Dominio público

Vivan las cadenas, viva la opresión

Elizabeth Duval

Vivan las cadenas, viva la opresión
Varias personas se manifiestan para apoyar a Díaz Ayuso, en la sede del Partido Popular, a 20 de febrero de 2022, en Madrid (España). - EUROPA PRESS

No se hace política con lo que uno querría, sino con aquello a partir de lo cual podemos hacer política. Por ejemplo: una parte de la acción política de la izquierda, en medio del caos, el asco y el miedo autodestructivo en el Partido Popular, está siendo ejercer pro bono de Fiscalía avant la lettre, como si hoy, tal y como sucedió con Rajoy, la indignación ante lo corrupto fuera un motor revolucionario. La bala está gastada. Se gastó entonces, en la moción de censura, con toda la fuerza acumulada en los años interiores, entre indignados, movilizaciones ciudadanas y la construcción de todo un espíritu común.

La bala ya no existe. Una vez disparada, con la hegemonía del Partido Popular querellada y destruida, toda la fuerza que empujó se disipa. Con nostalgia pensamos en aquellos tiempos, en el escándalo, en la capacidad de los hechos objetivos para hacer caer políticos y gobiernos, y seguimos actuando como si tuviéramos toda la fuerza que entonces estuvo disponible... sin saber que la gastamos. Nos escandaliza moralmente que la ciudadanía de derechas salga a apoyar a Ayuso, como si en sus gritos solicitaran más robo, más tropelías y más escándalo. No salen a pedir que les roben a manos llenas, ni son imbéciles: salen porque les sirve políticamente, y la política es un arte distinguible de la moral.

Ayuso es hoy una baza electoral inmune al asesinato por inercia de personas mayores en las residencias de Madrid. Es políticamente inmune a todo lo que no sea una condena en firme, una condena lenta, un escándalo fiscalmente penado. La moral entra menos en la política que el derecho. Y quienes hoy desde la izquierda se empeñan más en el escándalo moral (antesala, pero no igual al escándalo jurídico) de lo que hacen prueba es de su debilidad orgánica, de su falta de capacidad para responder con algo que no sea la pura observación. La izquierda, si ha de actuar como administradora de la Justicia, es completamente inútil; más aún si se supone que ya fue la administradora de esa Justicia, pero acabó con sus propias acusaciones de pufos integrándose en el discurso público, por más que esas acusaciones hayan sido desmentidas por la realidad una y otra vez.

Es también una réplica de las dinámicas de los medios de comunicación aplicadas al terreno de lo político. El único tema del cual la gente quiere hablar es de la explosión en el Partido Popular: narrativamente, es fantástico; como espectáculo, tiene personajes, giros de guion y psicodramas complejos. Nos hemos acostumbrado a lo moralmente injustificable, pero de tanto acostumbrarnos nos ha acabado pareciendo banal, cotidiano, y nada aburre más que lo cotidiano cuando aparece una situación excepcional. Las puñaladas entre barones dan clics; la cara de Ayuso y sus grandes gestos, su teatralización, da muchos clics. Lo que no da es votos a la izquierda. Salvo si cambiamos el marco.

Dos caminos posibles para que la izquierda pueda sacar algo provecho de esta situación. El primero es cambiar el marco, insistir un poco menos en la corrupción (aunque haga falta, obvio, denunciar... por si la justicia acaba imponiendo sus marcos propios) y volver (¡quizás!) a la noción del politiqueo que empleó Yolanda Díaz y que activa resortes ya presentes en la psicología colectiva, más aún entre votantes hartos de izquierdas. El segundo: recuperando una parte de la iniciativa política y haciendo que exista algo más en este país que el Partido Popular. Es cierto que existiendo tanto el Partido Popular se desangra; no es menos cierto que el principal beneficiado por esa lenta agonía es Vox.

Si la izquierda reacciona sólo con el escándalo moral, la izquierda no servirá para nada. Y añado: no hay nada malo en divertirse con la desgracia ajena si esta proviene del Partido Popular, ni nada necesariamente tóxico en la actitud de comer palomitas; lo que pasa es que quienes comen esas palomitas no pueden ser los políticos de los partidos, que han de ser o parecer algo distinto. Si insiste en la corrupción, los datos mágicos y la Verdad, sin comprender cuál es el momento histórico en el que está, seguirá sufriendo; si sólo contempla lo que pasa en Génova, si Casado dimite ya o dimite en una semana, estará exhibiendo poco músculo, incapacidad, melancolía.

Es también hoy un momento para que la izquierda logre distinguirse cuando sus adversarios políticos se muestran divididos y destrozados, en lugar de enorgullece de haber estado ella, y seguir a día de hoy, aún más dividida y destrozada, en actitud complaciente, pensando en que, por una vez, los que se matan entre ellos son los otros. Quienes reducen su programa político a burlarse del electorado de Ayuso, como se burlarían de quienes veían con buenos ojos el restablecimiento del absolutismo, son aún incapaces de comprender nada. Seguramente salga encumbrado Feijóo, Ayuso se quede en Madrid, decapiten a Casado: me divierte más leerlo en Twitter que otros tantos artículos sobre el tema. E insisto en lo que he dicho otras veces: el tiempo que pasamos hablando de ellos es tiempo que tardamos en articular un nosotros.

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