EconoNuestra

Tener paciencia: el discurso del poder

Fernando Luengo
Profesor de Economía Aplicada en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del colectivo econoNuestra

Paciencia. Termino continuamente utilizado por Mariano Rajoy y otros dirigentes del Partido Popular con el objeto de calmar la ansiedad de la población, dada la persistencia de una crisis económica que, se diga lo que se diga, no remonta el vuelo. El mensaje apelando a la paciencia se intenta reforzar enfatizando que todos saldremos de la crisis, que lo peor ya ha pasado y que se ya se divisa el final del túnel.

PACIENCIA. A los que han perdido su empleo y han dejado de recibir la prestación por desempleo, a los que se han convertido en parados de larga duración, dependiendo para su subsistencia y la de sus familias de los servicios sociales; a los trabajadores que cada día tienen que vivir con la amargura de querer trabajar y no poder hacerlo, de ofrecerse para cualquier empleo y no encontrar ninguno. PACIENCIA. A las personas mayores necesitadas de cuidados para cubrir necesidades esenciales de su vida cotidiana y que ya no pueden recibirlas porque la Ley de Dependencia está siendo dinamitada, personas que, privadas de esos cuidados, sufren y mueren. PACIENCIA. A los jóvenes que tienen un proyecto de vida que ni siquiera pueden empezar, pues se les niega el derecho a trabajar; muchos de ellos han recibido una formación con la que creían que podrían encontrar una inserción mejor en el mercado laboral; desvanecida esa esperanza, no son pocos los que hacen las maletas y se van, mientras que los que se quedan viven el desconsuelo y la frustración de un desempleo masivo. PACIENCIA. A los trabajadores del sector privado y de las administraciones públicas que creían conquistados y reconocidos unos derechos que ahora están perdiendo, salarios que se reducen, jornadas de trabajo que se prolongan, convenios colectivos que se convierten en papel mojado, temor a formular reivindicaciones o a sumarse a acciones de protesta, pues el mínimo atisbo de rebeldía, por leve que sea, puede significar la pérdida del empleo. PACIENCIA. A los inmigrantes que después de haberse dejado la piel trabajando durante años y haber sido explotados sin ningún miramiento, retornan a sus países de origen; también a aquéllos que ahora ni siquiera pueden acceder a los malos empleos y a los se les niega el derecho a la atención sanitaria. PACIENCIA. A los pobres, a los de antes y a los de ahora, a los excluidos, a los que han perdido un empleo y no encuentran otro, a los trabajadores que, pese a trabajar, perciben salarios que les sitúan cerca o por debajo de los umbrales de pobreza, a los que padecen en mayor medida los recortes de los gastos sociales, a los que ya no tienen anclajes familiares y profesionales para mantenerse a flote, a los ignorados, a los que son invisibles en las estadísticas. PACIENCIA. A los trabajadores de la educación y la salud públicas que tienen que desenvolverse cada día con menos recursos, que se enfrentan, sin poder remediarlo, a la degradación de la calidad o a la eliminación de unos servicios que son necesarios para la equidad social, que, impotentes, contemplan cómo se impone el capitalismo más individualista e insolidario, donde tendrá educación y salud de calidad quien pueda pagársela. PACIENCIA. A las familias arrojadas de sus viviendas habituales por los bancos que hicieron y todavía están haciendo un lucrativo negocio con los préstamos hipotecarios: a los científicos e investigadores cuyos presupuestos se han visto drásticamente recortados; a los estudiantes que no podrán continuar con su formación ante la enorme subida experimentada por las tasas.

Ejemplos, que no lista exhaustiva, de pérdidas y perdedores. FRENTE A TODO ELLO, PACIENCIA.

¿PACIENCIA? Cinismo, prepotencia, desprecio a la ciudadanía, servilismo a las oligarquías, ignorancia. Posiblemente hay de todo un poco en ese mensaje. Pero, cuidado con esta deriva; lo que estamos perdiendo será muy difícil recuperarlo, pues las pérdidas de la mayoría son ganancias para las elites económicas y políticas, cada vez más fuertes, y porque, sometidos al chantaje de lo inevitable e instalados en una sensación de fatalidad, cada vez es más difícil organizar y articular la resistencia de los damnificados. Y no nos engañemos, el crecimiento económico (todavía lejano en el horizonte) no necesariamente recuperará lo perdido ni ofrecerá oportunidades a los perdedores. El daño social y productivo habrá sido demasiado profundo y muchos derechos se habrán quedado en el camino. Conclusión: NO PERMITAMOS TANTO ATROPELLO, HAGAMOS VER AL PODER NUESTRA IMPACIENCIA.

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