Economía para pobres

La luz al final del túnel que resultó ser un tren

Desde el Gobierno anuncian que la recuperación económica está a punto de comenzar. Que la economía volverá a crecer y que con ello también lo hará el empleo y el bienestar material de la población. Que los sacrificios que nos están imponiendo –no a todos, dicho sea de paso– terminarán por dar sus frutos más temprano que tarde. El descenso del diferencial de la deuda (la llamada prima de riesgo), la subida de las exportaciones netas o el débil crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) serían indicadores que apoyarían la tesis gubernamental. La luz al final del túnel, en definitiva.

El lenguaje económico siempre es utilizado de forma tramposa y, por supuesto, ideológica. La bajada de la prima de riesgo, por ejemplo, es un indicador de la mayor confianza que tienen los mercados –las grandes empresas y grandes fortunas- en que podrán cobrar los préstamos que hacen al Estado. Y no es para menos. Los recortes en los servicios públicos, tales como sanidad o educación, están siendo las fuentes de las que se obtiene el dinero que vuela hacia los bolsillos de los acreedores de la deuda. Así las cosas, parece que sólo desde una óptica muy clasista –de clase alta, concretamente- puede uno celebrar tal fenómeno económico.

Algo parecido ocurre con el crecimiento económico. Si no va parejo a una mejora en las condiciones de vida, tanto materiales como inmateriales, difícilmente podemos hablar de buenas noticias. No olvidemos que el crecimiento económico es compatible no sólo con burbujas económicas sino también con la depredación de recursos naturales e incluso con la muerte y destrucción que provocan las guerras en otras partes del mundo. De ahí que sea no sólo absurdo sino también insensato hablar de salida de la crisis mientras la realidad social no mejore en absoluto.

Ahora bien, podría alegarse que al menos estaría científicamente demostrado que ya habríamos salido de la recesión. Pero en realidad tampoco. La contabilidad nacional, que acaba construyendo el Producto Interior Bruto (PIB), no es una ciencia exacta. La cuantificación de las propias variables económicas está sujeta a enorme polémica. El mismo concepto de capital es imposible de cuantificar, algo revelado claramente por la llamada controversia de Cambridge. La solución que tomó la ciencia económica fue la de ignorar esos "pequeños" incidentes y huir hacia delante. El resultado es posible que sea lo mejor que puede conseguirse en una ciencia inexacta como la economía, pero desde luego no representa la realidad misma. Acabemos pues con la mitología de los indicadores económicos, aunque tengamos que usarlos para acercarnos a esa realidad.

Así las cosas, si usamos los indicadores económicos para el análisis conviene tener en cuenta que lo adecuado es estudiar las tendencias estructurales y no la coyuntura. Crecer un 0,1% no nos dice mucho si no tenemos en cuenta la trayectoria histórica y los fundamentos de ese crecimiento, porque lo mismo es el paso para un crecimiento sólido que para una recaída descomunal. Recordemos que en el año 2011 el crecimiento del PIB fue del 0,1% anual, y sin embargo a ese dato "de alegría" le siguieron años de agudizamiento de la crisis.

Si observamos el fundamento del crecimiento económico los años previos a la crisis, notaremos que la demanda interna creció en 2006 a un ritmo del 5,2% anual mientras que las exportaciones lo hacían a un 6,7% anual. Las importaciones creían aún más rápido que las exportaciones y eso empeoraba el déficit comercial. Eran los rasgos típicos de un crecimiento dirigido por el crédito, que estimulaba una importante demanda interna que a su vez obedecía a la dinámica de la burbuja económica.

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Todo eso cambió con la llegada de la crisis. El pinchazo de la burbuja detuvo la actividad productiva en el sector de la construcción y comenzó la parálisis de toda la economía. En el año 2008 la demanda interna ya decreció un 0,5%. La caída de las importaciones fue importante, de un 5,2%, y comenzó a corregirse el déficit comercial. Para el año 2009 la crisis ya estaba más que instalada en los fundamentos económicos. Las importaciones se desplomaron un 17,2%, y la demanda interna un 6,4%. No había consumo ni inversión, y el PIB cayó un 3,8%.

La novedad llegó en el año 2010, todavía en Gobiernos del PSOE, cuando las exportaciones y las importaciones se recuperaron de forma muy notable. Pero la demanda interna seguía cayendo, esta vez un 0,6%. Y entonces vino la puesta en marcha de las políticas de consolidación fiscal. La consecuencia fue el desplome de la demanda interna, un 2,0% en 2011 y un 4,1% tanto en 2012 como en 2013 (este último dato en estimación). Al no haber consumo ni inversión también cayeron las importaciones durante todos estos años, de modo que sólo el crecimiento de las exportaciones mantuvo algo de vida al crecimiento económico. La consolidación fiscal hundió la economía.

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El resultado de todo este proceso es un modelo de crecimiento económico muy distinto al que había antes de la crisis, ya que el motor del anterior modelo era la demanda interna (aunque propulsada por el crédito) mientras que en el nuevo modelo el motor son las exportaciones netas (diferencia entre exportaciones e importaciones). El modelo anterior era frágil debido a que dependía de la burbuja de crédito asociada a la inmobiliaria. Y el nuevo es un modelo frágil porque depende del buen estado del comercio mundial y porque se especializa en sectores de bajo valor añadido que tienen comportamientos muy volátiles. Pero no sólo.

Si observamos con detalle cómo se componía la demanda interna en los últimos años podremos sacar algunas enseñanzas. La primera, que el consumo de los hogares se hundió en 2008 y todavía no se ha recuperado. Los hogares están muy endeudados y el dinero que reciben no lo dedican a consumir sino a devolver deudas al sistema financiero. Ese hecho fue compensado parcialmente por el crecimiento del consumo público hasta 2010, lo que mantuvo la demanda interna y el crecimiento económico. Eso sí, el consumo público se hundió cuando comenzaron las políticas de consolidación fiscal (con Zapatero y después con Rajoy) y eso hundió la demanda interna definitivamente.

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La segunda cuestión es que la inversión se desplomó en 2008 y aún más brutalmente en 2009, sin recuperarse desde entonces. A pesar de la reestructuración financiera y el saneamiento de los balances de los bancos, la inversión no resucita. Al contrario, sigue cayendo. Se está produciendo lo que se llama trampa de la liquidez, y que viene a decir que aunque el canal financiero funcione perfectamente (es decir, que pueda prestar) las empresas no quieren endeudarse para invertir porque no hay mercado, no hay ni consumo ni inversión. El hundimiento de la demanda interna no anima a nadie a invertir porque no sale rentable. Los fundamentos de la economía están enquistados y estancados.

Así las cosas, el crecimiento del PIB sólo puede generarse a causa de que las exportaciones netas empujen más de lo que caiga la demanda interna. El problema es que la demanda interna sigue cayendo y puede hacerlo con aún más fuerza como efecto de los recortes en consumo público, lo que hará cada vez más difícil que las exportaciones netas compensen ese hecho. La esperanza del Gobierno está puesta en que el comercio mundial se mantenga estable, sin una nueva crisis, y que el empobrecimiento salarial haga más atractivas las exportaciones españolas. Esta es la estrategia que tienen todos los países de la UE, a pesar de que todos saben perfectamente que no todos los países pueden ser exportadores netos.

Para intentar llevarlo a cabo el Banco Central Europeo está inyectando ingentes cantidades de dinero en las entidades financieras, y sigue haciéndolo aunque es notorio que no llega a la economía real por lo ya comentado. Todo ese dinero está formando una nueva burbuja internacional, sumándose al inyectado por la Reserva Federal y del Banco de Japón. Se hinchan los activos financieros y se genera la apariencia de que los mercados financieros se han recuperado, pero es puro espejismo. Cuando estalle aquella burbuja asistiremos sin duda a una nueva Gran Depresión. Entonces la luz que veíamos en el túnel será percibida con más claridad como un enorme tren que se dirige hacia nosotros.

Por otra parte, los rasgos sociales asociados al nuevo modelo económico promovido son los de los bajos salarios y la competitividad alcanzada vía menores costes laborales, lo que da muestras de un modelo de sociedad injusto y regresivo. Por supuesto políticamente inaceptable, y de hecho caldo de cultivo para la explosión social (que bien puede ser influenciada por la izquierda que por la extrema derecha).

La alternativa económica, sensata y racional, pasaría por fomentar la demanda interna a la par que se diseña un nuevo modelo productivo consistente con las necesidades sociales y ecológicas. Pero estaríamos hablando de una demanda interna no estimulada por el crédito, como hasta antes de la crisis, sino por la consecuencia de llevar a cabo políticas de redistribución de la renta y de la riqueza. Claro que eso implica tocar el dinero y el patrimonio a los más ricos, lo que políticamente tiene enormes consecuencias en el conocido terreno de la lucha de clases.

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