Dominio público

Sexo y género en los Goya

Octavio Salazar Benítez

Jurista especialista en derecho constitucional. Defensor de la igualdad de género y nuevas masculinidades

Sexo y género en los Goya
Paco León en la última edición de los Goya.- EFE/Biel Aliño

Como cada año, asistir desde casa como espectador a la soporífera, pero sin embargo siempre atractiva, ceremonia de los Goya me ha servido para confirmar que la autodeterminación de género es imposible. Me explico. El imaginario de lo que significa ser hombre y ser mujer, de acuerdo con los patrones normativos que identificamos como género, se reproduce año tras año en el desfile de estrellas que, fielmente, y salvo excepciones contadísimas, responden a lo que se espera de ellos y de ellas. Al margen de que me parece sanísimo y maravillosamente juguetón que todos y todas podamos gozar de sentirnos atractivas, deseadas y estrellas por un día. El dilema está en de qué manera el mundo en el que vivimos nos condiciona este disfrute de manera muy distinta en función del valor social otorgado a lo que tenemos entre las piernas. En ese sentido, los mandatos que derivan de la "ley del agrado", usando la terminología que aprendí de Amelia Valcárcel, continúan siendo más rígidos y estrictos para las mujeres. Y llegan hasta tal punto que en su caso aparecer como interesantes y atractivas pasa en la mayoría de las ocasiones por ser generosas en la exhibición corporal, siempre que el cuerpo, claro, responda al canon que las marcas, las redes sociales y la publicidad nos marca como deseable. Un cuerpo que en el caso de muchas de ellas, como vimos el pasado sábado, parece más cercano a la enfermedad que a la lozanía. Además, sigue estando normalizado para ellas que, casi como pasa en el amor, para ser bellas haya incluso que sufrir, de ahí que ya no solo los clásicos tacones volvieran a hacerme pensar en si yo podría soportar horas con ese suplicio sino que también el pasado sábado me pregunté si sería posible que muchas de las estrellas que vi se hubieran podido sentar para soportar las más de tres horas de gala. Todo ello por no hablar de algunos de los rostros populares que año tras año he visto cómo perdían expresividad y movimiento al tiempo que ganaban en tersura. Es evidente que, al igual que el género, la edad es una construcción social. Y que por lo tanto no es lo biológico lo que genera discriminaciones e injusticias, sino la lectura social, política y cultural que a una determinada condición de nuestro ser le otorgan las reglas del juego que nos hemos dado. Tal vez sea por todo esto que no dejé de aplaudir la belleza y la juventud de Petra Martínez.

En el caso de los hombres, sin embargo, las reglas con completamente distintas. Sigue imperando, en líneas generales, la comodidad. Para nosotros, lo clásico y lo elegante tiene que ver con los colores, las líneas y los mensajes que nos identifican como sujetos con autoridad, nada estridentes, centrados en el papel que se supone es el nuestro. Solo con una cierta timidez hemos ido incorporando algún detalle rompedor, por el que todavía hoy parece incluso que en ocasiones tenemos que pedir permiso o justificar, como el otro día hizo Alfonso Bassave al mostrar el alfiler que llevaba en la solapa. Claro que hubo en los Goya hombres que se atrevieron a saltarse las reglas - ¿apareciendo más femeninos? - , pero siguen siendo excepciones a las que además, para que quede bien claro quién manda, las encumbramos a la brillantez e incluso al heroísmo de los que destacan entre la manada. El brillo y el glamur de las nuevas masculinidades. Que todo cambie para que todo siga igual.  Y sí, Paco León, Eduardo Casanovas o Jorge Motos  rompieron monotonías y tal vez nos lanzaron algún mensaje más allá del arco iris. Pero, en todo caso, nunca ellos, nunca nosotros, a diferencia de las mujeres, sufrimos el coste que supone sacar los pies del plato, o al menos de la misma manera. Al contrario, insisto, desde una cierta (pos)modernidad hombres así parecen merecer un doble aplauso.

Más allá del divertimento y del espectáculo que supone una ceremonia donde lo que importa es jugar y por supuesto vender una determinada imagen, y a ser posible que ese juego sea capaz de generar empatía en el público y dividendos en la industria, lo que nos han vuelto a demostrar los Goya es que, hoy por hoy, nadie, ninguno de nosotros ni de nosotras podemos "autodeterminarnos". Que somos parte de una sociedad en la que siguen rigiendo estrictas normas de género, que nos condicionan y que nos definen desde incluso antes de nacer. Las que hacen, por ejemplo, que cuando llego a una tienda una flechita me indique en qué apartado está lo masculino y donde se vende lo femenino.  Y que en muchas ocasiones agarrarnos a esa percha es casi una necesidad para sentirnos parte de la comunidad, para ser reconocidos y reconocidas, para no sentirnos al margen. Por lo que tampoco sería justo exigir a todo el mundo el heroísmo que a veces reclamos quienes desde la comodidad de la Academia clamamos por rebeldías contra el sistema. Un sistema, el de sexo/género, que todos y todas reproducimos a diario, porque más que nos pese, nos joda y hasta sea parte de un feminista en que nos gustaría que desapareciera. Pero de momento es eso, un horizonte, no una realidad de aquí y ahora. Por eso es tan importante, entre Goya y Goya, que sigamos trabajando en dos direcciones que podrían parecer contradictorias, pero que sin embargo deberíamos hacer que fueran de la mano: el logro de un mundo futuro en el que nuestros hijos y nuestras hijas no tuvieran que sentirse encarcelados en las jaulas del género, y el paralelo reconocimiento de las múltiples maneras en que cada cual puede sentir, interpretar y expresar su cuerpo y su sexualidad.  Todo ello, sin olvidar que para que ese nivel de autonomía sea posible necesitamos partir de un equivalente disfrute de recursos no solo económicos sino también culturales y simbólicos. No tener en cuenta esta variable supone volver a caer en el error que con tanta frecuencia repetimos quienes estamos en una posición de privilegio. Algo que con rotundidad nos recuerda Nikki Kendall dice en su imprescindible Feminismo de barrio: "Todas tenemos que vivir en el mundo que nos ha tocado, no en el que nos gustaría, y eso hace que el feminismo idealizado se centre en las preocupaciones de aquellas que acaparan más parcelas de privilegio".

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