Dominio público

Las acechanzas del pasado

Gioconda Belli

Poeta y novelista nicaragüense

Imagen de wal_172619 en Pixabay
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Yo viví el día en que se destruyó la democracia en Nicaragua, mi país.  A poco tiempo de un proceso electoral en España, no quiero hablar de eso, sino de la lección aprendida. Las dictaduras tienen la insidiosa costumbre de volver. Como en todo proceso, el sistema democrático se desgasta. Pasa sus buenas, pero también sus malas épocas. O vacila o se equivoca. Se abren entonces las bocas de los que anhelan el pasado, de los que temen las olas del tiempo y los cambios que la modernidad arroja en las playas de la política. Esos profetas de los malos augurios advierten los peligros de la llegada del futuro, pero no para hacerle frente, sino para exaltar los bienes del pasado. Juzgan los cambios como cataclismos y abogan por la seguridad de las viejas creencias, advirtiendo sobre los riesgos de perder una supuesta seguridad.

El miedo es la lengua de quienes temen el mañana, de quienes no tienen más discurso que el de frenar los ajustes, los intentos de dar pasos para enfrentar con audacia las nuevas demandas. Los conservadores cultivan las semillas del pasado y ensartan en el progreso las banderillas de sus temores. Ensalzan la bonanza pretérita con engaños y trucos porque de veras creen que el tiempo pasado fue mejor. Deciden obviar las sombras de la historia sin considerar el peligro de repetir la oscuridad.

La democracia es una criatura vulnerable, siempre imperfecta, pero por lo mismo siempre abierta a perfeccionarse. Estamos en un mundo tan incierto y escabroso que la tradición puede sonar como promesa de estabilidad. Nada más lejano a la realidad. Los que propugnan por viejos valores apelan a un espejismo. El tiempo no pasa en vano; los retos que significa este presente complejo más que aferrarse a lo sabido, requiere atreverse al proceso de prueba y error. Un país se puede perder, la democracia se puede perder.

El peligro es grande cuando se cree que ésta es invulnerable y que aquellas épocas de las que tanto costó salir no pueden regresar. Como bien dice la intelectual turca, Ece Temelkuran, "el olor a cebolla es parte integrante de la democracia. Si usted no puede tolerar su olor, entonces puede que esté en peligro de perder el mal menor -el imperfecto triunvirato formado por la democracia, el sistema y el estado- a cambio de un régimen autoritario" y añade: "El populismo de derechas es un movimiento global en auge que opera siguiendo las mismas pautas en todos los países. Independientemente de lo sólido que sea su sistema o de lo madura que sea su democracia".


Es fácil para los agoreros de desgracias quejarse del olor a cebolla y prometer el retorno a sistemas estrictos de control, olvidándose de que esas promesas rotundas sueñan con "poner en cintura" lo que consideran desvaríos de la democracia. Así se puede perder un país.

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