Dominio público

Compañeros del metal

Ana Pardo de Vera

La precariedad y hasta la pobreza laboral cotizan al alza en las estrategias de negocio, y eso es porque llevamos años permitiéndolo en nombre de la falsa libertad, la neoliberal destroza-derechos. Este mismo jueves supimos que la plataforma británica de reparto a domicilio Deliveroo abandonará España el 29 de noviembre, tras oponerse con fiereza a la ley rider del Gobierno, que obliga a convertir a los repartidores autónomos en trabajadores asalariados y, por tanto, a aumentar costes laborales. "¿Cómo vamos a aceptar esta ley y renunciar a los beneficios millonarios que nos otorga la precariedad rampante de nuestros repartidores?". A quién se le ocurre...

Ahora, los neoliberales que defienden esta ley de la selva a favor de las multinacionales y la anulación de los derechos de los/as trabajadores atacan al Gobierno, particularmente a Yolanda Díaz, ministra de Trabajo, sin ser conscientes sus apoyos obreros de que aceptar unas condiciones laborales cada vez más degradantes es pegarse un tiro en el pie y acabar pagando por trabajar, además de llevar a la ruina a las sociedades ahogándolas en desigualdad. Con todo, la ley rider, como informaba este jueves el periodista Javier Ruiz en Hora 25 de los Negocios (Cadena Ser), tiene profundas lagunas que permiten a las plataformas saltársela alegremente, incluso porque pagar las multas resulta más ventajoso que respetar derechos. "Faltó ambición en el diseño de la ley", explican los analistas laborales y reconocen en privado los sindicatos.

En plena negociación de la reforma laboral, para tratar de acabar con las penurias incluidas en la norma de 2012 aprobada por Mariano Rajoy y la patronal, sin el apoyo sindical, las protestas en la calle van cogiendo fuerza y reclamando la atención de los distintos gobiernos, el central o los autonómicos en función de los sectores afectados. Destacan el sanitario -no, no salimos mejores de la pandemia, aunque ni siquiera hayamos salido de ella- o, por su capacidad de movilización, el sector del metal, donde las condiciones precarias de sus trabajadores se han ido trabajando a fondo por parte de las grandes empresas desde hace décadas, como denuncian trabajadores y sindicatos.

En Cádiz hemos asistido a una coordinación, resistencia y contundencia en las manifestaciones del sector que está sorprendiendo, incluso, a los más escépticos con la eficacia de la toma de calles y carreteras. Algunos políticos, para bien o para mal en función del sesgo neoliberal, creen que empieza a haber un antes y un después en este conjunto de movilizaciones que corona la espectacular huelga gaditana en las portadas de prensa e informativos. Las reivindicaciones de estos trabajadores son conocidas y pueden extrapolarse al general: salarios dignos y convenios sectoriales ídem. En esa batalla se encuentran, precisamente, Gobierno y sindicatos contra las resistencias de una patronal a la que, obviamente, se le exigen renuncias a injustos privilegios adquiridos con la reforma laboral del PP.


Hay, no obstante, un elemento diferencial que llama particularmente la atención en el caso de las movilizaciones de Cádiz y explica muchas cosas: el fuerte componente sindical. Sin obviar, ni mucho menos, las críticas que varios trabajadores hacen hoy del papel de las dos grandes centrales, CC.OO. y UGT, particularmente por decisiones tomadas en el pasado desde Madrid que los gaditanos creen que puede haber agravado la situación actual, la importancia de los sindicatos en la conquista y defensa de los derechos laborales es un hecho que se confirma rotundamente en el caso gaditano. Cuanto mayor peso de estos/as representantes laborales en las empresas, mayor organización, empuje y visibilidad también en las reivindicaciones.

Existe una obsesión histórica por parte de la (ultra)derecha de cargarse a los sindicatos, de enfangar su función con acusaciones de vagos, chupópteros y freno del progreso liberal (o sea, de la explotación laboral) Cierto es que los sindicatos han contribuido lo suyo, por ejemplo, con casos de corrupción o sonadas connivencias con el poder político y económico, por ejemplo, en el caso de José María Fidalgo, exsecretario general de Comisiones Obreras, estrella de la FAES de José María Aznar y protagonista de varios asuntos turbios que destapó Manuel Rico en Público durante su liderazgo en el sindicato.

Decir, no obstante, que los sindicatos son una panda de golfos y vividores, como argumenta la (ultra)derecha una y otra vez, es como decir que la política y los partidos son ídem porque el Partido Popular ha tenido durante la mayor parte de su historia un sistema general de financiación ilegal. Los sindicatos son imprescindibles, como los partidos políticos, y lo están demostrando en la negociación con el Gobierno y la patronal, pero también en las calles y carreteras de Cádiz. Hay que reforzar ese potencial de lucha por nuestros derechos laborales y reconocer su labor en la lucha democrática de este país y de tantos otros, nos va la dignidad en ello.


Queríamos o disco de platino, nos deron o disco da radial, compañeiro do naval, Xtraperlo, "O Metal".

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