Dominio público

Casado, ni trabajadores ni empresarios ni Papa ni UE

Ana Pardo de Vera

No ha sido la mejor semana para Pablo Casado, pese a la Nochebuena que confío hayan pasado con salud él y su familia. El intento del presidente del PP por recuperar al electorado de Vox, que fue suyo hasta hace unos años, le está llevando a dar tumbos que se traducen no solo en sus intervenciones públicas faltonas y sin propuestas, en línea con el partido de ultraderecha y en contra muchas veces de sus propios barones, sino en la pérdida de oportunidades para demostrarse como una alternativa de Gobierno.

Casado no acaba de asumir el viejo axioma de que entre la copia y el original, la gente siempre prefiere el original; es decir, entre un PP con aires de extrema derecha y un Vox de extrema derecha pura, los votantes que busquen esa radicalidad deslegitimadora y golpista contra el Gobierno de coalición, anteponiendo una dictadura a un Ejecutivo democrático, siempre elegirán a la formación de Santiago Abascal. Por encima, los electorales más radicales y más fieles al PP tienen en la presidenta de la Comunidad de Madrid la versión más genuina de un Partido Popular parecido a Vox, pero sin ser Vox, que eso del neofascismo declarado siempre da cosita. En estos momentos, Isabel Díaz Ayuso es la única en el PP que puede captar el voto de la ultraderecha desde la difusa frontera de sus políticas y las de Vox, con quien no tiene ningún complejo a la hora de pactar.

Esta semana, Pablo Casado ha tenido, al menos, una gran oportunidad de demostrar que se toma lo suyo en serio y que quiere gobernar para todos: con el apoyo a una contrarreforma laboral consensuada, contra todo pronóstico y en un logro histótico, con sindicatos y patronal, trabajadores y empresarios. Ha dicho que el PP no la va a apoyar en el Congreso, dejando a su partido en tierra de nadie: si no están con los trabajadores ni con los empresarios, ¿dónde diablos situamos al PP? De momento, en el partidismo de la peor calaña.

Es evidente que la reforma laboral de Yolanda Díaz adolece de una mayor contundencia con respecto a los y las trabajadoras, tan maltratados durante dos crisis sucesivas, pero la vicepresidenta segunda y ministra de Empleo tenía dos opciones: apostar solo por los trabajadores y cerrar la puerta en las narices a los empresarios en un momento de profundas dificultades para todos, esto es, sacar adelante la reforma sin el apoyo de la CEOE, o pactarla permitiendo el beneplácito de la UE y apostando por reformas posteriores que permitan consolidar derechos laborales y penalizar comportamientos esclavistas, por ejemplo, con el incremento de inspecciones.


"Esto no se ha terminado", dicen por su parte los sindicatos.

A nadie se le escapa que España es un país de pymes (95% del tejido empresarial y 90% del empleo generado) y la mayoría de ellas son las grandes perjudicadas por la pandemia debido a la idiosincrasia de nuestro tejido productivo, basado en el turismo y sus entornos. ¿Se desentiende Díaz de los y las trabajadoras al buscar el acuerdo con las empresas? En absoluto, y a las palabras del presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, sobre la contrarreforma -cuyo texto estamos pendientes de conocer íntegramente y, por ello, su evaluación exige prudencia- me remito: "Ha ganado el país".

El objetivo del jefe de la patronal, según la entrevista concedida a El Correo este domingo, es "sacar la política del mundo de la empresa. Cada uno a lo suyo". Pragmatismo puro, el mismo del que Garamendi hizo gala cuando le preguntaron por los indultos del Gobierno de Pedro Sánchez y -entonces- Pablo Iglesias a los presos independentistas catalanes: "Si las cosas se normalizan, bienvenidos sean". Y, desde luego, es de primero de Empresariales saber que la empresa sale muy beneficiada de la normalidad y la estabilidad sociales. Pero tampoco Casado entendió aquello, situándose en el "conmigo o contra mí" más torpe, el que le lleva a convertirse en un pseudoVox que alardea de ser antisistema a la manera más cruel: la negación de sistemas democráticos que tienen los derechos humanos como línea roja. Los de Abascal son antisistema porque quieren reventar la democracia y sus valores intrínsecos, y Casado, perdido en el laberinto de las contradicciones, busca su sitio renegando de los trabajadores, los empresarios, del Papa, de la Unión Europea que aplaude el consenso y de sí mismo.


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