Dominio público

La última partida entre Sánchez y Casado

Sato Díaz

Montaje del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y del líder del PP, Pablo Casado, en un debate en el Pleno del Congreso de los Diputados, en junio de 2021. EUROPEA PRESS/E. Parra/POOL
Montaje del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y del líder del PP, Pablo Casado, en un debate en el Pleno del Congreso de los Diputados, en junio de 2021. EUROPEA PRESS/E. Parra/POOL

El líder de la oposición y presidente del PP, Pablo Casado, puede haber entrado en una crisis de personalidad que le hace ser él mismo y su contrario en cuestión de horas. Y no es baladí el asunto, pues es el principal candidato de la derecha a la presidencia del Gobierno y, según  encuestas (muchas de las cuales de dudosa credibilidad), el favorito para hospedarse en la Moncloa en la próxima legislatura.

Sería una tortura periodística que el futuro presidente del Gobierno cambiara de política como quien cambia de ropa interior. Los días pares, europeísta y los impares, eurófobo; los pares, ferviente luchador contra la emergencia climática y los impares, negacionista; político de Estado y antisistema capaz de poner en duda los cimientos del mismo solo por interés electoral. De centro y ultra del desayuno a la cena.

Esta misma semana, el PP de Casado ha pasado de verter la idea de que, si en Castilla y León, tras las elecciones, tuvieran que gobernar conjuntamente con Vox, repetirían las elecciones a competir con los de Santiago Abascal en estrategia trumpista. Este jueves, ni más ni menos, el propio Casado lideró la campaña de descrédito contra el Parlamento español tras la equivocación de uno de sus diputados a la hora de votar la convalidación de la reforma laboral.

Robert Louis Stevenson publicaba a finales del siglo XIX el cuento El extraño caso del doctor Jekyll y Míster Hyde. El científico Jekyll crea el brebaje que, cuando lo bebe, le convierte en el criminal Hyde. Una alegoría de la dualidad humana, el conflicto inherente a la persona, el bien y el mal operando en uno mismo. Casado, casi cuatro años después de llegar al despacho noble de la sede de la calle Génova, sigue siendo Jekyll y Hyde. Es capaz de despreciar a la ultraderecha y de imitarla a la vez.

El circo del jueves en el Congreso nos sirvió, además de para comprobar que el transfuguismo se está convirtiendo en deporte nacional, para visualizar la frialdad de Pedro Sánchez en los momentos más tensos y difíciles. La imagen del presidente pidiendo calma a las dos vicepresidentas, Nadia Calviño y Yolanda Díaz, cuando la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, erró en el veredicto de la votación evidenció el carácter del líder socialista. Los que le conocen dicen de él que su capacidad de distanciarse de las emociones es uno de los motivos que le ha permitido recorrer la compleja trayectoria política que lleva a sus espaldas.

Dos de los protagonistas de la historia política reciente, Sánchez y Casado, irreconciliables. Casado llegó al liderazgo del PP con el objetivo de poner fin al sanchismo, para lo cual no ha dudado en calificar al actual Gobierno del Estado español de ilegítimo, boicotear el reparto de los fondos europeos en España o de apoyarse en campañas de bulos mediáticos y en movimientos de resortes del Estado (como la judicatura) para desgastar al Gobierno. A Sánchez, la derecha nunca le perdonará haber liderado la moción de censura a Mariano Rajoy y, lo que es peor, haber metido a ministros de Unidas Podemos en el Gobierno.

Y Sánchez y Casado ya han comenzado su última partida. Un duelo en el que solo quedará uno y que culminará con las próximas elecciones generales, previstas, en principio, para finales del 2023 o principios del 2024. Las elecciones de Castilla y León inician un nuevo ciclo político en el que el PP espera recuperar la Moncloa. La estrategia de Génova (está por ver si le saldrá bien) sería convocar elecciones en aquellas comunidades donde aparentemente tienen la victoria asegurada para instalar el clima de constante derrota de Sánchez antes de la jugada final.

Si el victorioso del duelo fuera Sánchez, Casado tendría las horas contadas al frente del PP. Si fuera Casado, Sánchez podría despedirse del liderazgo de Ferraz. Si Sánchez siguiera al frente del Gobierno, buena parte del PP, como reacción a la estrategia de Casado de escorarse hacia posiciones ultras, se situaría en el escenario de una gran coalición, un movimiento pactista y "de estado" para alejarse de la ultraderecha de Vox (que ha venido para quedarse un tiempo y que está consiguiendo desplazar la violencia de sus discursos a las calles) y acercarse al PSOE arrastrándolo a un centro lejos de independentistas y comunistas.

Si fuera Casado, no faltan voces en el PSOE que también ansían una gran coalición con los conservadores frente a los actuales acuerdos del PSOE con independentistas y Unidas Podemos. Un gran consenso que ya recibe aplausos en los mentideros de Madrid (y de buena parte del resto del Estado). Una idea que trasmite tranquilidad a los que observan desde la ventana de Bruselas. Un pastel cuya guinda estaría en Felipe VI, quien necesita protagonizar un gran consenso social para pasar páginas de los excesos de su padre (y propios) y justificar su labor al frente de la Jefatura del Estado.

Y, ante esta situación, las izquierdas estatales y las independentistas escenificaban esta semana una gran ruptura en la votación de la reforma laboral en el Congreso. Como si la calculadora no asegurara que la única forma de girar al PSOE hacia la izquierda no fuera generando complicidades y un espacio político que, desde la pluralidad, mantuviera su fortaleza y entendimientos. El día después hablan de curar las heridas. La legislatura no ha terminado.

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