Dominio público

Casado puede gobernar, pero tú no puedes votar con 16

Ana Pardo de Vera

No hace falta tener 40 años ni la carrera (veloz) de Derecho y un máster para saber que la energía solar se acumula para ser usada en horas nocturnas o sin sol. Me cuesta creer que el error del líder del principal partido de la oposición, Pablo Casado, vaya más allá de no haberse expresado bien en lo suyo de que la factura de la luz sube a las 20:00h porque es de noche. Me cuesta creerlo y no quiero, además, porque el presidente del PP puede llegar a gobernar España algún día, con permiso de Isabel Díaz Ayuso, y yo necesito dormir razonablemente bien para informar sobre ambos y otros/as durante el día... y durante la noche, porque las informaciones también se acumulan en esa Red que no es la eléctrica.

Las declaraciones de Casado han ejercido de guinda del pastel elaborado con las conclusiones de la cumbre del clima celebrada en Glasgow, la COP26, que han venido a ratificar este fin de semana que el mundo es cada vez más desigual y quienes están en inferioridad de condiciones deben desistir de buscar solidaridad también para las consecuencias nefastas de la emergencia climática que ya vivimos. Parece que no tenemos apenas gobernantes interesados y preocupadas realmente por los efectos que esta urgencia tiene sobre nuestras vidas y la de quienes vienen a sustituirnos. Sobre todo, de ellos y ellas.

En España, a los hechos me remito: ahora mismo, las encuestas nos dicen que si se celebran elecciones generales, puede presidir el país un señor que no tiene idea del mecanismo más básico de una de las fuentes de renovables más elemental; un político al que lo único que se le ocurre es explicarnos que de noche no hay sol y que por tanto, debemos encender la nuclear de nuevo, cuando éste es un debate felizmente superado en España. Lo mejor de todo es que este político del Partido Popular tendría de socio prioritario a Vox, un partido negacionista del cambio climático y cuyo líder, Santiago Abascal, para intentar captar a votantes verdes prologando al ultraconservador Roger Scruton y su Filosofía Verde, apuesta por decir que le encanta el campo español para los españoles de bien, tradiciones como el maltrato animal y su hermana la caza o la repoblación de territorios vacíos, por ejemplo, a base de instalar macrogranjas que den trabajos precarios, contaminen los ríos y al Mar Menor y machaquen a los animales con un sufrimiento inhumano para llenar el insaciable buche carnívoro del sistema neoliberal y su negocio. Todo bien, pero mucho mejor junto a las nucleares de Casado y Emmanuel Macron en vísperas electorales...

El PP y Vox, de hecho, han optado por burlarse de las reivindicaciones  de Greta Thunberg, que más allá de su icónica figura, representa la que ya llaman ecoangustia o ecoansiedad de jóvenes que ven peligrar su futuro por el empeoramiento de la crisis climática, y no solo en forma de fenómenos medioambientales cada vez más extremos, sino en modo de amenaza constante multilateral. En datos, el cambio climático es ya el segundo problema más grave para los jóvenes españoles (48% lo han reconocido así), solo por detrás de la situación económica y el desempleo. Los datos fueron extraídos por la agencia EFE el pasado mes de abril de la encuesta elaborada por la UE, dentro del proyecto Climate of Change que ha contado con la opinión de 22.000 jóvenes entre 15 y 35 años de 23 países.


Efectivamente, la preocupación sobre la emergencia climática que nos hace visualizar a nuestros hijos y nietas viviendo en plena distopía fílmica es sobre todo, de la juventud y debe ser escuchada, no solo a través de manifestaciones en la calle, que también, sino en las urnas. Los estudios sobre las generaciones que vienen nos hacen ver que si están preocupados por los efectos de la emergencia medioambiental es porque están informados sobre ella. Es más, creo que a día de hoy, podemos decir sin temor a equivocarnos que están mucho mejor informados que Casado y sus noches lógicas sin energía solar o Abascal y su pensamiento ecotaurino.

La juventud española, al menos la que suma cerca de un millón de jóvenes entre 16 y 18 años (926.323, según el INE), debería pronunciarse en las urnas sobre una de las cuestiones que más le preocupa sobre su futuro y que tiene, en definitiva, mucho que ver con el resto, sea la situación económica, la falta de empleos o su precariedad. Votar a partir de 16 años ya era una cuestión fácilmente asumible en una sociedad que a esa edad permite tomar decisiones clínicas, trabajar o pagar impuestos, pero es que, además, los argumentos en contra, como la falta de formación para ser conscientes de la realidad condicionante del sufragio o la irreflexión de la adolescencia -que lo sigue siendo a los 18- ya no tienen sentido en el siglo 21. La coherencia nos dicta que el plan para luchar contra la mayor emergencia global a la que nos enfrentamos debe contar con la voz y el voto de las personas que más van a sufrir sus consecuencias y la del cambio cultural que conlleva intentar bloquearlas. Y si es en 2023, mejor.

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