Dominio público

¡Despierta, Podemos, despierta!

Elizabeth Duval

¡Despierta, Podemos, despierta!
Los portavoces de Unidas Podemos, Isa Serra y Pablo Fernández, durante la rueda de prensa ofrecida este lunes en la sede del partido, en Madrid. EFE/J.J. Guillén

Mi cabreo mayúsculo la noche de las elecciones autonómicas en Castilla y León no fue en ningún momento con los votantes castellanos y leoneses. Entiendo que el de alguna gente sí. Comprendo la frustración. Sé que, cuando te toca directamente, cuando las medidas que Vox puede implantar desde un gobierno van a afectarte de forma directa, no es fácil asumir que un 17% de los votantes de tu región hayan votado contra ti, contra tu vida, contra tu existencia. Pero intento pensar que las cosas son siempre más complicadas. E intento no reducir a los votantes de la extrema derecha al tópico de los putos fachas, imbéciles o idiotas, porque no se ha conseguido que nadie en la historia recapacite diciéndole cordialmente a la cara que es un gilipollas. Vaya esto por delante: me entristeció profundamente el resultado, pero quienes me cabrean no son los votantes. Algunos sí. Otros no.

Mi cabreo mayúsculo la noche de las elecciones autonómicas en Castilla y León no vino con los resultados. Vino después, cuando se empezaron a ver las reacciones; cuando cada quien empezó a asumir su postura. Vino leyendo los discursos. ¿Se preguntaban los dirigentes qué había sucedido para que Unidas Podemos se quedara con un procurador y un 5%? Desarrollemos, porque es importante. Unidas Podemos, por si alguien no lo sabe, es la coalición de Podemos con Izquierda Unida. Podemos, en solitario, obtuvo en 2015 diez procuradores. Unidas Podemos, en 2019, logró dos, e Izquierda Unida iba por separado. Hoy, les queda uno. Es un resultado catastrófico que debería hacer saltar todas las alarmas. Bien: ¿cuál ha sido la lectura?

La culpa no es de que el partido haya ido haciendo una poda sistemática desde hace años, dividiéndose, y quedándose con una estructura raquítica alejada de cualquier tipo de organicidad o del experimento movimentista de sus primeros tiempos; la culpa no es de una inexistente implantación territorial, de una marca devaluada, de un ánimo melancólico de resistencia que ya no le resulta atractivo a nadie. La culpa, leyendo a algunos, vendría a ser eternamente del ecosistema mediático, que nos condena a todos y hace imposibles las victorias en este país. Salvo si ganas, en cuyo caso, automáticamente, te convertirás en un traidor vendido y servil a ese mismo ecosistema mediático. La culpa es de no haber sabido hacerse comprender, de decir demasiadas verdades, de tener siempre razón: la culpa es de un pueblo que se ha vuelto reaccionario sin darnos cuenta y que ya ni siquiera nos merece.

El discurso de cordones democráticos, ya reventados en muchos de nuestros países europeos, donde los equivalentes al Partido Popular asumen incluso las retóricas complotistas de la extrema derecha, es una tremenda muestra de debilidad e incapacidad estratégica. Y es, en el peor de los casos, y deseo de corazón que todo esto cambie, lo que nos espera en los próximos años. Por un lado, un intento de reconstruir un proyecto propositivo, en consonancia con los éxitos vividos en los últimos tiempos por parte de algunas propuestas de izquierdas apegadas a sus territorios; por el otro, una nostalgia de la ilusión que en su día fue, convencida a sí misma de que interpela (por arte de magia) a una base mucho más amplia que la de sus devotos. No es la primera vez que lo he dicho: no por decir que un partido tiene la mejor militancia del mundo existen realmente ni la militancia ni el partido. Las manos no se crean a base de discursos. Y las manos que trabajan, si se hartan, si se unen a la misma y creciente apatía y desafección, difícilmente volverán a prestarse.

Esa nostalgia se articula parcialmente en una izquierda a la cual pocas cosas le quedan más allá del discurso de la resistencia al avance de la ultraderecha, de la alerta antifascista: afirmemos muy claramente que es un discurso del fracaso sistemático. Añadamos: a quien beneficia la alerta antifascista primordialmente es al PSOE, que ha azuzado tanto como ha querido el fantasma de Vox con tal de dañar al Partido Popular, captar voto útil y obtener mejores resultados electorales. No quiero escuchar más veces el discurso de las cloacas, de la resistencia frente a los poderes político-mediáticos, de la democracia frente a los reaccionarios, de las verdades que nadie se atreve a decir. Sé que conduce a un desfiladero por el cual desaparecen todas las posibilidades reales de victoria de la izquierda. Y no lo deseo.

Si Unidas Podemos no asume sus errores y caminos equivocados, el resultado catastrófico de hoy puede ser el aviso de un futuro resultado catastrófico en unas generales. Añado: si Podemos particularmente no asume que sus resultados actuales son en buena parte la consecuencia de su tóxica y destructora dinámica interna, de sus dinámicas de aparato, de la lenta diseminación de su agotamiento, el proyecto de Podemos estará agotado dentro de no demasiado tiempo.

Hay gente extraordinariamente valiosa en Podemos con la cual es necesario contar para cualquier proyecto futuro de izquierda. Pero lo que importa es mucho más la gente que la marca, que ya no ilusiona, que ha pasado incluso —por la inercia de formar parte del Gobierno— a ser casta, que a tantos y tantos ya no dice nada. Entre quienes hemos apoyado en algún momento el proyecto político de Podemos y hoy asistimos con enorme tristeza a su presente escucho un deseo vacilante: o bien la consideración de que no es posible cambiar de rumbo, o bien el deseo inagotable de que las cosas sean de otra manera.

No se hará si nos pasamos el tiempo discutiendo sobre Vox en lugar de reflexionar en la catástrofe de nuestro propio espacio político. No me interesa el enésimo debate sobre Vox y el avance imparable de la extrema derecha: necesito que quienes hagamos algo seamos nosotros. Y un aviso a navegantes: las elecciones en Castilla y León seguramente no se habrían ganado con otro candidato o con otra campaña, porque por parte de Podemos, que las ha pilotado, lo que hay en Castilla y León es el desierto, la nada; un inmenso vacío.

Despierta, Podemos, despierta: recapacita; sal de una trinchera cada vez más pequeña y más agotada. El futuro de la izquierda se construirá, con mayor o menor relevancia de esa formación; como decía Sato Díaz, "si esta era la despedida de Unidas Podemos, ha sido un adiós muy amargo". Las cosas no tienen por qué acabar así, pero que puedan ser algo distintas está en manos de unos pocos.

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