Ecologismo de emergencia

La COP-26 y la lección de un dinosaurio

Rosa M. Tristán

La COP-26 y la lección de un dinosaurio
Pixabay

Apenas han pasado unos días desde que comenzó la Cumbre del Clima de Naciones Unidas (COP26) en Glasgow y el panorama no es precisamente halagüeño. En el horizonte no se vislumbran acciones inmediatas y contundentes que frenen el camino hacia esa subida de 2,7ºC de la que nos alerta la ciencia (en concreto, el último informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático, IPCC).

Resulta cuando menos incongruente que mientras en las palestras todos hablan de la urgencia, más tarde, a puerta cerrada, lleguen a acuerdos que no generan compromisos hasta dentro de una década, cuando seguramente muchos de los líderes políticos actuales ya no estén en el poder. ¿Qué garantía pueden ofrecer de que esas promesas llegarán a ser realidad? No es extraño que su credibilidad esté en entredicho. Ni los científicos del IPCC, en cuyos datos debieran basarse decisiones mucho más drásticas de las que prometen, les creen, según una encuesta reciente. Y el drama de ese 'bla, bla, bla' comienza a calar en una sociedad a la que no están ofreciendo esperanza.

 El primer asunto que saltó en Glasgow fue el de la financiación climática. De hecho, se quiere que sea una de las claves de este encuentro. Los famosos 100.000 millones de dólares anuales que se prometieron aportar en 2015 a partir de 2020 para mitigar el cambio climático y adaptarse a sus impactos, en 2021 aún son una utopía. El presidente británico Boris Johnson ya ha anunciado que su país pondrá otros  1.100 millones de euros más para en 2025 llegar a los 14.800 millones, pero lo hace justo a la vez que reduce la ayuda exterior al desarrollo; el español Pedro Sánchez promete otros 1.325 millones para esa misma fecha... y otros líderes hacen lo propio (Biden hasta 5.700 millones). Sin embargo, aún no hay ni siquiera acuerdo sobre cómo se distribuirían estos fondos, qué mecanismo los hará posibles, todo a la vez que el que se aprobó en Varsovia en 2013 está varado. Es más, de los 80.000 comprometidos hasta ahora –que no desembolsados- el 70% son préstamos y créditos, como ha denunciado Alianza por la Solidaridad-Action Aid, que aumentan la deuda externa. Tampoco, de momento, hay mejores noticias sobre un fondo para pagar los daños que el cambio climático ya está causando, desplazando a cientos de miles de personas y generando miles de millones de pérdidas, que se traducen en hambre.

Lo triste es que el cambio climático en el sur global no espera. Según el reciente informe del Global Center on Adaptation sobre África, hecho público por esta ONG española, en el continente africano hay ahora cinco veces más inundaciones que en 1990. Sólo en Somalia las sequías de 2016 y 2017 causaron pérdidas agrícolas por valor de 1.500 millones y en Beira -la segunda ciudad más poblada de Mozambique-, el ciclón Idai destruyó el 90% de las casas en 2019. El pasado mes de agosto, en Egipto se alcanzaron los 47ºC, temperatura, lo que supone un grave riesgo para la salud humana. Y África tan sólo es fuente del 3% de las emisiones contaminantes que generan el cambio climático, pero necesita, aseguran, 330.000 millones de dólares de aquí a 2030 para adaptarse a los cambios que se avecinan.

Con estas cifras no es de extrañar que en Glasgow se clame por la Justicia Climática, que no es otra cosa que asumir la responsabilidad que corresponde a los más contaminantes sobre los impactos que generan, pero nada por ahí parece que vaya bien, pues los planes nacionales de recortes de emisiones (NDC, en sus siglas en inglés) que se han presentado –y no son todos- ya nos han dicho los científicos que no bastan, que nos llevan a esa subida global de 2,7ºC.

Resulta que China, que ni siquiera está en la COP26 y causa hoy el 27% de las emisiones globales (a fin de cuentas es la fábrica del mundo), ya ha anunciado que seguirá explotando su carbón, su petróleo y su gas hasta llegar a su 'pico' en 2030. Eso si, su presidente, Xi Jinping lo ha dicho en la distancia, porque no ha ido a la cumbre con la excusa de la pandemia. Lo mismo que el ruso Vladimir Putin, porque pese a estar descongelándose su permafrost siberiano a pasos agigantados, no tiene intención de dejar de extraer gas natural y seguirá exportándolo por medio mundo, también la Unión Europea.

Mientras en el hemisferio sur ni siquiera tiene para organizar buenos servicios de meteorología que permitan prever y prepararse para una inundación, un huracán o un tifón (según la Organización Meteorológica Mundial sólo los tienen el 50% de sus 193 miembros) , vemos estos días cómo se vende en la COP26  a bombo y platillo que un grupo de gobiernos e inversionistas privados invertirán 1.700 millones en apoyar a los pueblos indígenas, nuestros principales guardianes de la biodiversidad, y a la vez los menos escuchados. Aún menos en las reuniones de Glasgow, adonde sólo han podido ir unos pocos y, encima, ahora denuncian que no pueden acceder porque una nefasta organización. Pero los inversionistas entran por otra puerta y el mundo se felicita de que se invierta en este asunto, pero ¿cómo cuadra eso con el acuerdo de 100 países de que se podrá seguir deforestando hasta 2030?  No extraña que hasta el brasileño Jair Bolsonaro lo firmara... Por cierto, que ese mismo día fueron asesinados a tiros dos indígenas aislados por invasores mineros en la Tierra Yanomami.

Desde la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA) me llega un grito de auxilio. "Hay que proteger el 80% de la Amazonía para 2025 ya". Han hecho una investigación que dice que el 72% de la Amazonía aún contiene sitios "con una funcionalidad y representatividad ecológica muy alta, en las que hay 203 millones de hectáreas de bosques primarios", pero que ya hay que restaurar al menos el 8% de su Amazonía para que conectar ambas zonas. ¿Cuánto quedará a finales de la década para reforestar con los 19.200 millones prometidos esta semana?

Tampoco el otro acuerdo sobre limitar las emisiones de metano un 30% parece que sea una acción urgente. Por un lado, dicen los líderes que con ello impedirán un 0,2º de subida de la temperatura global, pero los científicos aseguran que para ello habría que reducirlas a la mitad.  Por otro, el plazo de ese recorte es para 2030. Y encima Rusia, que el mayor emisor de este gas, no lo ha firmado y mantiene su sistema de suministro lleno de fugas, a lo que se suma el mencionado derretimiento de su permafrost siberiano, emitiendo cantidades ingentes de CO2 y metano a la atmósfera. Por cierto: tampoco lo han firmado China, ni Australia, ni India.

A este escenario se suma la campaña de las grandes empresas, que aprovechan para hacer portentosos anuncios que ocultan sus acciones. Ahí tenemos a Jeff Bezos de Amazon, que basa su negocio en mover mercancías de punta a punta del globo, anunciando una donación de 1.000 de dólares para reforestar África, 2.000 millones en total para el planeta que inunda de paquetes y que le ha permitido obtener 19.000 millones de beneficios sólo en el tercer trimestre de este año. Y tenemos a Iberdrola, que por cierto copatrocina la COP26, que nos anuncia que plantará 20 millones de árboles en algún lugar, mientras en España cunden las protestas contra la expansión de sus proyectos de parques eólicos en montes y montañas de gran densidad boscosa.

Pese a todo, más vale no ser derrotistas porque el panorama no nos lo permite y porque, además, existen soluciones. No ya para volver a como estábamos antes de empezar el problema del cambio climático, el que ya se anunció en 1970, pero sí para frenarlo. Me congratula que haya proyectos volcados en ello, como el proyecto de la serie para televisión de Hope! Estamos a Tiempo que propone el joven 'influencer' Javier Peña (el mismo de Hope! En Pie del Planeta), busca abrir puertas para que la que sociedad conozca las alternativas y las exija a sus dirigentes. Dirigentes valientes y dispuestos a dar un giro a un sistema que tal como está les da votos pero nos resta futuro.

Hay una web en la COP26 , We Don’t Have Time,  donde por momentos te van poniendo los millones que se dedican en el mundo a subvencionar los combustibles fósiles. La última vez que lo miro antes de terminar este artículo pone 21.355 millones de dólares desde que comenzó la COP26. Según la Agencia Internacional de la Energía, en 2021 alcanzaremos los 440.000 millones. Si ese dinero se dedicara a cambiar el rumbo, financiar soluciones, promover otro modelo y pagar la responsabilidad con los países del sur, seguramente los dirigentes actuales serían más creíbles. De momento, hasta los dinosaurios del Jurásico tienen que 'resucitar' para darles una clase.

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