Dominio público

El votante del PP

Carlos Fernández Liria

Profesor de Filosofía en la UCM

El votante del PP
Seguidores del Partido Popular, este domingo en sede de la calle Génova en Madrid.- EFE / Juanjo Martín

El perfil antropológico del votante del PP hunde sus raíces atávicas y psicoanalíticas en ese grito ancestral, "¡vivan las caenas!", con el que se saludó en 1823 la restauración del absolutismo. Sin recurrir a la psicología profunda es muy difícil comprender por qué los pensionistas votan masivamente contra un gobierno que ha subido un 8% las pensiones y a favor de quienes están desmantelando la sanidad pública. Pienso que existe un potente nervio franquista que todavía moviliza a la población española y que tiene algo que ver con la venganza y el resentimiento hacia todo lo que se sospeche que no sería aprobado por el superyó del caudillo.

El PP no debería existir. Es un partido político que debería haber sido ilegalizado por la Ley de Partidos en 2003, desde el mismo momento en que se supo que en Irak no solo nunca hubo armas de destrucción masiva, sino que siempre se había sabido que no las había y que, por tanto, el entonces presidente Jose María Aznar había mentido para poder iniciar la mayor ofensiva terrorista del siglo XXI. Con esta mentira como referencia, se estima que entre 2003 y 2006 murieron en Irak de forma violenta 654.965 personas (encuesta Lancet 2006), otras encuestas ascienden la cifra a 1.220.580 (Opinión de Encuesta Empresarial). El PP no fue acusado en ese momento de colaboración e incitación al terrorismo, lo que demostró que la Ley de Partidos, aprobada en 2002, no era más que una ley ad hoc (para ilegalizar a Herri Batasuna) que debería haber sido anulada por el Tribunal Constitucional. De lo contrario, el PP debería haber sido ilegalizado y sus dirigentes encausados por terrorismo y por su colaboración con la banda armada más potente del planeta, que en esos momentos iniciaba una guerra ilegal bajo un pretexto que se demostraba falso, en contra, por demás, de la opinión de la inmensa mayoría de la población española y mundial.

Sin embargo, el pasado mes de febrero, el antiguo líder del PP declaró que no sólo no se arrepiente de su decisión sino que la volvería a tomar con mucho orgullo. Los votantes del PP, por su parte, nunca han sentido ante ello una gran inquietud. En este último proceso electoral se han rasgado las vestiduras porque Bildu había incluido en sus listas a antiguos terroristas de ETA, obviando el detalle de que estos sí que habían cumplido estrictamente con una condena y habían pedido perdón a las víctimas. Hay una enorme diferencia entre el votante de Bildu y el votante del PP, no sólo por el número de víctimas que hay que tomar en consideración, sino porque los segundos jamás han mostrado el menor atisbo de arrepentimiento.

Muy al contrario, ni siquiera el atentado en Madrid del 11-M, con sus 191 muertes, despertó en el votante del PP mucha reflexión. Más bien desató una ola de negacionismo delirante y masivo, de modo que muchos de ellos siguen pensando a día de hoy que fue ETA la responsable de la matanza. Todo ello pese al video en el que Abu Dujan Al Afgani, portavoz de Al Qaeda, reivindica el atentado como "una respuesta a vuestra colaboración con los criminales Bush y sus aliados, como respuesta a los crímenes que habéis causado en el mundo y en concreto en Irak y en Afganistán". Los políticos del PP hicieron lo posible por eludir su responsabilidad, llegando a llamar a los periódicos para que desviaran la atención y ocultaran la verdadera autoría del atentado. Jamás ha habido en este país un intento tan colosal y desesperado de manipular a la opinión pública. La responsabilidad personal que tuvo José María Aznar en esta premeditada intoxicación de la prensa fue bien conocida desde el primer momento porque la denunciaron muchos directores de periódicos y de informativos. Pero tampoco esto ha despertado jamás ninguna inquietud en el votante del PP, que sigue mirando con admiración y simpatía a su antiguo líder de partido. Su mentalidad se armó más bien con un ciego negacionismo apuntalado por una legión de periodistas mercenarios, que diseñaron una teoría de la conspiración en la que Zapatero y ETA se habrían puesto de acuerdo con Al Qaeda para hundir al PP.


Díaz Ayuso ha planteado su campaña diciendo que había que optar entre ETA y la Libertad, puesto que "ETA sigue existiendo y la financiamos con nuestros impuestos". Creo que hizo muy bien Pablo Iglesias en recordar algunas evidencias sangrantes: siguiendo la lógica que identifica a Bildu con ETA, habría que tomar en consideración el hecho de que el mayor líder del Partido Popular fue Fraga Iribarne, un ministro de Franco que jamás fue juzgado ni  cumplió condena por su colaboración con la dictadura y que jamás mostró ninguna muestra de arrepentimiento, recordando de paso que el PP nunca ha condenado el franquismo y ha llegado a burlarse de las víctimas y los desaparecidos que aún a día de hoy intentan rescatar las asociaciones de la Memoria histórica.

En verdad, para comprender el fenómeno de por qué la gente vota al PP, habría que replantear la tesis de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal. Fueron la mediocridad y el negacionismo los que, según esta gran filósofa, podían explicar  el "colapso moral" en el que se hundió Alemania bajo la égida del nazismo. Todo el mundo sabía y no sabía al mismo tiempo lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Y cuando se dieron cuenta, habían muerto seis millones de judíos en los campos de concentración. Pero nadie se había sentido responsable. Ni siquiera Eichmann, uno de los directores de la solución final. En su juicio en Jerusalén, gritó desesperado que él "nunca había matado a nadie". Sencillamente había estado exterminando judíos como quien empaqueta tomates. Incluso llegó a reformular el imperativo categórico de una manera que explicara sus actos: "Obra siempre de tal manera que si el Führer te estuviera observando, aprobaría lo que haces". Él nunca se consideró más que una insignificante pieza de una maquinaria en la que se limitaba a cumplir órdenes y tomar decisiones del agrado de su superyó. Esto es algo que ocurre muy a menudo históricamente. No somos conscientes de lo que estamos provocando cuando atendemos a las voces de nuestro ancestro interior. Y creo que que, en este país, la voz de Franco sigue hablando en nuestro interior, negada, silenciada y reprimida, pero obscenamente eficaz, marcando en el fondo de nuestro psiquismo lo que puede ser aprobado y lo que no. Ha pasado ya medio siglo, pero haría falta un psicoanálisis colectivo muy profundo para librarnos de ello.

Lo que es seguro es que el mundo no va por buen camino. Este 28-M, España se ha sumado al carro de la ola de derechas que triunfa en Europa. No será con grandes aspavientos criminales con los que avanzaremos por esta senda. La pulsión de muerte se abre camino de manera mucho más banal, con mediocridad, estupidez y ceguera. No hay mucho sitio para la reflexión cuando es esto lo que está en juego. Cuando se plantea un lema como el de Ayuso, "o ETA o yo", no hay nada que discutir, sería como intentar refutar a un terraplanista. Pero las consecuencias de todo esto en lo que nos estamos embarcando, no serán por eso más benignas.

Para comprender lo que se avecina, no hay más que imaginar lo que habrían sido estos años de pandemia y de crisis económica si hubieran sido gestionados por la derecha. Este gobierno de coalición, representa el mejor que ha habido en España en toda la historia de la democracia. No es difícil imaginar lo que podría haber ocurrido si no se hubieran nacionalizado los salarios en el confinamiento, o si no se hubieran potenciado las ayudas sociales. Habríamos seguido la senda de Bolsonaro en Brasil, o sin ir más lejos, de Ayuso en las residencias y la sanidad de Madrid.

Lo que ahora se está denominando el "sanchismo" ha sido, en realidad, un giro social impuesto al PSOE por la presión de la izquierda, dentro y fuera del gobierno. Entre los socialistas son muchos los que están viendo ahora la ocasión de regresar a las viejas esencias, girando el timón a la derecha. Este funesto regreso al bipartidismo sólo podemos evitarlo desde la izquierda, comprendiendo de forma realista que, tras el hundimiento de Unidas Podemos, sólo Sumar está en condiciones de vertebrar una alternativa para el próximo 23 de julio. Podemos ha desaparecido de prácticamente todas las instituciones autonómicas y municipales y en lugares clave como Madrid o la Comunidad Valenciana. A este respecto, estas elecciones han sido bastante clarificadoras. Es obvio que cualquier proceso de unidad para conformar Sumar tiene que partir del peso real que ha demostrado cada actor y Podemos, en concreto, debe asumir que ha quedado en la práctica irrelevancia, por lo que no está en condiciones de imponer las que eran sus pretensiones hasta hace unos días. Los votantes han hecho ya una radiografía del problema. Lo que nos jugamos en las próximas semanas es demasiado grave y urgente para perder el tiempo con malabarismos retóricos.

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