Dominio público

Prisa para la memoria histórica

Helena Sotoca

Divulgadora de arte con perspectiva feminista en @femme.sapiens

Prisa para la memoria histórica
Bouguereau - Ninfas y sátiro 

Es cierto que no tengo los datos en la mano, pero me atrevería a decir, aunque sea bajo el paraguas de la intuición, que no demasiadas personas de mi generación (tengo 29 años) están interesadas en preservar la memoria histórica. Interesados en tanto que usufructuarios lo estamos todos, porque a (casi) nadie le apetece repetir la dictadura; pero el interés activo por escuchar testimonios, difundirlos, comprenderlos y elevarlos a la categoría que merecen, no se ve tanto entre las personas de mi edad.

Y es que resulta —creo que aquí está el motivo— que tenemos prisa. Nosotros por ser demasiado jóvenes y ellos por ser demasiado viejos. Hace cosa de ocho meses entrevisté para el podcast a dos mujeres que habían sido víctimas del sistema de robo de bebés durante el franquismo. Una, Pilar, era la madre de un bebé robado, y la otra, Irene, había sido sustraída de su madre para ser vendida a una familia "de bien". Pilar tenía más de setenta años e Irene, más de sesenta.

A pesar de que cada historia era un mundo, ambas compartían desasosiego: la prisa de una por encontrar a su hija antes de fallecer ella misma, y la prisa de la otra por dar con su madre antes de que ésta muriera. En cualquier caso, ambos apremios, estaban siendo entorpecidos por las trabas legales por un lado, por la mala fe por otro (ya sabemos que los documentos de la Iglesia tienen una especie de maldición que hace que se pierdan, se quemen o se deshagan en inundaciones), y, por supuesto, por el desinterés público hacia su causa. Mientras las escuchaba, tenía la sensación de que estaban corriendo una carrera de obstáculos llenas de heridas, con una venda que les tapaba los ojos y un lastre del que colgaban algunos desalmados que les piden que lo superen ya.

Pero ahí estaban ellas, sentadas en frente de mí, con un micrófono ante la boca y una cámara directa a su cara, contándome los entresijos de su vida, sus dolores más profundos y las terribles violencias —machistas, por cierto— a las que habían sido sometidas. Una entrevista duró treinta y cinco minutos y la otra cuarenta y ocho. Explicaron punto por punto su historia, cómo Irene se había enterado de que sus padres no eran los biológicos; cómo a Pilar le habían comunicado la falsa muerte de su criatura. Cómo de repente ambas hilaron cabos y se pudieron nombrar víctimas del robo de bebés. Ambas narraciones eran complejas, con recovecos, idas hacia delante y hacia detrás en el funcionamiento natural de la memoria, y parones para coger aire. Para aguantar el llanto.


Publiqué ambas entrevistas con la ilusión de que muchas personas las escucharían: tantas o más que el resto de episodios del podcast, ya que consideraba que ambos eran unos testimonios importantísimos. Lo sentí como la oportunidad para que mi generación e incluso la Z mostrara interés por la memoria histórica y las violencias que las mujeres sufrieron durante la dictadura franquista.

A las pocas horas de publicarlos, recibí un mensaje: "Helena, muchísimas gracias por hablar de estos temas —bla, bla, bla—. Sólo quería decirte que no he podido escuchar entera la entrevista porque la mujer habla demasiado lento y se me ha hecho pesada". La primera en la frente. Al día siguiente miré las estadísticas. El tiempo de escucha del episodio había caído hasta el 35%: ¡la gente no llegaba ni hasta la mitad del testimonio! Recibí varios mensajes más en los que se hacía referencia a esta lentitud de la entrevistada, que quiero recordar que tenía más de setenta años y estaba contando algo que le sucedió con veintitrés.

Mi conclusión es que nosotros también tenemos prisa. TikTok y Twitter nos han convertido en vertederos de información superficial. Somos incapaces de profundizar en lo que es complejo, de concentrarnos en una historia de principio a fin. Tenemos prisa por cambiar de tema, todo se nos hace pesado. Y mientras, se mueren de viejas aquellas madres que buscan a sus hijas, sin que las nuevas generaciones alcemos ni un poquito la voz por ellas.


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