serían concesiones que cambiarían de sustancia la propuesta, que la harían imposible, generando en el fondo una situación de disolución de la izquierda. En el frente amplio constituyente, incardinado en el programa participativo, cada grupo o persona mantendría su identidad. Otra cosa equivaldría a generar, como únicamente existente, un espacio no político a la izquierda del PSOE, un espacio fundamentalmente sindicalizado.

Por eso es muy importante hablar, y asumir de forma programática y organizativa, asuntos tan importantes como el feminismo y la república. Ese feminismo de enorme amplitud social al que se llegó hace poco y que ahora presenta una cierta disfunción, como una especie de craquelado (red de fisuras) que lo han debilitado. E igualmente la conquista de la república debe ser un eje estructural. Hace unos días un periódico conservador, que a veces ha funcionado como el boletín oficial de la monarquía, decía que el porcentaje de ciudadanos que la prefieren frente a la monarquía es del 39%. No está mal. Pero no hay república sin republicanos activos. Y estos son temas que no pueden sindicalizarse. Que no pueden caer en una especie de precipitado de fisuras.

Hace poco, alguien, que no destacó en su día por la defensa de Pablo Iglesias, me decía que lo que ha pasado con este dirigente no es una entrega a cuenta, sino una derrota. Que nadie lo interprete, quería decir, como un lastre del que nos hemos desprendido para poder operar ahora de manera más moderna y adecuada. Como en su momento fue el caso de Julio Anguita, que también sufrió un ataque desaforado, en el caso Iglesias no habíamos tenido la suficiente fuerza ni arrojo, dijo, a la hora de ver el alcance del ataque del sistema y que ahora había que analizar aquello, hacer la autocrítica correspondiente y ocupar de nuevo nuestro sitio en la barricada.

En definitiva, de lo que estoy hablando no es de un proyecto comunicativo, basado en la imagen, sino de un proceso de trabajo unitario sobre contenidos y militantes, de cara a una fase constituyente republicana, y de aquí, de esta última cualidad, la importancia de los acuerdos en Euskadi y Cataluña, donde se ha producido la punta de lanza de la lucha por la república. En este sentido, no habría que fundamentar la crítica necesaria a estas torpes palabras que anteceden en una serie de dicotomías posmodernas: antiguo/moderno, viejo/joven o cerrado/abierto. O no se debiera coger el rábano por las hojas y decir que esto no es Chile. De acuerdo, no es Chile y la olla de la militancia constituyente ya estaba inventada. Solo falta coger en nuestras manos el caso de la izquierda española, aquí y ahora, e iniciar un proceso constituyente interno y externo.

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