Ecologismo de emergencia

Día de la Tierra: ni un paso atrás en acción climática

Rosa M. Tristán

Día de la Tierra. Suena hermoso. Muchos habrán olvidado que el origen de tan importante fecha se remonta a 1968 cuando un profesor ambientalista llamado Morton Hilbert, junto al Servicio de Salud Pública de Estados Unidos, organizó una conferencia sobre los efectos del deterioro del medio ambiente en la salud y propusieron crear una jornada para recordar que si protegemos nuestro planeta nos protegemos a nosotros. Han pasado 50 años desde que triunfó su iniciativa, en 1970. Ahora, en plena pandemia global del coronavirus, está claro que vamos a necesitar mucho más que un día para olvidar lo que Hilbert ya vio cuando gran parte de la Humanidad actual aún no había nacido.

Podríamos decir que en este mes y medio de confinamiento que llevamos encerrados por un microscópico virus provocado por una zoonosis (es decir, una infección provocada por un animal) todos somos más conscientes de que respiramos mejor porque no hay máquinas que nos ensucien el aire, y por tanto la contaminación ha caído en picado; que escuchamos mejor a los pájaros porque hay menos ruido (el Instituto Geográfico Nacional ha detectado que en las calles de Madrid hay dos decibelios menos); que hay menos basura en la naturaleza porque no estamos allí para tirarla... A todos nos gusta sentir esa primavera limpia desde nuestras ventanas y terrazas.

Pero es un ensueño. Las amenazas siguen ahí.  Las temperaturas siguen subiendo el pasado mes de enero fue el más cálido desde que se tienen registros en todo el mundo y marzo el segundo más cálido, como recuerda Greenpeace. Las sequías, las plagas y las lluvias erráticas se siguen sucediendo hoy en muchos países de América Latina y África, como denuncia Alianza por la Solidaridad, que trabaja con campesinos en ambos continentes. Y la amenaza de la carbonización continúa, como añade Ecologistas en Acción, justo en unos días en los que vemos que ‘el problema’ está en que no sabemos dónde almacenar tanto petróleo, inmersos en una absurda dinámica que no parece tener fin. Y todo ello, aderezado con una ‘relajación’ de las limitaciones ambientales que tanto costó conseguir pero que ya vuelven a considerarse ‘frenos’ una la recuperación económica que será imprescindible pero que no tiene por qué ni ser ‘sucia’ ni injusta.

Sostenibilidad y justicia. Precisamente esos son los ejes del Manifiesto por el Clima que han firmado 220 organizaciones ambientales, sociales y de desarrollo, en una campaña que comienza hoy y que incluye una manifestación ‘virtual’ el próximo viernes a las 22 horas. Tendrá que ser con sonidos y sombras porque a saber cuándo podremos salir a las calles de nuevo en la defensa de los derechos y medidas que creemos justos.  Pero ahí estamos. Tan unidos en esta #AcciónPorElClima24A como lo estamos cada tarde en los balcones cuando a las 20 horas salimos a aplaudir a la quienes cuidan nuestra salud.

Bien saben los geólogos que a la Tierra le somos indiferentes, que seguirá ahí aunque el Polo Norte sea un área libre de hielo en 30 años, como ayer auguraba una investigación de la Universidad de Hamburgo, aunque la Antártida vuelva a estar llena de baobabs como hace 35 millones de años, como me contaba la codirectora del proyecto Tasmandrake, Carlota Escutia, del Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra.  El planeta seguirá ahí aunque el Sol se apague, dicen los astrónomos. La biodiversidad de la vida que hay en él, es otra cosa.

Y me refiero a la vida humana que no está pendiente de las cotizaciones de la Bolsa, de los mercados de futuro o la subida de la prima de riesgo. Esa vida humana que ya estaba en precario por la emergencia climática y que, como recuerda Alianza en un comunicado, son unos 5.000 millones de personas que podrían empeorar su situación, no ya por el coronavirus, sino porque los programas de desarrollo que precisan se estén frenando y puedan frenarse aún más en un contexto de crisis económica en la que quede fuera el concepto de justicia climática. En otras palabras, que no puede haber excusas para que quien es más culpable de la crisis ambiental pague más por ello.

Pero también me refiero a esa otra vida, humana o no humana, que está experimentando lo que es un sistema agroalimentario que acaba con la biodiversidad. Por poner un ejemplo, ya hemos perdido un 12% de la Amazonia brasileña, alrededor de 300.000 km2, antes siquiera de que supiéramos lo que había en ella. Es decir, la soja y ganado, que están mayoritariamente detrás de este desastre, han matado un bosque tropical mayor que Andalucía, Castilla-La Mancha, Castilla y León y la Comunidad de Madrid todas juntas. "Es como si hubiéramos quemado miles de libros para calentar la casa sin que nadie hubiera llegado a leer ninguno", dice Juliana Stropp, científica del Museo Nacional de Ciencias Naturales que ha participad en la investigación que acaba de poner cifras al desastre.

Por el contrario, biólogos como Fernando Valladares llevan tiempo alertando de que biodiversidad y epidemias no son fenómenos independientes. Que a menos de la primera, tendremos más de las segundas. Es más, se estima que el 73% de todas las enfermedades infecciosas emergentes se originan en animales y que la ganadería  transmite una cantidad extraordinaria de virus a los seres humanos. La alerta nos llega también de historiadores como el israelí Yuval Noah Harari, al que escuchaba el otro día decir que sin ciencia y sin poner freno a la crisis climática, no habrá salida, pero que tenemos la oportunidad ahora de hacer caso a la ciencia, de aprovechar tecnologías -como las energías renovables- para cambiar el rumbo.

Si algo estamos aprendiendo estos días es que cuando los gobiernos quieren tomar medidas drásticas y urgentes, aún a costa de su popularidad o de los votos, lo hacen. También hemos visto que sociedades enteras, y a nivel global, se someten a cambios que afectan a sus vidas de la noche a la mañana cuando acecha el peligro. Son enseñanzas que debieran ayudar a entender la urgencia de ese cambio global.

 

Sabemos que nos esperan tiempos duros, pero ni un paso atrás en la acción climática. Por los habitantes de la Tierra.

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