EconoNuestra

Coto a los privilegios ultraliberales

Luis Miguel Tornero
Miembro de EconoNuestra

Con una rara unanimidad, todos los cantones suizos han respaldado en referéndum el 3 de marzo limitar las "remuneraciones abusivas" de los directivos de empresas, emplazando a la Unión Europea a poner orden en la anarquía ultraliberal de los príncipes de la economía internacional. Un abrumador 68% ha votado la llamada ‘iniciativa Minder’, en honor de un diputado de la derecha populista suiza, asqueado del tratamiento selectivo que recibía su pequeña empresa respecto de los grandes conglomerados.

El país del secreto bancario y la moral calvinista ha percibido en las últimas semanas en su más descarnada forma la verdadera faz de los popes del capitalismo de rapiña. En particular, Daniel Vasella, director general de Novartis, y su indemnización de 72 millones de francos (60 millones de euros). Ni siquiera Economiessuise, el influyente grupo de presión que ha hecho el trabajo sucio del ‘no’ al precio de 8 millones de euros concedidos por la banca, ha conseguido hacer comulgar al elector con esa rueda de molino.

Ridiculizar el ‘sí’ con un aliado como Daniel Vasella ha sido misión imposible. El anuncio posterior de Vasella de que donaría parte de la indemnización a organizaciones caritativas ha sido de vergüenza ajena. Otros se han quejado de que a la campaña anti-Minder le ha faltado "pedagogía". Como pedirle al vendedor de crecepelo que disimule el bisoñé. Ha circulado también la especie de que los políticos burgueses no han tenido el coraje de oponerse públicamente a la iniciativa, ni de hacer la presión suficiente sobre uno de los suyos para que retirara o desnaturalizara la iniciativa.

Cuatro años se ha demorado el parlamento en elaborar un proyecto alternativo. No se podrá decir que los grupos de presión no se han ganado su salario. Para la campaña, Economiesuisse ha hecho alarde, además, de unos medios tan desproporcionados que, aun sin pretenderlo, se ha retratado involuntariamente como el ejemplo perfecto de lo que se estaba cuestionando.

El medio ha sido el mensaje. Al final, el mensaje para rebajar la trascendencia del voto del 3 de marzo ha sido motejarlo de emocional. Nada como escamotear el debate de fondo, nada como despojar de contenido moral la propuesta, nada como despreciar a todos los que están fuera del círculo de iniciados de amos del universo.

En política también cuenta la indignación emocional contra la desfachatez de los que se lucran a expensas de la mayoría con modales de perdonavidas. Hay que recordar que el toque de atención ha venido, no precisamente de los países indignados del sur que sufren en sus carnes dolorosos ajustes para pagar la cuenta de sus intocables, sino de la apacible Suiza, cuyo envidiable índice de paro fluctúa en torno al 3%.

¿Por qué no considerarlo más bien la respuesta serena y racional de una sociedad al margen de la crisis contra la inmoralidad de los que mangonean las cuentas y pretenden hacer creer que no hay alternativa?

La nueva legislación

Ahora el Consejo federal (gobierno) debe elaborar un anteproyecto en el plazo máximo de un año. No solo para regular las remuneraciones, sino también modificando la cultura empresarial, otorgando mayor poder efectivo a la Asamblea de Accionistas, que aprobará anualmente los salarios de los ejecutivos de las empresas cotizadas en bolsa (274; 600.000 empleos; 40% de los impuestos de todas las empresas), responsabilidad hasta ahora de los Consejos de Administración.

Se aspira también a acabar con las votaciones "soviéticas" en las asambleas, favorecidas por el hecho de que los bancos detentan el voto por procuración de numerosos depositarios de títulos. El mandato del referéndum aboga por eliminar ese sufragio procurado sin autorización expresa del propietario.

Thomas Minder ha puesto todo eso en la agenda, a pesar del sabotaje y las dilaciones de su propio campo burgués.

A sus 52 años dirige una empresa familiar de 20 empleados que en 2001 estuvo a punto de quebrar, tras anular Suissair un contrato de medio millón de francos. Cuando Minder se enteró de que Mario Corti, el hombre que había llevado a la suspensión de pagos a Suissair y arrastrado a la suya en su caída, había cobrado 12 millones de euros por sus fallidos servicios, se decidió a impulsar una campaña contra los gerentes depredadores.

No siempre las cosas fueron así. Solo a partir de los años ochenta, el triunfo de fórmulas ultraliberales en la economía se produce una escalada brutal de remuneraciones de los más altos directivos. Con los años, la grieta entre ricos y pobres se ha incrementado. Cada vez menos tienen más. La captura de rentas por la minoría se acentúa con la crisis y, además, viene revestida de un discurso único. No hay salvación al margen de este sistema.

Los directivos negocian contratos como las figuras del fútbol o la canción. Sus cachés suben y bajan en función del número de empresas que han saneado y de asalariados despedidos. Se ensalza con descaro la vuelta a ley del embudo: blindaje para los jerarcas y flexibilización absoluta para la fuerza de trabajo. Muchos los llamados, pero muy pocos los elegidos.

Los subterfugios ceban las remuneraciones: un salario muchas veces ficticio, una parte en acciones, otra en indemnización de salida, otra para garantizar jubilaciones de oro, bonus por alcanzar objetivos, primas y gratificaciones incluso llevando a las empresas a la quiebra.

La vuelta a un capitalismo de la codicia, revestido de necesidad con una argumentación intelectual a la que se consagran prestigiosas universidades norteamericanas, reducida a veces a sandeces del tipo: "El Estado es el problema, el mercado la solución". No hay otro camino que untar los beneficios de directivos con pasta de asalariado molido. Como el célebre parte del Estado Mayor alemán tras Stalingrado: "Murieron para que Alemania viva".

Bueno, pues otros también quieren sobrevivir.

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