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La historia rima en Francia, pero puede no repetirse

Daniel V. Guisado

Politólogo

La historia rima en Francia, pero puede no repetirse
La candidata a las elecciones presidenciales de 2022 por el partido de extrema derecha Rassemblement National (RN), Marine Le Pen, pronuncia un discurso después de los resultados de la primera ronda de las elecciones presidenciales francesas en París, Francia, el 10 de abril de 2022.- EFE

Poco parece quedar de esa Francia que apoyó masivamente a Macron frente a Le Pen. En 2017 el joven candidato, presentado a sí mismo como centrista, europeísta y reformista, obtuvo más de 20 millones de votos. Prácticamente el doble que su rival ultraderechista. El reto de Macron, explicitado en su primer discurso como presidente, era inmenso. Consistía en gobernar no solo para sus votantes, sino especialmente para todos aquellos que optaron por su rival. Hacer una Francia mejor para que el odio no tuviera una plataforma que lo acogiera.

Cinco años después, esta misión ha fracasado. El quinquenio de su legislatura, ateniéndonos a la máxima anterior de reducir ese odio, se ha mostrado fallido. Este domingo Zemmour y Le Pen obtuvieron uno de cada tres votos. Un aumento significativo respecto a lo que consiguió la segunda en solitario en 2017. El aumento del apoyo a la ultraderecha en la primera vuelta de las presidenciales tiene una segunda cara de la moneda todavía por ver, esto es, las posibilidades que la ultraderecha tenga dentro de dos semanas contra Macron. Algo que a tenor de las encuestas es una posibilidad real.

Hay varios elementos que convierten la hipótesis de una Le Pen ganadora en viable. La primera es la irrupción de una fuerza nueva a su derecha que ha convertido el extremismo trasnochado en su bandera. El polemista Éric Zemmour, que en primera instancia parecía poner en riesgo la supervivencia de Le Pen, ha conseguido remar hacia la estrategia de moderación que la líder de Reagrupación Nacional lleva años buscando. El miedo por Le Pen se reducía al mismo tiempo que su presidenciabilidad aumentaba. Un efecto coincidente, pero inverso, al que sufrió Zemmour. La existencia de una opción más peligrosa ha permitido que Le Pen tuviera mejor aceptación entre la ciudadanía.

Un segundo elemento, y que conforme pasen los días iremos viendo si muta, es el crecimiento de la apatía ciudadana respecto a la repetición del duelo del 2017. Los datos hasta hoy indicaban que si la candidata ultra pisaba los talones a Macron se debía en buena parte a una significativa desmovilización del resto de votantes huérfanos (Republicanos, Insumisos, Socialistas, Verdes). Por tanto, no solo Le Pen da menos miedo que hace cinco años, además Macron genera más rechazo.

Lo que nos permite hablar del principal hándicap al que tendrá que enfrentarse Macron de aquí al 24 de abril. Si el ganador de la primera vuelta quiere imponerse a Le Pen esta vez no le bastará con presentarse como la opción menos mala. Lejos queda el 2017, donde su juventud y novedad podían jugar a favor de muchos escépticos. En una coyuntura de desafección generalizada, con una Le Pen cada vez más presidenciable, ecologistas, socialistas e insumisos tendrán que recibir razones de peso para no abstenerse. Teniendo en cuenta que las promesas hoy las compran más caras estos mismos votantes, que han visto cómo durante cinco años no han gobernado para ellos.

Otra de las sorpresas fue el candidato de los Insumisos, que en su tercer intento estuvo más cerca que nunca de pasar a segunda vuelta. La campaña de Mélenchon ha sido extraordinaria. A comienzos de año todas las estimaciones le colocaban en quinta posición con un 10%. Finalmente ha quedado tercero con el 22% y a medio millón de Le Pen.

Su trayectoria vertiginosa en las pocas semanas no se entendería sin un importante voto útil desprendido de unas candidaturas de izquierdas ausentes de rentabilidad para sus electorados, una guerra que afectó especialmente a la ultraderecha y un poder adquisitivo convertido rápidamente en la preocupación principal para toda la ciudadanía francesa (especialmente para los Insumiso y los de Le Pen).

Mélenchon ha conseguido activar al electorado del 2017 y, a la espera de resultados fiables, seguramente atraer a otros nuevos. La coalición electoral, de 7,5 millones de votos, ha logrado ser mayoritaria entre la población más joven (18 a 35 años), arrasando en importantes ciudadanos como París (30%), Marsella (31%), Toulouse (37%) o Lille (40,5%). A pesar de las enormes incompatibilidades entre electorados progresistas (especialmente verdes y socialistas), no es imposible pensar que si estos hubieran retirado candidatura al ver los pobres resultados que obtendrían, Mélenchon habría pasado a segunda vuelta. En las últimas encuestas horas antes de abrir las urnas se observaba cómo un cuarto de votantes verdes (1,5 millones de votos) tenía al Insumiso como segunda opción, un tercio de los comunistas de Roussel (800.000) y un porcentaje similar los de Hidalgo (600.000). Este ejercicio de política ficción termina con una declaración: aun trabajando con porcentajes de transferencia mínimos, una mayor coordinación del voto progresista habría catapultado a Mélenchon a segunda vuelta.

El mismo que, esta vez sí, declaró taxativamente que ningún voto de los suyos debían ir a parar a la ultraderecha. Una declaración que se entiende por su retiro definitivo de las presidenciales y por un electorado cada vez más proclive a apoyar a Le Pen. A diferencia del 2017, cuando solo el 7% de sus votantes metieron la papelera de la ultraderecha, hoy una cantidad mayor (20%) de insumisos piensa apoyar a la rival de Macron. Estas cifras se irán reduciendo conforme los que se arriesgaban hace días vean el peligro acercarse ahora. Pero, por encima de ello, Macron necesita activar a esa mitad del electorado de Mélenchon que, todavía antes de ayer, expresaba su intención de abstenerse en la segunda vuelta.

Macron, por su parte, ha conseguido aumentar su base electoral en gran medida gracias a la implosión de Los Republicanos. Siguiendo la estela de muchos países de nuestro entorno, los 6 millones evaporados en la derecha tradicional han dejado un gran hueco aprovechado por la derecha radical y por el centrismo (cada vez más derechizado) de Macron. Así, a la debacle del Partido Socialista (del 28% de 2012 al 2% de ayer) se le suma la otra pata que ha estructurado la competición electoral de la Quinta República desde los 60. Ambas fuerzas bipartidistas han pasado del 55% al 6% en una década, convirtiéndose en la imagen más nítida de la crisis sistémica francesa. El mapa ideológico tradicional se ha disuelto para no volver.

Sin embargo, la auténtica protagonista ayer fue la participación. La abstención arrasó entre jóvenes, las personas sin estudios y los trabajadores asalariados. Más del 40% de ciudadanos con menos de 35 años se quedó en casa. La abstención estructural entre personas sin estudios alcanza el 60% y entre los obreros el 50%. Más de 13 millones de personas decidieron, por razones legítimas, que no merecía la pena acudir a votar. Una cifra récord en la historia de la Quinta República francesa y que nos pregunta si la democracia liberal está girando hacia una censitaria marcada por la generación y por los orígenes sociales. Los que sí votan son mayores, pensionistas y ejecutivos, tres colectivos en los que arrasó ayer Macron (41%, 35% y 38%).

El crecimiento de los Le Pen (Jean-Marie antes, Marine ahora) desde los años 80 ha sido lento, pero sostenido y siempre creciente. Del 14% al 23% de ayer. La radical diferencia no la hallamos tanto en su fuerza individual como en las posibilidades generales de ganar. No es su fuerza, es su potencia. La sociedad francesa hoy es mucho más tolerable con la idea de una opción como Le Pen en el Elíseo. Mucho más que antes. Si en dos semanas esta hipótesis se cumple será, en parte, a ese desprecio que los gobernantes de los últimos años han empleado. Algunos quisieron acabar con los 10 millones que votaron a Le Pen y, contrariamente, los han incrementado. La misma condescendencia que podrá permitir a Giorgia Meloni y Matteo Salvini gobernar Italia en 2023. Vienen curvas en Europa, y más vale reaccionar que asustarse antes de tiempo.

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