EconoNuestra

¿Se puede? No lo sé

Beatriz Gimeno

Miembro del colectivo econoNuestra

Voy a ser muy incorrecta, voy a decir algo que es casi un tabú político, pero quiero defender el derecho al pesimismo. Confieso que estoy cansada de ese optimismo que la izquierda ha convertido en un eslogan, en parte de su patrimonio ideológico hasta llegar a ser, en algunas ocasiones, obligatorio. Ya sé que las arengas son necesarias para animar a la tropa ante el combate o el sacrificio, pero a mí no me gusta la tropa, sino la gente que se lo cuestiona todo. La culpa de mi pesimismo inveterado la tiene mi abuelo que siempre que escuchaba ese lema que la República transmitió al mundo en español, el "No pasarán",  decía por lo bajo: "pero pasaron". Y vaya sí pasaron. Pasaron, se quedaron y siguen aquí.  Así que yo soy de las que piensa que casi siempre pasan, por mucho que cantemos canciones de esperanza y tengamos de nuestro lado a la poesía.

Ahora estamos con el Sí se puede. ¿Se puede? No lo sé. Sí se puede fue el lema con el que Obama llegó al poder. Es un magnífico producto de marketing, tan tramposo como su campaña y como han resultado finalmente sus políticas. Un lema que se debió inventar un poderoso publicista y que podría traducirse como: Sí se puede elegir a un negro y eso es todo lo que vamos a daros. Así que yo no sé si se puede, pero si miro alrededor no soy muy optimista. Se pueden ganar algunas batallas, pero el cómputo general es más bien magro. Se pueden parar algunos desahucios, o quizá muchos, pero a veces me parece que eso es como un señuelo, un señuelo cruel y despiadado como son ellos, pero un señuelo. Tras un esfuerzo ímprobo de muchas personas desesperadas y de muchos activistas solidarios, se ha conseguido levantar la condena sobre algunas familias. Para cada una de las familias salvadas es mucho, es todo quizá. No quiero en absoluto minimizar la importancia de la movilización popular ni de los movimientos sociales y estoy convencida de que lo que sea que venga tendrá que salir de ahí, desde ahí. Creo que el 15M ha supuesto un cambio radical y profundo en la manera en la que la gente entiende ahora la política, lo que pasa, en definitiva. Creo también que la lucha en los movimientos sociales es nuestra escuela, que desarrolla la inteligencia colectiva, la autoestima particular y general y que proporciona un marco inteligible a una realidad "líquida". . ¿Son importantes las batallas como la de Ofelia Nieto? Importantísimas, pero me temo que más para nosotros que para ellos.

El 15M ha desvelado la verdad, ha revelado que el emperador está desnudo, pero ahora hemos de tener cuidado con convertir batallas concretas en un fin en sí mismas (el peligro de cualquier activista) porque puede ocurrir que mientras estamos luchando desahucio por desahucio, nos lo roban todo, desde la sanidad a la educación, desde los montes a las playas, desde los derechos laborales a la cultura, desde los ahorros a los salarios, desde la libertad a la jubilación. Nos expropian la vida, se hacen con todo. La rapiña está desbocada y nosotros y nosotras, la gente corriente, no acabamos de dar el paso para saber convertir las pequeñas victorias en una riada imparable de voluntad popular.

Por eso no puedo más que dudar de que se pueda. ¿Por qué no salimos a la calle por millones? No lo sé. Quizá porque a pesar de los eslóganes la gente es pesimista, quizá porque la mayoría, de una manera u otra, aun sobrevivimos, porque el franquismo nos dejó sin cultura política, porque tenemos miedo a perder lo poco que tenemos; porque nos sentimos abandonados a nuestras propias fuerzas, porque estamos desconcertados y cansados, porque el griterío mediático es obsesivo y mentiroso,  y aturde y confunde. Porque estamos alienados con el espectáculo político/mediático que hemos llegado a confundir con la política real: el teatro parlamentario, comparecencias trucadas, reglamento trucado, preguntas trucadas, políticas trucadas...; porque unos partidos que no representan a nadie son los dueños absolutos de nuestros destinos y nos sentimos impotentes, porque los programas políticos de la televisión son una actuación bien pagada, porque la información política jamás deja ver la realidad, porque la información económica está dictada por quienes dirigen la economía; porque confundimos el griterío de las redes sociales con el griterío en las calles. Estamos saturados y confundidos con todo lo que convierte en espectáculo, es decir en material para consumo rápido, la vida real de la gente, el dolor, la injusticia. La política es política de consumo, es espectáculo, no tiene nada que ver con la vida pero la seguimos por la televisión como si tuviera mucho que ver con nosotros.

Los únicos retazos de vida real que ocurren en la vida política son aquellos que, muy raramente, consiguen escapar al funcionamiento de, precisamente,  lo que llamamos la vida política. En mi opinión, lo más verdad que ha ocurrido fue el "que se jodan" de Andrea Fabra. Esa es la única verdad que ha dicho el PP desde que gobierna. Eso es lo que piensan en realidad todos los que aplauden cada vez que Rajoy miente, los que aplauden cada vez que se aprueban medidas que expropian a la gente de sus vidas; ese es su verdadero y oculto programa de gobierno, esa es la base de sus políticas; sobran todas las palabras, los discursos, las mentiras. Verdad fue también la comparecencia de Ada Colau o la intervención de Inmaculada Michinina Costas ante el Pleno del Ayuntamiento de Cádiz pidiendo su "porquería de licencia" para poder comer. Pequeñas perlas de realidad que se colaron ante unos políticos con cara de aburrimiento y de desprecio, y que fueron rápidamente acalladas. Creo que aunque se puedan conseguir victorias parciales, aunque nos parezca que a veces podemos, lo cierto es que por ahora, los únicos que están pudiendo son ellos.

Así que reivindico mi derecho al pesimismo con pasión y libremente, aun sabiendo que en la izquierda el optimismo parece obligatorio. Yo sostengo que el pesimismo no tiene por qué ser paralizante, que es realista, inteligente y curioso. La persona pesimista no tiene por qué dejar de luchar, pero asume la realidad sin edulcorarla y trata de mirar un poco más allá; no ve esperanza donde no la hay. Si la esperanza no está aquí hay que construirla en otros lugares. El pesimista, la pesimista en mi caso, no quiere "comprar" la esperanza. El pesimismo es creativo y arriesgado, obliga a pensar en cosas radicalmente nuevas, tiene en cuenta los errores cometidos y no perdona ni un gramo de realidad. El pesimismo cabrea y duele, pero de ese cabreo a veces surgen las posibilidades inesperadas.

Es obligatorio centrarnos en construir una opción de izquierdas que no tema romper con la cultura política en la que nos movemos y que no es otra que conseguir que nada fundamental cambie; que no tema recuperar conceptos que se nos dijeron pasados de moda pero que hemos descubierto que están plenamente vigentes, que hable de capitalismo, de lucha de clases, de propiedad privada, de ricos y pobres, de igualdad; que no tema incluso plantear un cambio radical en la organización de nuestras vidas, que no tema hablar de consumir menos en lugar de hablar de alentar el consumo, que no tema hablar de trabajar menos para poder trabajar todos, de ganar menos quizá, pero de vivir mejor, de tener lo necesario pero tenerlo todos; que no tema presentar un programa radical y de ruptura no sólo respecto a la organización partidista o institucional, sino también respecto a la vida, a la manera de vivir que nos ha impuesto el capitalismo y que no nos lleva más que al desastre.  Algo que todo el mundo entienda, y que ilusione y comprometa a la mayoría. Un programa que ofrezca un relato coherente de lo que ha pasado, de lo que va a pasar si seguimos así; algo, sobre todo que nos saque de la impotencia y que ofrezca propuestas para impulsar un cambio real, nada de cálculos/componendas partidistas miserables. Nada de pactos con lo establecido para repartirse un poco de poder, eso sólo lleva a perderlo; nada de parches, porque los parches no sirven en un sistema que hace aguas por todas partes y que amenaza con ahogar a la mayoría. Puede ser una opción electoral o puede ser un movimiento social masivo; algo que busque llamar a todos los votantes de izquierdas, a la verdadera mayoría social, porque, aunque no lo parezca, los votantes de izquierda somos mucho más parecidos entre nosotros de lo que nos obligan a ser los dirigentes y los aparatos de los partidos, esas máquinas/empresas pensadas sólo para ganar elecciones y reproducirse a sí mismas.

Pero miro a mi alrededor y no veo más que a mucha gente organizando "sus" plataformas y presentando "sus" manifiestos y debatiendo desde sus propias alternativas y sus propios discursos, muy parecidos a otros discursos, a otras alternativas. Todo el mundo apela a una unidad que de manera indefectible pretende organizar en torno suyo. No sé cuántas veces en los últimos meses he firmado el mismo manifiesto, con ligeras variaciones y bajo distintas siglas o distintos nombres. No sé a cuánta gente he leído diciendo desde sus propias tribunas más o menos lo mismo que dicen desde la tribuna de al lado sin ser capaces de hacer una única tribuna o, más difícil aun, renunciando a la propia. Poner granos de arena es importante no para parar la inundación, sino para reconocernos, para alimentarnos, formarnos, visibilizarnos, para nacer o crecer como activistas. Pero los granos de arena no construirán una muralla suficientemente rápido para parar la inundación;  para eso, y para reconducir el agua por otro cauce, hay que poner ladrillos.

Yo no comulgo con el optimismo obligatorio y soy tan pesimista como negro es el presente. No sé si vamos a poder, pero aun así, tengo muy en cuenta que el futuro está por escribir y que somos muchos/as los que queremos escribirlo.

Más Noticias