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La tragedia del PP comenzó en 2018, cuando ganó Casado

Sato Díaz

El presidente del PP, Pablo Casado, en el cierre de campaña para las elecciones de Castilla y León del 13F, en Valladolid. EUROPA PRESS/Photogenic/Claudia Alba
El presidente del PP, Pablo Casado, en el cierre de campaña para las elecciones de Castilla y León del 13F, en Valladolid. EUROPA PRESS/Photogenic/Claudia Alba

Cuando Pablo Casado llegó a la presidencia del PP el 21 de julio del 2018, se empezaban a escribir los primeros renglones de la tragedia que hoy desangra a la derecha española. El actual líder de Génova se imponía en las primarias a la que fue vicepresidenta del Gobierno de Mariano Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría. Para ello, necesitó que María Dolores de Cospedal, que había quedado tercera en la primera ronda del proceso de elección, le ungiera y llamara a sus seguidores en el partido a apostar por Casado. La segunda ronda fue para el palentino.

La disputa entre Sáenz de Santamaría y Casado evidenciaba dos estilos políticos que nada tenían que ver entre sí. La primera, el prototipo de una mujer de Estado por méritos propios. Se licenciaba en derecho con premio extraordinario de carrera a los 23 años y con 27 se convertía, por oposición, en abogada del Estado. Durante más de seis años y medio fue vicepresidenta del Gobierno, se decía de ella que era la mujer que más poder atesoraba en España.

La campaña de Sáenz de Santamaría para hacerse con la presidencia del PP fue algo torpe y desfasada. Se la veía acartonada y sobreactuada, algo chapada a la antigua. Sin embargo, Casado conectó con un humor del momento, que tenía más que ver con Donald Trump que con Angela Merkel, la irreverencia en la política. Casado conectaba con la oleada de ultraderecha en el ámbito internacional. Ganaba lo nuevo, era ese momento.

Casado no fue un buen estudiante, ni se le conoce trabajo en el sector público o la empresa privada más allá de los cargos obtenidos por confianza de otros políticos. No es un abogado del Estado. Es una creación del propio partido, y nada más. Y medrar dentro de él ha sido lo suyo. Antes de hacerlo en el PP, lo hizo en las Nuevas Generaciones, donde comenzaban sus pinitos políticos. "La inmensa mayoría de los jóvenes españoles son del PP y aún no lo saben, en pleno siglo XXI no puede estar de moda ser de izquierdas, son todos unos carcas, están todo el día con la guerra del abuelo, con las fosas de no sé quién, con la Memoria Histórica", los discursos incendiarios de Casado se compartían como el polen en redes sociales. Sáenz de Santamaría parecía una marciana en redes.

Trepar, trepar y trepar. Fue asesor del gobierno de Aguirre por 50.000 euros con solo 23 años y sin titulación universitaria, presidente de Nuevas Generaciones, diputado autonómico en la Asamblea Madrid, jefe de gabinete del expresidente Aznar o diputado en el Congreso desde 2011. Se le atragantaba sacar las asignaturas de Derecho en la Universidad Pontificia de Comillas (ICADE) y se cambió al CES Cardenal Cisneros, un centro privado adscrito a la Universidad Complutense de Madrid y cuyos cargos los nombraba el Gobierno de Esperanza Aguirre, su verdadera mentora política. "Cuídamelo", parece que les decía esta a los del Cardenal Cisneros.

En este centro universitario consiguió sacar casi media carrera en cuatro meses, cuando le costó cinco años sacar la otra mitad en ICADE. También dijo haber obtenido algún titulillo en Harvard, pero en realidad era un diploma de un curso en Aravaca. Poco después de llegar a la zona noble de la sede de la madrileña calle Génova, saltaría el caso Máster a la luz. La juez instructora del mismo no pudo imputar a Casado al estar aforado por ser diputado del Congreso, pero en su informe de instrucción reconocía, la jueza Carmen Rodríguez-Medel, que había conseguido el título de postgrado "a modo de prebenda". Reclamó al Tribunal Supremo que le imputara por cohecho impropio y prevaricación administrativa. El 29 de septiembre del 2018, el Alto Tribunal vio indicios de "trato de favor", pero consideró que no había delito, no investigó.

El mandato que lleva Casado al frente de los populares (este año se cumplen los cuatro años de su llegada) ha supuesto un giro del partido hacia las posiciones ultras, aproximándose a las pulsiones más populistas del ámbito internacional. Con el objetivo de cumplir con las indicaciones que José María Aznar ha ido lanzando desde su púlpito FAES (reunir en un solo proyecto a todo el espectro de la derecha, desde el centro derecha hasta los ultras), primero planteó la batalla a Ciudadanos.

Los delirios de grandeza de Albert Rivera, que en vez de buscar el centro quiso ser el primer espada de las derechas, convertirse en Aznar, le hicieron morder el polvo. Y con Ciudadanos tocado y casi hundido, a Casado se le desmadró Vox. Y por muy ultra que él quiera ser, no consigue ser el que más. Vox siempre va un paso por delante (o por detrás, según se mire) de Casado.

Hoy el PP se abre en canal y dos corrientes irreconciliables dividen al partido. Pero nada tienen que ver con diferencias ideológicas, pues Isabel Díaz Ayuso ha estado próximo a Casado hasta hace bien poco en la trayectoria política. Vienen de un lugar similar, han crecido en las entrañas del aparato del partido de Madrid. Son de la misma cultura política, la cultura que prima más la metapolítica, el relato, el combate ideológico en las pulsiones más bajas, que la gestión.

Cuando los dos rivales antagónicos en un partido político no se enfrentan por cómo gestionar mejor, por el qué aportar a la ciudadanía, es que no hay proyecto político alguno. Tan solo palabras, palabras, palabras, que decía Shakespeare. Hoy, el PP es una tragedia palaciega y disimula estar escrita por el bardo. Pero solo en las formas, en las gesticulaciones sobreactuadas de los personajes. En el fondo, en el contenido, no hay nada de nada. Y en Shakespeare había mucho de mucho.

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