Dominio público

Si la montaña no va a Francisco...

Ana Pardo de Vera

Hace tiempo que el Papa Francisco no es bienvenido en la mitad (ultra)derecha del Congreso. PP y Vox son más de los movimientos evangelistas asentados cada vez con más fuerza en América Latina, en detrimento de la iglesia católica, y emparentados ideológicamente con el autoritarismo de allá, sobre todo, en lo que se refiere a la defensa de la familia tradicional o la lucha contra el aborto, la eutanasia, los movimientos LGTBI y otras minorías discriminadas también por el catolicismo.

Los viajes de Santiago Abascal (Vox) y sus diputados, así como ahora los de Pablo Casado (PP imitando a Vox), al otro lado del Atlántico, no son los de un par de exploradores en busca de la urna perdida, sino que saben perfectamente a qué van: a buscar apoyos entre los mismos que en su día los obtuvieron de EEUU. Intolerantes, autoritarios, homófobos, machistas, populistas... las comunidades evangélicas vienen a llenar el vacío de sectores sociales decepcionados con el catolicismo o con los políticos de izquierda, que no dan salida a sus problemas de pobreza y precariedad. Las organizaciones neopentecostales van mucho más allá que las comunidades católicas y funcionan como empresas, a grandes rasgos, que van surgiendo como setas a lo largo y ancho del continente americano. Tienen sus líderes carismáticos, sus cantantes, sus televisiones, sus exorcismos... y a sus políticos de derechas y neoliberales, a los que sirven como captadores de voto. Como en la inquietante serie argentina El Reino (Netflix), los evangelistas del siglo 21 pueden llegar a decidir quién gobierna y quién no según su expansión va consolidándose en los países.

A la (ultra)derecha, por tanto, es imposible que le agrade un Papa que, con todas sus limitaciones de Papa, por ejemplo, en la defensa de la igualdad y los derechos sexuales, en estos momentos ha decidido priorizar en sus mensajes la defensa de los derechos humanos que ha destrozado el capitalismo salvaje, como la acogida digna de migrantes y refugiados, el derecho a habitar un planeta sano, a comer varias veces al día, a un trabajo digno, a una vivienda ídem o a que no te colonicen para explotar tu territorio e imponerte otra cultura a la fuerza.

La diferencia entre Francisco y los evangelistas es que el mensaje solidario del Papa pretende llegar a todos/as, independientemente de su condición y circunstancias, mientras que los evangelistas te acogen a cambio de que aceptes sus preceptos: familias heterosexuales con hijos, patriarcado, homofobia o mujeres sin derechos, entre otras lindezas de progreso, incluido el voto conservador neoliberal por el que trabajan en un intercambio de favores de poder.


El tema de los movimientos pentecostales de este siglo, que he tratado de apuntar aquí en líneas generales, es complejo y hay mucho escrito sobre ellos de investigadores sobre el terreno, sean Brasil, Chile, El Salvador, Argentina y, en menor medida, República Dominicana, Costa Rica, México, Guatemala o Perú. La visita al Vaticano de Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda del Gobierno de coalición, invitada por el Papa Francisco este sábado 11 de diciembre, no puede desvincularse de lo que está pasando en el mundo occidental con el avance de la ultraderecha xenófoba, machista, racista u homofóbica, sostenida por estos evangelistas y otros movimientos ultracatólicos, así como de la pérdida de vocaciones y fieles que está teniendo la iglesia católica.

Yolanda Díaz no es creyente, es una mujer de izquierdas y su posición y la de Unidas Podemos sobre la influencia de la iglesia católica en la política española es de sobra conocida: la vicepresidenta aboga por un Estado laico, donde las creencias religiosas sean respetadas y pertenezcan al ámbito privado de la gente. Eso no quita, no obstante, que comparta objetivos con los cristianos de base -entre los que se encuentran numerosas asociaciones solidarias, empezando por Cáritas; parroquias de acogida de marginados sociales, o religiosos y religiosas que hacen una labor impagable en la protección y atención a niños migrantes solos, refugiados, pobres, mujeres maltratadas, víctimas de trata y explotación sexual o laboral...-, que en demasiadas ocasiones suplen la ausencia del Estado. Cristianos y cristianas, sin más, cuyos valores es imposible no compartir, independientemente del dios en el que crean.

A tenor de algunas de las declaraciones de Francisco en los últimos años, pareciera que el Papa está por la labor de demostrar que la Santa Sede y sus representantes más poderosos en los distintos territorios deben regresar a los valores más elementales del cristianismo para recuperar a fieles desencantados por los múltiples escándalos y delitos asociados al mando católico y vinculados a posiciones de abusos de poder -incluido y sobre todo, el sexual- y a la corrupción que representa todo aquello que el catolicismo prohíbe a sus creyentes. Si ése es el plan de Francisco y ése el motivo de sus intentos de alianzas con sectores progresistas, como el que está definiendo Yolanda Díaz y que defiende sus mismos valores sociales, bienvenido sea el sorprendente y rápido movimiento de invitarla a Roma. Permítanme, en todo caso, el escepticismo, sobre todo, como mujer feminista. Ojalá me equivoque.


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