Margarita Mediavilla
Castilla y León ha perdido 125.000 habitantes desde el inicio de la crisis y los datos de población, lejos de estabilizarse, siguen despeñándose por la cuesta abajo. Los pueblos vacíos empiezan a venderse y hasta las ciudades más grandes muestran signos de envejecimiento: siguen el mismo patrón que comenzaron hace décadas los pueblos.
Los campos, los pueblos y los barrios están empezando a ser cubiertos por la neblina del abandono. Como en la novela de la Historia Interminable, la España Vacía está siendo tragada por la nada. La nada que no se puede describir porque no se ve, porque está hecha de vacíos, de no saber lo que pasa en esos lugares, de no querer mirar, de no tener testigos que se quejen, ni oídos que escuchen los lamentos, ni bocas siquiera que se molesten en pronunciarlos.
Mientras tanto, la irrespirable actualidad política española sigue restringiendo su foco de atención a un círculo de pocos kilómetros alrededor de la Puerta del Sol. Un círculo más estrecho cada año. La España Vacía adolece de atención: es una tierra que mira hacia el foco madrileño constantemente sin que Madrid la mire a ella; es una tierra a la que nadie ve y que tampoco se ve a sí misma.
En la Historia Interminable, el protagonista sigue un largo periplo de aventuras hasta conseguir llegar al corazón del Reino cuando casi todo ha sido destruido por la nada. Sin embargo, la Emperatriz Infantil le tranquiliza: no importa que todo se haya destruido, el reino sólo necesita un nombre nuevo para poder resurgir. El nombre, en la historia de Michael Ende, es la clave de la existencia. El nombre es la identidad: la semilla que posee toda la información necesaria para una nueva vida.
Yo creo que la España Vacía adolece, sobre todo, de identidad política. Porque el gran problema de todo este desierto demográfico que rodea Madrid es que no tiene políticos que atiendan sus problemas ni tampoco un pueblo con una identidad clara que exija a esos líderes soluciones.
La España Vacía tiene, sin embargo, una identidad física muy real. Sus fronteras, aunque difuminadas, engloban las comunidades de Extremadura, Aragón, Castilla León y Castilla la Mancha junto con gran parte de las áreas montañosas que rodean a estas comunidades. Es un claro archipiélago de ciudades-isla en un mar de territorios rurales despoblados. Pero su identidad política se encuentra encadenada a un galimatías de nacionalidades históricas que la dividen y son motivo constante de conflicto.
Una buena muestra de ello son los comentarios que aparecieron en el artículo de El Salto aparecido el pasado 3 de marzo y titulado "Castilla ‘la vieja’, donde las escuelas cierran y los cementerios se amplían". De los 73 comentarios, 68 se dedicaron a discutir si era aceptable que la autora hubiera utilizado el nombre "Castilla ‘la vieja’" ("la vieja" entre comillas) para referirse a la comunidad de Castilla y León, ignorando al Reino de León. Todo el debate se fue hacia la cuestión de los reinos medievales, no hubo tiempo para debatir las soluciones a esta dramática realidad.
Los nombres nos lastran. La identidad de la España central está basada en nombres disfuncionales que nos estancan en el pasado y nos condena al conflicto y la estupidez. El más conflictivo de todos estos nombres es el de Castilla, porque se puede referir tanto a un imperio que va desde Filipinas hasta Perú como a cuatro provincias. Hablar de Castilla siempre molesta a alguien porque es casi imposible encontrar dos personas que sitúen sus fronteras "justas" en los mismos lugares. A mayores, la palabra Castilla nos retrotrae a una idea de imperio poderoso que no tiene absolutamente nada que ver con estas regiones despobladas, rurales, marginales y absolutamente desempoderadas. Tampoco nombres como "La Mancha" describen la realidad de toda la comunidad que nombran y el hecho de que Aragón se considere históricamente muy diferente de Castilla no deja ver que su realidad social corre paralela a la de sus vecinos.
Los nombres de Castilla, León, Aragón, Galicia o Extremadura separan y enfrentan a personas que viven realidades gemelas y deberían estar trabajando, pensando e imaginando cómo resolver juntas los inmensos problemas comunes. La vacía España central no puede mirar al futuro desde sus nombres del pasado, necesita un nuevo nombre para renacer y enfrentarse la realidad del presente.
Por ello propongo que empecemos a hablar, por ejemplo, Centroiberia (un nombre aséptico, simple y fácilmente identificable, aunque cualquier otro podría servir). Centroiberia podría ser la alianza de los pueblos de la Iberia central que encuentra su identidad en el presente de los problemas comunes y en el futuro de los objetivos compartidos.
No propongo, ni mucho menos, que se cree una nueva comunidad autónoma, ni nuevas instituciones o cargos públicos. No se me pasa por la imaginación sugerir la creación de una identidad cultural artificial que intente uniformizar las raíces etnográficas de todos estos territorios. No deseo en absoluto que se cree un nuevo nacionalismo al estilo de los actuales, tarados por los estrechos moldes decimonónicos (un estado, una nación, unalengua, una historia...). El Estado de las Autonomías ya tiene demasiadas identidades culturales que miran al pasado, lo que necesitamos es una identidad política orientada hacia el futuro. Propongo, simplemente, una gran alianza entre organizaciones sociales, partidos y actores político-culturales de todas las regiones afectadas por el vaciamiento central que sirva para visualizar sus problemas en el ámbito estatal y buscar soluciones.
El vacío donut central hispano tiene que organizarse con sus propios medios y desde la base para salir adelante, no le queda otra opción. Su identidad debe ser la resistencia al abandono y su estructura sólo puede tener la forma de una red horizontal sin centro. En cierta forma, esta red ya se está creando desde las diversas iniciativas de repobladores del Pirineo o El Bierzo o desde las luchas de comarcas que resisten a la minería en Salamanca, Cáceres o Galicia, al fracking en Merindades o Monegros, a las macrogranjas en Noviercas o Brihuerga. ¿Para cuándo, por ejemplo, una red centroibérica de emisoras de radio rurales, una plataforma centroibérica de escuelas de pueblo reabiertas o un banco de tierras centroibérico para repobladores agroecológicos?
Acabamos de celebrar el 23 de abril, día que, no solo es la fiesta comunera de Castilla y León, sino también la de la comunidad autónoma de Aragón. Es un buen día para reconocer el abandono y la desesperanza que nos paralizan a todos los habitantes de Castilla y León (tanto leoneses como castellanos), pero también para ir más allá de nuestras fronteras y reconocer que formamos parte de una comunidad más grande donde también están nuestros vecinos y vecinas de la vacía Iberia central.
*Margarita Mediavilla es profesora de Ingeniería de Sistemas y Automática en la Universidad de Valladolid y pertenece a Ecologistas en Acción
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