Dominio público

Michal Kalecki en Long Beach. Dos relatos sobre el retorno de la inflación

Jorge Tamames

Investigador en el Real Instituto Elcano y autor de 'La brecha y los cauces'

Michal Kalecki en Long Beach. Dos relatos sobre el retorno de la inflación
personas viajan en un bote turístico debajo de contenedores de carga apilados en un barco de contenedores en el Puerto de Los Ángeles, el puerto de contenedores más concurrido del país, el 15 de octubre de 2021 en San Pedro, California.- AFP

El espectro de la inflación recorre el mundo. Desde el inicio de los confinamientos –que conllevaron estímulos económicos de emergencia y cambios dramáticos de consumo y producción–, la inquietud respecto al alza de los precios globales es recurrente. Pero para anticipar el impacto de la inflación hace falta entender sus aspectos distributivos, que no siempre –como se insiste desde las perspectivas ortodoxas– afectan antes a quienes menos tienen.

En primer lugar es necesario aclarar que no estamos, como sucedió durante crisis anteriores, ante un caso de Pedro y el lobo monetario. Los Índices de Precios al Consumidor (IPC) interanuales están al alza a ambos lados del Atlántico: 5,4% en Estados Unidos, 4,1% en Alemania, 5,5% en España. Esta tendencia responde al alza de precios en los mercados energéticos –gas, petróleo, electricidad–, sin los cuales la inflación subyacente es considerablemente menor. También se une a fricciones en las cadenas de suministros producidas por la reapertura económica poscovid. Estos cuellos de botella comerciales –que a su vez ponen presión al alza sobre el coste de transportar mercancías– van desde los microchips a la ginebra Seagrams, pasando por vidrio y material de construcción.

EEUU ofrece el mejor ejemplo de esta fricción. En los puertos de Los Angeles y Long Beach, por donde circula el 40% de la mercancía que importa el país, docenas de cargueros hacen cola para desembarcar. Joe Biden ha decretado que las instalaciones portuarias se mantendrán abiertas 24 horas al día, siete días a la semana par. Aún así será difícil para los estadounidenses realizar sus compras de regalos navideñas. En la Unión Europea, lo que genera consternación es el alza en los precios energéticos. Cabe recordar que estallidos de protestas previas, como la de los chalecos amarillos, respondían precisamente al aumento de los precios energéticos. En el mundo en desarrollo, es la subida en los precios de alimentos lo que podría generar revueltas, como las primaveras árabes de 2011.

Todo esto sorprende porque nos habíamos acostumbrado a vivir en economías híper-conectadas y sin inflación. Esa ausencia se debe –resumiendo y simplificando– a que a principios de los años 80 nos adentramos en un orden económico cuya prioridad era mantener la estabilidad de los precios. Con esa finalidad se desplegaron una serie de medidas –el debilitamiento de los sindicatos, la internacionalización de las cadenas de producción, la entrada de China en la economía global, el auge de las finanzas – que a menudo han repercutido negativamente sobre las clases medias y trabajadoras occidentales, pero produjeron un mundo sin inflación. Las inyecciones de liquidez masivas por parte de los bancos centrales en las crisis de 2008 y 2020 no alteraron esta realidad. Hace mucho que dejamos de vivir en un mundo en el que, como proclamaba Milton Friedman, "la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario".

John Maynard Keynes proporciona una máxima más útil en el prólogo de su Teoría general del empleo, el interés y el dinero. "La dificultad no radica en las ideas nuevas, sino en escapar de las viejas que, para quienes hemos recibido la formación más convencional, se ramifican hasta alcanzar cada esquina de nuestra mente". La inflación es un ejemplo perfecto: su retorno se inscribe en un conjunto de ideas convencionales e imprecisas.

El relato arranca en la República de Weimar. La hiperinflación de los años 20 laminó a la sociedad alemana y allanó el camino al nazismo. Alemania Occidental se propuso no repetir los errores del pasado y por eso estableció un prestigioso banco central, el Bundesbank, centrado en mantener la estabilidad de los precios. El valor de esta independencia quedó de manifiesto en la década de 1970. El Bundesbank fue capaz de navegar el fin del régimen monetario de Bretton Woods sin entrar en una espiral inflacionaria, como hicieron el resto de economías europeas y EEUU. Esto consolidó al marco alemán como moneda de referencia, y convirtió al Bundesbank en el modelo sobre el cual se proyectó el Banco Central Europeo, cuyo mandato original era mantener la inflación cerca pero por debajo del 2%.

Combatir la inflación es vital porque, como acaba de explicar la economista Carmen Reinhart, "es un impuesto regresivo que les pega especialmente a los pobres". La publicidad del BCE también insiste en que, cuando la inflación crece, los primeros perjudicados siempre son los más humildes. Si los precios se disparan, será necesario subir los tipos de interés y cuadrar el gasto público, incluso a costa de socavar la recuperación poscovid. Es una hoja de ruta brusca, pero apenas nueva: en 2011 el presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, tomo esta decisión para contener una inflación más bien modesta en medio de una recesión económica. El caso paradigmático es el de Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal que subió los tipos de interés norteamericanos hasta un 20% a principios de los 80: una sucesión de descargas dolorosas para la economía global, que hizo descarrilar la presidencia de Jimmy Carter pero logró zanjar la inflación de la década anterior.

Existe una interpretación alternativa de este relato. Estudios recientes señalan que no fue la hiperinflación de los años 20, sino las políticas de austeridad en los 30 las que generaron un desafecto que se tradujo en apoyo a los nazis. Los 70 también ofrecen moralejas distintas. La inflación de aquella década no se debió exclusivamente a las políticas fiscales o monetarias ni las crisis del petróleo, sino a la elevada militancia sindical. El problema lo había identificado en 1943 el macroeconomista polaco Micha? Kalecki: en sociedades sin paro y con una mano de obra altamente sindicalizada, tarde o temprano se desencadena una presión salarial sostenida. Debidamente organizados, los trabajadores son capaces de obligar a las empresas a promover subidas de salarios que no se corresponden con los incrementos en su productividad laboral. Esto termina desatando la inflación. En base a esta intuición, Kalecki fue capaz de predecir el desenlace de los 70:

Es probable que se forme un poderoso bloque entre las grandes empresas y los intereses de los rentistas, y es probable que encuentren más de un economista para declarar que la situación es manifiestamente insostenible. La presión de todas estas fuerzas, y en particular de las grandes empresas, induciría muy probablemente al Gobierno a volver a la política ortodoxa de reducción del déficit presupuestario.

Siguiendo esta perspectiva sobre la inflación, contenerla importa porque, si alcanza cifras de dos dígitos, se convierte en un problema para el conjunto de la sociedad. Pero el impacto de una inflación moderada no recae en primer lugar sobre los más pobres. Como señala Wolfgang Streeck, estaríamos ante un fenómeno distributivo antes que monetario:

La inflación afecta principalmente a los acreedores y poseedores de activos financieros, entre los que no se hallan en general los trabajadores (...) Dado que ambos bandos se basan en ideas mutuamente incompatibles sobre lo que es suyo por derecho –uno insistiendo en los derechos asociados a la ciudadanía y el otro en los de la propiedad y el poder de mercado–, la inflación se puede considerar también como una expresión de anomia en una sociedad que, por razones estructurales, no puede alcanzar criterios comunes de justicia social.

Entendida así, una inflación moderada, si coexiste con crecimiento económico, puede jugar un papel constructivo. Facilitaría el desapalancamiento de los sectores público y privado en Europa. El fenómeno que conviene evitar a toda costa es la deflación, que de hecho amenazaba a la zona euro hasta la aparición del Covid-19.

¿Qué relato es más preciso para entender el mundo en que vivimos? La inflación actual coincide con un crecimiento elevado, así que los relatos más alarmistas no se sostienen. La perspectiva distributiva ahora es más pertinente que la monetaria. Sin embargo, tampoco atravesamos un ‘momento Kalecki’. La vuelta a la normalidad está generando un repunte de la actividad sindical en EEUU, cuyos trabajadores acumulan décadas sufriendo una erosión de sus derechos laborales. Pero los índices de afiliación sindical del país permanecen en mínimos históricos, y la presión que actualmente ejercen sus sindicatos sobre las cadenas de producción sería imposible de sostener sin los cuellos de botella puntuales que genera el retorno a la normalidad.

El panorama no invita a la complacencia. El desabastecimiento ya está recortando las perspectivas de crecimiento económico. El alza de los precios energéticos y alimentarios puede producir estallidos políticos inesperados. Tampoco parece que la escasez productos como los microchips vaya a desaparecer a corto plazo.

Todo esto refuerza la propensión a entender lo que sucede atendiendo al relato convencional sobre la inflación. El riesgo es que esta inquietud gripe la recuperación económica. La Reserva Federal considera subir los tipos de interés a partir de finales de 2022, lo que rebajaría las perspectivas de crecimiento económico dentro y fuera de EEUU. En la UE queda por ver qué posiciones adoptan el BCE, el futuro gobierno alemán y el nuevo presidente del Bundesbank.

Durante la última década se ha priorizado la política monetaria sobre la fiscal en las respuestas anticrisis. Este desequilibrio debe corregirse. La solución pasa por retirar las inyecciones de liquidez masiva de los bancos centrales, que por lo general han beneficiado más a los accionistas que al ciudadano medio. Pero el esfuerzo tiene que venir acompañado de una inversión pública más proactiva. Lo que de ningún modo funcionará es recurrir a la hoja de ruta que prescribe el relato convencional. El retorno de la inflación nos emplaza a combatirla con ideas nuevas.

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