Dominio público

Lo fácil y lo difícil frente a la extrema derecha

Elizabeth Duval

Lo fácil y lo difícil frente a la extrema derecha
Macarena Olona y Giorgia Meloni

Lo fácil es hoy empezar las columnas con grandes lamentos, sorpresas y sollozos, como si no hubiéramos sido todos conscientes desde hace mucho tiempo de lo que iba a suceder en estas elecciones italianas. Sería extraordinariamente fácil afirmar con gesto grandilocuente y poca capacidad para materializar lo que fuere que ahora sí, ahora ha llegado el fascismo, ahora gobierna. ¿No gobernaba cuando Salvini firmó un decreto que restringía enormemente la protección humanitaria, cuando reubicó sin aviso a inmigrantes y dejó a otros tantos en la calle, cuando impuso las mismas líneas duras sobre deportaciones y expulsiones? ¿Gobierna más por gobernar hoy nuestro gesto afectado de lo que lleva gobernando años?

Lo difícil (y, por ende, lo necesario) sería pensar que la extrema derecha no es un virus capaz de propagarse sin medida en el corazón del pueblo, de réplica inmediata, mutación imparable y profusión inverosímil; lo difícil sería abandonar las metáforas de siempre y las explicaciones fáciles, no caer en los mismos mantras de todos los días, no replicar contra sus victorias meros eslóganes, no balbucear.

Lo difícil sería pensar en las puertas a lo de hoy que abrió una izquierda ausente que decidió perder por incomparecencia y un sistema político en el que, hace tiempo ya, los primeros ministros dejaron de ser escogidos por la voluntad del pueblo. Analizar que la mayoría otorgada por el sistema electoral no es tan distinta de la que obtuvo la derecha en 2018, ni son la puntuación de hoy de Fratelli y la de entonces de la Lega. Saber que el apoyo o su ausencia a Draghi fue determinante. Intuir que quizás en Italia no hay tantos millones de fascistas irreparables, por más que unos cuantos sí hayan perdido el miedo a serlo (o a decirlo).

Lo fácil es hoy pensar que un pueblo o cualquier pueblo no ha hecho el suficiente caso a sus dirigentes, no ha estado a la altura, y que cabe en consecuencia disolverlo y convocar a otro distinto. Sería lo fácil, porque lo contrario nos llevaría a analizar por qué dirigentes de una formación que en España llegó a parecer en su momento mayoritaria ayer apoyaban, en Italia, a otra que a duras penas llegó al 1%. Una unión popular no puede construirse entre un 0,7% y un 1,2%, pero es con ella (con la irrelevancia política) con quienes algunos dirigentes españoles decidieron tejer sus alianzas. No habrían sido necesariamente mejores con el PD de Letta; no quita que las que han sido tengan algún sentido.

Lo difícil es no responder desde la izquierda con la siguiente dicotomía funesta: o el lobo o la unidad. Entender que toda profecía autocumplida proviene de la impotencia respectiva. Y analizar, para no volver a andarlo, el camino que ha llevado a los italianos al lugar donde están. Aprovechar las debilidades y desunión del adversario (Olona está liándose a navajazos con Vox, por el amor de Dios, y desde la izquierda actuamos como si mañana fuera a estar en posición de fusilarnos a todos) para fortalecer nuestras propias virtudes. No es el camino que algunos escogen recorrer, porque prefieren andar por la catástrofe y fijarse en los errores precisamente para repetirlos; quizás, en el fondo, también aspiran a ese porcentaje entre 0,7% y 1,2% que tienen quienes prefieren tener la razón incontestable de los perdedores al más ligero de los espíritus de la victoria. O cabalgar a lomos de la derrota histórica y contestataria en lugar de enfrentarse a su momento con seriedad.

No hay tantas cosas nuevas por decir, porque la mayoría de cosas ya las sabemos. En lugar de rectificar, sin embargo, la sensación que tengo es que los mantras se vuelven más poderosos. Esbocé brevemente algunas de estas ideas en redes y no faltó quien respondió ofendido como si hablara de España y no de Italia. Y dijeron, muy airados, que la culpa era de los medios, como si los medios berlusconianos de hoy fueran distintos de los de ayer, como si la correlación mediática hubiera sido alguna vez favorable, como si todo se explicara con esa mágica variable independiente que nos conduce irremediablemente al fascismo.

Los bandazos del M5S no fueron cosa de los medios. La autodestrucción del PD no fue cosa de los medios. Su idea suicida de no presentarse en coalición, tampoco. Sus errores son suyos y los nuestros son nuestros. Pero enfrentarse a esos errores es lo difícil. Lo que ahora da miedo, lo fácil, es que en España pase como en Italia: no que gane una fascista (no va a suceder), sino que la izquierda se presente a unas elecciones sin creer ni por un momento en la posibilidad de ganarlas. Si creyeran en ello, ¿veríamos la procesión de vergüenza que llevamos viendo meses?

La España de 2024 puede parecerse mucho más a la Italia de 1994 (la del primer Gobierno de Berlusconi, con un vicepresidente heredero del Movimiento Social Italiano y otro de la Lega) que a la de 2022. El suyo es un país más moralmente conservador que el nuestro. Pero compartimos los espíritus de izquierdas empeñadas en autodestruirse mientras echan balones fuera. Esta intuición me preocupa mucho más que la victoria de Meloni, que lo suficientemente aterradora (particularmente en lo social) será ya. Que no parezca, por favor, que hay quien desea tanto la catástrofe que sería capaz de convocarla. Lo demás, al final, es humo.

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