Dominio público

Lecciones francesas para la izquierda española

Elizabeth Duval

Carteles electorales rasgados del líder de La France Insoumise, Jean-Luc Melenchon, del Partido Comunista Francés, Fabien Roussel, y de la alcaldesa de París y candidata del Partido Socialista (PS), Anne Hidalgo, en Le Relecq-Kerhuon, al oeste de Francia. AFP/Fred Tanneau
Carteles electorales rasgados del líder de La France Insoumise, Jean-Luc Melenchon, del Partido Comunista Francés, Fabien Roussel, y de la alcaldesa de París y candidata del Partido Socialista (PS), Anne Hidalgo, en Le Relecq-Kerhuon, al oeste de Francia. AFP/Fred Tanneau

La tendencia, apenas un día después de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas, es a sacar conclusiones rápidas y extrapolarlo todo como si lo que funciona a un lado de los Pirineos fuera perfectamente aplicable a este otro. La repetición del duelo de 2017 (con Macron y Le Pen en segunda vuelta) y el excelente resultado de Mélenchon nos sirven para aprender algunas lecciones, sí, pero ni son siempre las que querríamos ni constituyen recetarios de fácil aplicación. Vamos a examinar algunas:

1. El extraordinario resultado de Mélenchon no sería posible sin una descomposición del Partido Socialista Francés derivada directamente de la aparición y auge de Emmanuel Macron en 2017. Cuando Macron se presenta a las presidenciales, lo hace con la bandera de un populismo "de centro" capaz de superar los viejos clivajes entre izquierda y derecha, arrastrando consigo a buena parte del Partido Socialista (fue ministro de Economía en el mandato de Hollande) y a otra de Los Republicanos (a una parte de los cuales que acaba de convencer tras integrarlos en su Gobierno con varios ministros exrepublicanos, como atestigua el fracaso absoluto de su candidata en estas elecciones, Valérie Pécresse).

2. Lo que queda de Partido Socialista Francés (que ya quedó en muy mal estado tras el fracaso en 2017 de su candidato Benoit Hamon, a la izquierda de muchos homólogos europeos) es parcialmente absorbido por los verdes, que copan el voto joven en las últimas elecciones europeas y obtienen victorias en las municipales. Pero ese mismo voto joven, en estas, se ha decantado por el voto útil y la dinámica en ascenso de Mélenchon, que ha ganado en gran parte de las grandes urbes y de forma clara entre la juventud. Con una población envejecida y una edad media del electorado en torno a los cincuenta años, Macron se beneficia de ser hoy el candidato de los más mayores: poco le queda del ímpetu de lo nuevo en 2017.

3. Fabien Roussel, al cual muchos medios dieron gran relevancia durante la campaña, lleva al Partido Comunista Francés a un resultado relativamente bueno, que no por ello es menos irrelevante. Su discurso, marcado más que otra cosa por sus elogios al vino y a la gastronomía francesa, su denuncia de lo woke, su visión favorable de la energía nuclear o la caza y su apoyo a las manifestaciones de la Policía, no cosecha más de un 2%. Es lo más parecido a un candidato rojipardo que ha visto Francia y, al menos allí, la tendencia rojiparda no parece cosechar gran éxito: por detrás del candidato Jean Lassalle, cuya principal característica es venir de una familia de pastores y caerle bien a los franceses que se irían con él de barbacoa (o eso dicen los sondeos).

4. En Francia ha funcionado la posición altermundialista de Jean-Luc Mélenchon frente a la invasión de Ucrania, así como su discurso sobre la no-alineación de Francia entre OTAN y Rusia. Tendrían que tener cuidado quienes sintieran la tentación de extrapolar ese buen funcionamiento a un clima político como el español. Francia, y no España, votó en contra (54%) de la Constitución Europea en 2005. Con la misma participación, el resultado en España arrojó un 80% a favor. La relación con los tratados europeos no es la misma, la relación con Rusia (y los vínculos históricos) tampoco, ni la consideración que cada Estado tiene de sí mismo o de su rol en el mundo; no entender que las coordenadas de cada país son radicalmente distintas no puede en ningún caso conducir a decisiones políticas inteligentes. Ya hay quien habla de que es necesario un discurso tan valiente como el de Mélenchon en la izquierda española, incluido su rechazo a la OTAN; es de suponer que los actos en Castilla y León centrados en la crítica a la OTAN en medio de una campaña autonómica, y los posteriores resultados catastróficos, no hacen sino reforzar esa hipótesis.

5. El sistema francés es de un presidencialismo de herencia casi caudillista, por culpa de De Gaulle y del resto de presidentes de la República. Puede que Mélenchon haya sido capaz de obtener un resultado extraordinario, pero es extraordinariamente difícil imaginarse una segunda vuelta en la que pudiera ganar si esta no se produjera contra Marine Le Pen, e incluso en ese caso habría muchas dudas. Con obtener un muy buen resultado por uno mismo en cualquier sistema electoral no basta para tener relevancia. Y obtener muy buenos resultados uno detrás de otro es inútil si nunca se ejerce el poder real.

6. Que Mélenchon haya tenido un discurso valiente y haya conseguido un 22% no significa que teniendo en otro sitio un discurso valiente se consiga un 22%, porque no hay causalidad necesaria entre ambas cosas. En España no tenemos en la memoria reciente un presidente que, como Hollande, haya traicionado a sus electores de izquierdas y roto por completo lo que quedaba de su partido, permitiendo el ascenso de figuras como Mélenchon; carecemos de ello particularmente después de que Sánchez ganara las primarias del PSOE con un discurso capaz de absorber algunos elementos de Podemos. Y quizá sea muy difícil sustituir a un partido socialista sin que ese partido socialista haya sido extraordinariamente decepcionante; más difícil aún si se forma parte de esa decepción.

7. Mélenchon habría logrado pasar a segunda vuelta con una mínima transferencia de votos por parte de sus concurrentes de izquierdas; si sumáramos todos los votos del resto de candidatos de izquierdas, como mundo ideal, habría quedado por delante de Macron en esta primera vuelta. Es un régimen presidencialista y con circunscripción única, sí, pero hay una lección: se ha de ser consciente de los umbrales y actuar con la capacidad suficiente de tejer alianzas como para que esos umbrales no supongan desfiladeros al abismo.

8. Hay circunstancias en las que, sin pactos entre distintas fuerzas, estas quedarán condenadas a la irrelevancia. Y esto no es una creencia férrea y en todos los casos en fórmulas de frente amplio, que son más circunstanciales que otra cosa, ni en ideas metafísicas de la unidad, ni una impugnación de la importancia de la hipótesis nacional-popular que han mencionado algunos analistas para pensar la porosidad entre Mélenchon y Le Pen; es adaptar la inteligencia política a la necesidad de cada momento y a sus particularidades. Quien no lo haga e intente aplicar lo ajeno sin un buen análisis de lo propio correrá el mismo riesgo que corrió la izquierda en Francia hasta hace bien poco: la desaparición.

9. Una última idea. No se va a lograr hacer frente, ahora o eternamente, a la extrema derecha, a través de una llamada constante al cordón sanitario o la alerta antifascista. Si hoy es más probable que en 2017 que gane Le Pen en la segunda vuelta, será porque Macron ha asumido y fomentado su discurso, así como gobernando sin gesto social alguno, implementando un programa en ocasiones igual de racista que el de Rassemblement National; si en España obtiene un extraordinario resultado en el futuro la extrema derecha, la culpa será de la izquierda gobernante y muy particularmente del PSOE, que no puede jugar siempre la baza de ser dique contra la extrema derecha mientras elabora medidas en ocasiones más cobardes que las de otros gobiernos europeos de menor tendencia de izquierdas.

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