Dominio público

Sobre las ganas de abstenerse

Santiago Alba Rico

Escritor, filósofo y ensayista

Sobre las ganas de abstenerse
Un contenedor ardiendo tras la manifestación en apoyo a Pablo Hasel en Barcelona, Cataluña (España), a 16 de febrero de 2021.
David Zorraquino / Europa Press

El otro día me quedé muy preocupado. Una chica de veinte años me comentaba con desazón que la mayor parte de sus compañeros de Facultad habían decidido abstenerse en las elecciones del próximo domingo. Su abstención no es la de la pereza o el pasotismo, me decía; es una decisión política que se pretende muy radical: una enmienda a la totalidad de un orden político que les repugna de tal modo que no quieren legitimarlo con su voto. Aún más: están convencidos de que esa abstención es la única posible intervención "revolucionaria" en los comicios.

Es difícil no entender su malestar impugnativo y no apreciar la pureza de su abstención militante. Esa fuerza, esa energía, esa reflexión crítica debería encontrar algún camino para expresarse e incidir en una sociedad que pierde vigor democrático. Pero precisamente por eso -porque pierde muy deprisa vigor democrático- la abstención no es la vía; al contrario, es una apuesta segura por una mayor desdemocratización. Por un lado, conviene señalar que en nada se distingue una abstención política de una abstención estructural: los resultados no registran la mayor o menor conciencia de ese gesto de inhibición electoral. Por otro, recordemos que allí donde, como en Madrid, la victoria de la derecha es muy probable, la abstención se convierte de hecho en un voto adicional al PP. Hay algo muy enigmático sin duda en el hecho de que tantos madrileños despolitizados voten a Ayuso a pesar de los 7000 ancianos muertos en las residencias, la destrucción de la sanidad pública y las sospechas fundadas de corrupción. Pero hay algo fundamentalmente paradójico en el hecho de que jóvenes politizados se abstengan a pesar de los 7000 ancianos muertos en las residencias, la destrucción de la sanidad pública y las sospechas de corrupción. El voto del domingo no va a acabar con el capitalismo y no anticipa una democracia más profunda y más real, pero de su resultado depende la recuperación de toda una serie de pequeños bienes -vivienda, espacios verdes, sanidad, dignificación de la vida material en los barrios- que la derecha ha robado desde el gobierno autonómico y municipal y que va a seguir robando, y con más ahínco, si renueva sus cargos.

La abstención como "postura revolucionaria" da a las elecciones un valor que no tienen. De hecho, les concede ese valor central que la propia militancia radical desprecia. Hay que ser realista. Si finalmente nos lo jugamos todo en procesos electorales que se repiten cada cuatro años es porque   el resto del tiempo la vida política es un desierto. No nos lo jugamos todo, no, pero todo lo que nos jugamos en ellas nos lo jugamos en ellas. No se puede cambiar el mundo a través de las elecciones y en eso tienen razón los jóvenes politizados y desencantados de las universidades; pero se puede empeorar tanto el mundo mediante la abstención -funcional a una derecha muy movilizada- que conviene separar tajantemente las elecciones de la revolución, como se distingue entre el bricolaje y la arquitectura o entre coser un remiendo y tejer un jersey de lana. No se trata de votar cada cuatro años y luego lavarse las manos con la arena del desierto; se trata de hacer retroceder el desierto todos los días y acudir a las urnas el día de las elecciones con las manos sucias y la nariz tapada. Ni las urnas eximen del trabajo militante ni son el colofón de un trabajo social colectivo que no existe. No se cambia el mundo votando en las elecciones; pero no se acaba con las elecciones no votando en las elecciones.

Si fuese joven y reclamase mi derecho a intervenir en la realidad, me costaría mucho ir a votar el domingo. Todos los políticos son iguales en relación con lo que soñamos; pero no son iguales en relación con lo que vivimos. Creo que es importante separar estos dos ámbitos paralelos que hoy es muy complicado entrelazar o siquiera aproximar. Los jóvenes no deberían renunciar a materializar políticamente sus sueños; los viejos necesitamos ese impulso. Pero los jóvenes no deberían olvidar ese lazo perverso que une las urnas a la vida cotidiana. Muchos viejos, de hecho, les agradeceríamos que votaran el domingo. Muchos viejos, muchas mujeres, muchos niños.

Hay mil razones para no votar el domingo si uno es un joven cabreado. Para votar solo hay una: que la abstención no es revolucionaria ni impugnativa ni radical ni divertida; no incendia las urnas y no calma, por tanto, las ganas, a veces legítimas, de quemar un contenedor. Quizás algún día habrá que quemar un contenedor o al menos romper una farola. Pero ningún impulso revolucionario impide votar el domingo. Y tu voto puede impedir que nos arranquen esos últimos botones que están ya a punto de caerse.

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