Dominio público

No es Vox, es Ayuso

Ana Pardo de Vera

No es Vox, es Ayuso
Concentración de apoyo a Isabel Díaz Ayuso en Génova.- EFE/Emilio Naranjo

Benito Mussolini escribió en 1933 que el fascismo "no fue un hijo de una doctrina desarrollada de antemano de forma muy detallada. Nació de la necesidad de actuar, y desde el principio fue de por sí algo más práctico que teórico". Es decir, el fascismo, como el nazismo, nacieron sobre la marcha para lograr una unidad ultranacionalista, en cada caso, de "una coalición de descontentos", en palabras del historiador estadounidentes Christopher Browning.

¿Qué es lo que hizo Donald Trump para ganar y hacerse con la Casa Blanca, aparte del ridículo? En líneas generales, una alianza ultranacionalista de descontentos ("American First and only American First", un lema que lo fue antes de un influyente grupo de ciudadanos de EE.UU., filonazis y antisemitas, contrarios a la entrada de su país en la II Guerra Mundial; tenían hasta un comité con este nombre) en un momento de profunda decepción social contra el sistema político y gobernante, que se había olvidado de ellos. En un momento de antipolítica, Trump devolvió a muchos/as americanos la confianza en sí mismos, gracias a bulos y manipulación sobre el adversario (en negativo) y sobre sí mismo (en positivo). Ni izquierda ni derecha, ni lucha de clases, ni nada parecido: ganadores o perdedores.

En España, según Steven Forti, autor de Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla (Siglo XXI de España Editores), "el caso de Vox es paradigmático": una escisión ultra del PP, machista, homófoba y xenófoba, nacionalista-imperialista, que radicaliza aun más las políticas neoliberales del Partido Popular, de ahí el freno a su entrada "en los barrios con rentas más bajas", salvo en Catalunya, dice Forti, donde el procés lo ha condicionado todo. En definitiva, concluye Forti citando a Vicente Rubio-Pueyo, profesor adjunto en la Fordham University de Nueva York (EE.UU.), salvo en el territorio de mayoría independentista catalana, Vox ha obtenido sus mejores resultados "bien en barrios muy ricos, bien en zonas de fuerte presencia militar".

Vox podría tener un tope electoral muy pronto si sus apoyos naturales y económicos (franquistas muy presentes en el Ibex y las altas esferas empresariales, miembros del Estado profundo más reaccionario, asociaciones ultraderechistas o pronazis, aristocracia y grandes fortunas, monárquicos, movimientos ultracatólicos y del creciente evangelismo...) advirtieran a Santiago Abascal y a su equipo de que el mensaje obrero -que exige algo más que la caridad que les es propia; que exige solidaridad impositiva, por ejemplo- no cabe en un Vox que, además, de inicio, es profundamente clasista. De cómo el partido Abascal va a ir resolviendo esta contradicción lo veremos si llegan a gobernar en Castilla y León; de momento, su único mensaje pro-obrerista es profundamente xenófobo (españoles antes que migrantes) o radicalmente falso (cargarse las instituciones que sobran para que el dinero vaya a los españoles). Ambos resultones, hay que reconocerlo, en el momento de desigualdad pre y post pandemia que vivimos.


Los votos de Vox en la Comunidad de Madrid el pasado 4 de mayo se quedaron como estaban de las elecciones de 2019. Frente a una candidata hecha en pandemia ("Nació de la necesidad de actuar"), los de Abascal no pudieron romper la barrera de Isabel Díaz Ayuso, que a su vez, sí rompió el muro que separa a los de Vox de la clase obrera con sus proclamas de "Libertad" dirigidas, sobre todo, a los miles y miles de negocios y centenares de miles de trabajadores de esos negocios cerrados durante la pandemia (perdedores que querían ser ganadores).

"Cuando una persona está dispuesta a contagiarse, contagiar a su familia, a morir o a que ésta se le muera, por abrir su negocio, boyante o precario, entonces, el mandato primero de la protección de la salud y la vida de los madrileños, que debe ser imperativo para un Gobierno, no vale nada, pierde estrepitosamente", argumentan en el propio PP. Ayuso lo entendió inmediatamente e inmediatamente construyó un mensaje absolutamente transversal que se llevó por delante a la izquierda y bloqueó a Vox, el partido de las elites madrileñas, pero no todas: las empresariales y financieras se quedaron con quien es hoy el azote de Pablo Casado, el presidente de un PP averiado por la derecha trumpista de Ayuso, su éxito indiscutible y su amenaza creciente.

Es posible que la presidenta de Madrid y su equipo, cuyo mensaje transversal de "Libertad (de contagiarse)" ha llegado con éxito más allá de las fronteras madrileñas, ya tenga preparada su ofensiva electoral para 2023, eso sí, sin abandonar el componente de improvisación para una realidad de velocidad desquiciada, esa improvisación que se adjudica a Mussolini y que la historia confirma en los hechos del fascismo. El mensaje de las autonómicas y municipales del año que viene no puede ser, obviamente, el mismo que el de 2021, con la pandemia incrustada en nuestras vidas, pero estoy segura de que será igual de efectista y efectivo.


Por supuesto, ni presuntas comisiones ni tráfico ni influencias ni cohecho familiares se contemplan como obstáculos para Ayuso: todo es legal, argumenta, y es probable que la Fiscalía no encuentre asideros para imputar al hermano de la jefa del Ejecutivo madrileño si la información que hay es la que conocemos ya todos. Los votantes de la presidenta, por su parte, ya dejaron claro el viernes pasado y el domingo frente a la sede del PP que a ellos/as, lo de la corrupción, ya tal. Lo importante es la libertad (de robar y beneficiarse). Del rey abajo.

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