Dominio público

La guerra de los chips

Pablo Bustinduy

Investigador en la Universidad de Milán, doctor en Filosofía y exdiputado en el Congreso

La guerra de los chips
Chips semiconductores del fabricante alemán Bosch en una fábrica de Dresde.- AFP

Un profundo desconcierto parece haberse apropiado de la política económica global. El último episodio sorprendente ha sido la guerra de subsidios recientemente declarada entre los Estados Unidos y la Unión Europea. El origen de la disputa es la aprobación por el gobierno de Biden del Inflation Reduction Act, un programa de gasto público masivo con el que Washington pretende impulsar la transición energética, desarrollar sectores económicos estratégicos y apuntalar la reindustrialización del país.

Tras los paquetes anteriores de estímulo económico, la ley de construcción de infraestructuras y la ampliación de los programas de protección social, este gran retorno de la política industrial norteamericana es el cuarto pilar del Bidenomics, un cambio de paradigma macroeconómico cuyo objetivo es preparar al país para la nueva fase de competición hegemónica con China a la vez que se intenta cerrar la herida social de la que brotó el trumpismo. El quinto pilar, claro, es el aumento sostenido del gasto militar, pero ahí no hay novedad política alguna.

¿Cuál es el problema? Que este cambio de paradigma en la política estadounidense implica subvertir algunos de los equilibrios sobre los que se ha construido el consenso atlántico sobre la globalización. La Unión Europea, de hecho, ha reaccionado con estrépito, denunciando la iniciativa de Washington como un programa masivo de ayudas estatales encubiertas, y por tanto como una violación de los estándares impuestos por la Organización Mundial del Comercio.

Es la globalización al revés: en vez de las deslocalizaciones, lo que se teme en los tiempos del reshoring es la relocalización de actividades estratégicas hacia los grandes centros de poder geopolítico e industrial. Por eso la Comisión ha filtrado a toda velocidad su airada respuesta al plan, en abierta contradicción con lo que se supone que denuncia: una relajación de los subsidios estatales a las empresas estratégicas, y por tanto de sus propias normas de competencia, que será seguido de la creación de un Fondo Soberano de la UE y del lanzamiento de sus propios planes estratégicos de reindustrialización.


Como siempre en la Unión Europea, a los grandes anuncios siguen las dudas sobre dos cosas: qué quieren decir exactamente y cómo se van a financiar. Del Fondo Soberano sabemos que nace con la intención de afianzar la posición y las capacidades europeas en sectores esenciales como la tecnología verde, la computación cuántica, la inteligencia artificial o la biotecnología, pero por ahora todo esto es poco más que un significante en espera de contenido. De su financiación, que los países del Norte ya han advertido que no se puede insistir en la lógica de las transferencias y los subsidios para el Sur que ya asumieron para los fondos de reconstrucción. En ausencia de mecanismos comunes, mientras tanto, relajar la política de grandes subsidios es un regalo para Francia y Alemania, que acumulan el 77% de las ayudas públicas concedidas desde el inicio de la pandemia y siguen expandiendo la posición de sus empresas en la periferia.

Más allá de cómo se resuelvan estas disputas, el mensaje que lanza Bruselas es que la Unión también se remanga para entrar en la competición por la nueva política industrial. En los últimos años, la Comisión ya había relajado dos veces los criterios relativos a las ayudas estatales. El pacto de estabilidad lleva más de dos años suspendido. Por primera vez en su historia, Bruselas ha emitido deuda y realizado transferencias directas a sus Estados miembros. A trompicones, Maastricht también está del revés: ahora se trata de extender este nuevo intervencionismo al ring de la transición energética.

Es un hecho: en el mundo de la policrisis y la globalización policéntrica ya nadie parece apostar por la lógica del mercado, el libre comercio y la movilidad ilimitada de los capitales para abordar los grandes desafíos que se avecinan. Sobre este nuevo intervencionismo planea el espectro de China, que nunca participó de esa lógica y lleva años de ventaja en la planificación del estadio siguiente. De ahí la virulencia de las guerras tecnológicas y del afán reindustrializador que las acompaña: el desafío es deshacer la inercia del desarrollo chino y recomponer a toda prisa las fuerzas y las capacidades del eje atlántico.


El enfrentamiento entre Europa y los Estados Unidos, sin embargo, demuestra que ese eje no es hoy por hoy un frente unificado: no lo es en el ámbito energético, ni en el tecnológico, ni tampoco en el militar. Desde una perspectiva global, esto señala que la capacidad de coordinación y acción conjunta para abordar los retos planetarios que se avecinan no solo no avanza, sino que se retrae cada vez más. Desde una perspectiva europea, quizá sea el último aldabón de aviso: la autonomía geo-estratégica no es un capricho ni una temeridad para el continente, sino quizás su condición de posibilidad.

Más Noticias